Revista Cambio

Un legado zombi

POR ALEJANDRO ALEMÁN

¿P or qué es tan popular el género zombi? A diferencia de muchas criaturas del cine de terror (el vampiro, la momia, el hombre lobo, los fantasmas y espectros en general), los zombis encarnan la fatalidad absoluta. Si hay “muertos vivientes” allá afuera, significa que estamos perdidos, no sólo nosotros sino tarde o temprano la humanidad entera. El zombi es el hombre reducido a sus funciones básicas: comer y pudrirse. No hay terror más grande: el ser humano despojado de cualquier viso de raciocinio. Una máquina biológica que mata pero sin saber el porqué; no habla, no razona, no es mala per se, es un virus que únicamente busca esparcirse. Está en su naturaleza.

El director y guionista George A. Romero, fallecido el pasado fin de semana a los 77 años (víctima de cáncer), fue quien le diera al terror uno de sus subgéneros más interesantes y contestatarios. Según Romero, los zombis no se trataban sólo de espantos, sino que podían convertirse en una crítica feroz al sueño americano. A finales de los años 60, Vietnam está en boga y estos jóvenes cineastas (John Carpenter, Wes Craven, Dario Argento y el propio Romero), rechazados de las grandes escuelas, parias de los grandes estudios, consiguen dinero como sea para sus proyectos. Romero filma con menos de 100 000 dólares una película en blanco y negro llamada La noche de los muertos vivientes (1968). Sin saberlo, el debutante había creado un subgénero que aún hoy es relevante.

Las vísceras del zombi, la falta de voluntad, la sangre, todo ello era una alegoría respecto a lo que pasaba en Vietnam donde los jóvenes, reducidos a máquinas de matar sin voluntad, regresaban de los campos de batalla con los órganos reventados, sin miembros, y muchas veces ya sin conciencia entre realidad y el horror que habían vivido. El “muerto viviente” de Romero sirve también como metáfora ideal de la enajenación capitalista y tecnológica surgida en los ochenta. La sociedad media, consumista y entregada al televisor (y posteriormente al Internet) como gran horda de zombis sin voluntad que viven frente a las pantallas, duermen y de regreso a las oficinas. La monotonía del trabajo como una fuente más de terror. La juventud quiere todo, menos convertirse en el zombi que vive en casa: sus padres.

Irónicamente, este género se resiste a morir. Ya sea en forma de horror, de humor, de parodia, de videoclip musical (¿la carrera de Michael Jackson hubiera tenido ese alcance meteórico en “Thriller” de no ser por los zombies?) o incluso de cómic o serie de televisión.

Sin embargo, justo cuando pensamos que el género se agota (The Walking Dead parece ya más una telenovela que una serie sobre zombis), un nuevo viraje plantea ideas frescas e inteligentes. Es el caso de The Girl with All the Gifts (con el pésimo título en español de Melanie: apocalipsis zombi), la ópera prima del inglés Colm McCarthy (con amplia experiencia dirigiendo para televisión) donde, con guion basado en la novela homónima de Mike Carey, se plantea un gran giro al mito del zombi.

¿Qué pasaría si al momento de la infección del virus zombie este contagiara a mujeres embarazadas? En The Girl with All the Gifts, la pequeña Melanie es una niña nacida de una madre infectada. Vive encarcelada pero toma clases (amarrada de pies y cabeza a una silla de ruedas) en alguna instalación secreta del gobierno. Melanie es una zombi, al sentir cerca la carne humana se descontrola; no obstante, en un ambiente adecuado, Melanie lleva una conversación coherente y amable con cualquiera que la rodee; posee inteligencia y de hecho aprende muy rápido sus lecciones.

Basada en el mito de Pandora, el filme utiliza la metáfora zombi como una crítica al cambio generacional, donde la vieja guardia quiere devorar a la nueva pero esta, con carga genética de ambas (zombi y humana en este caso), está mucho mejor equipada para sobrevivir. El mundo millennial y la eterna batalla generacional explicada en clave zombi, con un final además brillante y sorpresivo. Se trata de una de las mejores cintas del género, al nivel del clásico de Danny Boyle, 28 Days Later (2002).

Con la muerte de Romero, se va toda una forma de hacer cine, aquel que con bajo presupuesto aunque con ingenio y audacia lograba aterrar al público y retar a la inteligencia. Se queda, por supuesto, el subgénero que ayudó a forjar. Un género siempre inmortal.