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Emoción 157: deseo consumido

Las periodistas argentinas Soledad M. Vallejos y Evangelina Himitian estaban preocupadas por el espiral de consumo en el que nos movemos como sociedad, por ello firmaron voluntariamente un contrato el 31 de marzo de 2016 en el que se comprometían, durante un año, a no comprar nada que no fuera estrictamente necesario. El contrato contenía algunas cláusulas, ¿quieres saber cuáles son? Sigue leyendo
10 de Diciembre 2017
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POR ALEJANDRA DEL CASTILLO

En The Book of Human Emotions de Tiffany Watt Smith, se reúnen 156 términos que describen detalladamente algunas emociones que experimentan las personas y que tienen un nombre, aunque lo desconozcamos. Por ejemplo, David Foster Wallace acuñó el término ambiguofobia para referirse a “la sensación de incomodidad al dejar las cosas abiertas a la interpretación”; la palabra fago representa la pena que sentimos por alguien que nos preocupa y necesita ayuda; o basorexia, que describe la necesidad repentina de besar a alguien. A esta lista, las periodistas argentinas Soledad M. Vallejos y Evangelina Himitian han sumado la que podría ser la emoción número 157: Deseo consumido.

Soledad y Evangelina firmaron voluntariamente un contrato el 31 de marzo de 2016 en el que se comprometían, durante un año, a no comprar nada que no fuera estrictamente necesario.

El contrato contenía algunas cláusulas de consumo: sólo comprarían las cosas que necesitaran en cuanto a alimentos, productos de higiene y limpieza. Los servicios de peluquería y salón de belleza serían autogestionados. La compra de regalos estaría prohibida. Sus hijos quedaban excluidos de este reto, pero todo lo que adquirieran para ellos sería bajo un criterio de consumo responsable. Salir a comer sería un placer permitido con un principio de responsabilidad social; y las vacaciones y paseos en familia serían planeados bajo la condición más austera.

Iniciaron el proyecto con mucha expectativa y entusiasmo. Todo su entorno reaccionó, algunas veces animándolas y otras, anunciaban que quedarían aniquiladas tras el síndrome de abstinencia. La situación generó una discusión permanente, en su casa y con su familia no se hablaba de otra cosa. Su primera conclusión fue “nos metimos con algo que importa”, porque su experiencia interpelaba al otro.

La experiencia de dejar de consumir durante un año las expuso mediáticamente y fueron blanco de críticas; todos tenían sus propias conclusiones. Algunos decían que lo hacían porque la economía argentina atravesaba un proceso de retracción y entonces, ellas respondían a los intereses del gobierno al promocionar que se podía vivir con menos. Otras críticas asumían que Evangelina y Soledad podían pasar un año sin consumir porque vivían del lujo de tenerlo todo, aunque pertenecieran a la clase media que cuida cada peso para llegar al final de mes.

Su razón era clara y concreta: sentían hastío ante el consumo, habían tomado una decisión que incomodaba al que no cuestiona su consumo y lo justifica con el placer inmediato de una compra que lo hace sentir mejor persona.

Ahí nació la Emoción No. 157: Deseo consumido. Concluyó el impulso, se resignificó y racionalizó el deseo de consumo y el acto de conciencia cobró sentido y valor.

El proyecto Deseo consumido no las llevó a la depresión ni a vivir con síndrome de abstinencia, por el contrario, las llenó de endorfina y dopamina, y en ese proceso iniciaron una investigación con el propósito de saber cómo somos al consumir, la forma en que evoluciona el consumo y cómo se posiciona el consumismo en el futuro.

Ambas concluyen que en un año sin consumir no pasa nada, que pueden vivir con mucho menos y así, disfrutar lo que se tiene.

Lo que sí pasa, es que después de compartir de lleno su experiencia y conocer los resultados de su investigación es difícil mirar con los mismos ojos el consumo propio.

Ellas piensan en “Lejana”, el cuento de Julio Cortázar, y se preguntan: “¿Dejarías que la persona que cosió tu ropa te abrazara, te tocara, soñara contigo o se preguntara si ese abrigo te cubre del frío?”

Cuando se piensa en consumo también hay que considerar los procesos. La organización Ropa Limpia y la cooperativa La Alameda denuncian que 78 % de la ropa que se fabrica en el mercado tiene su origen en talleres clandestinos. Ropa Limpia trabaja con un grupo de diseñadores comprometidos en transparentar sus procesos de producción para que sus clientes estén seguros de que, al comprar, no pagan por explotación.

Por otra parte, el movimiento internacional Fashion Revolution denuncia que el sector textil es responsable de 10 % de las emisiones de CO2 causantes del cambio climático, que la industria de la moda es responsable de 20 % de los desechos químicos que van a los ríos y mares, y que cada año 120 000 km2  se convierten en tierra infértil por el sistema de producción agrícola. Un dato más: para producir una blusa de algodón se necesitan 2 700 litros de agua.

Replantear nuestra forma de consumo es pensar en las personas sujetas a los sistemas de producción por explotación, y también es abrazar a la tierra.

El proyecto Deseo consumido no concluyó con la experiencia de no consumo, incorporó nuevos retos: el Decálogo del descarte que implicaba deshacerse de todo lo que está de más. Luego, vino el objetivo de quedarse únicamente con 99 prendas en el clóset. Con #ChauDiez sacaron de la casa 10 objetos por día durante dos meses hasta juntar 1 200 piezas que serían donadas, pero antes las almacenarían en un contenedor de vidrio, llamado Cápsula del Desuso, para calcular el volumen de inutilidad y exponerlo en un museo.

Evangelina y Soledad comparten, en su investigación publicada, ejemplos y proyectos comprometidos en todo el mundo, explican la adicción hacia las promociones, describen qué le pasa al cerebro cuando consumimos y abordan el tema de la alimentación consumista como la fábrica de obesos.

Al final de este viaje sólo hay aprendizaje: optar por el consumo ético y responsable es una experiencia que se renueva y plantea nuevos retos todos los días.

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