Periodismo imprescindible Jueves 28 de Marzo 2024

Un siglo del mito del macho querendón

Este mes Pedro Infante habría cumplido un 
centenario de vida; un actor emblemático de la 
época de oro del cine nacional, símbolo de una 
cultura que enarbolaba el machismo como elemento 
de identidad y masculinidad, pero hoy, cuando las 
mujeres buscan dejar atrás el amor romántico 
cargado de tragedia ¿aún es sostenible el mito 
del macho querendón?
26 de Noviembre 2017
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POR JAVIER PÉREZ

El murmullo y los aplausos comenzaron a llenar la sala luego de que el nombre de Pedro Infante se escuchara en los altavoces. Todo mundo volteaba hacia un lado y hacia otro a la expectativa de ver al actor mexicano que, interpretando al indio Tizoc, había ganado el premio de actuación sobre Glenn Ford, Marlon Brando, Henry Fonda y otros tantos actores alemanes, japoneses, italianos y franceses. La sala quedó en silencio cuando se supo que el actor, a quien, salvo la delegación mexicana, nadie conocía ni había visto actuar, había fallecido unos meses antes, en abril del 57, en un accidente aéreo siendo él mismo el piloto de su propia nave. Ese 2 de julio, en la sexta edición del Festival de Cine de Berlín, Pedro recibió de manera póstuma el Oso de Plata por Mejor Actuación Masculina en Tizoc. Ningún otro actor mexicano lo ha ganado desde entonces.

Pedro Infante habría cumplido 100 años este 18 de noviembre, sin embargo, falleció el 15 de abril de 1957, a smartit.kiev.ua los 39 años. Figura emblemática de la cultura popular mexicana, el culto a Infante, explica Fabrizio Mejía, quizá se deba a que “representa al joven entusiasta que lucha contra la adversidad de su origen (…): es el ‘sí se puede’, el héroe instantáneo –a diferencia de (Jorge) Negrete que encarnaba la mexicanidad eterna–, el que lo podía todo: carpintero, peluquero, actor, cantante, director de orquesta, pentatleta, piloto, jinete, motociclista, boxeador, amante, esposo, hijo, padre, albañil”.

El crítico Jorge Ayala Blanco se ha referido a Infante como el prototipo del macho querendón: promiscuo y mujeriego, viril pero llorón. “Pedro es la promesa de obtenerlo todo, mujeres, fama, simpatía, madre masoquista, padre autoritario, fortuna, amigos, por el envidiable hecho irrefutable de ser prototipo del macho querendón –escribió en La búsqueda del cine mexicano–. Pedro es el milagro de un periodo historicosocial más allá de las impertinencias del tiempo y del desarrollo. Pedro se agiganta como un mito producido y reforzado por un fanatismo a la altura de las circunstancias axiológicas (…). Pedro es el abogado de los más caros imposibles. Pedro es la abnegación de la virilidad enternecida en un mundo hostil”.

Toda esta carga de significado, puesto en el contexto de la época en la que Pedro Infante se hizo grande, hoy en día revela una indudable necesidad de reforzar estereotipos machistas que en su momento casi nadie se atrevía a cuestionar. Pero en el presente, las circunstancias son distintas.

El cine como industria es una máquina que mantiene un sistema de valores. Eso fue el cine de la Época de Oro en México, un engranaje bien aceitado en el que la visión de una sociedad patriarcal dominó la mayoría de las historias. En ellas fue donde brilló Pedro Infante. Y como bien apuntaba Claire Johnson, citada por Trinidad Núñez y Yolanda Troyano en La violencia machista en el cine, “la ideología machista no se manifiesta en la pobreza de la presencia femenina, sino en situar a la mujer en un universo sin tiempo, poblado de entidades absolutas y abstractas. La mujer, a diferencia del hombre, aparece fuera de la historia, y de este modo es a la vez marginada y glorificada”.

La Chorreada, el personaje de Blanca Estela Pavón en Nosotros los pobres y Ustedes los ricos, películas que encumbraron a Pedro, es un ejemplo preciso. Es presencia y ausencia según lo necesite Pepe el Toro. “La Noviecita Santa por antonomasia –escribió Monsiváis en su ensayo “La santa madrecita abnegada”– es leal, solícita, fiel de aquí a la siguiente humillación. Son suyas todas las virtudes menos las de la psicología individualizada, las de la apropiación de sí misma: no puede protestar, carece de iniciativas, se aviene a la voluntad de la madre y sólo marca su presencia de una manera en lo que se confunden lo servil y lo servicial…”

Está, pues, en función del otro. Sometida a su inevitable destino de enamorarse, volverse madresposa aguantadora de maltratos e infidelidades, silenciada por el único llanto que importa y conmueve: el del hombre viril. Una mujer a la que persiguen las tragedias y humillaciones hasta que acaba glorificada después de una muerte cruenta.

De acuerdo con las especialistas feministas, el asunto es mucho más profundo: “En la cultura latinoamericana –escribió Marcela Lagarde en Claves femeninas para la negociación del amor– sufrir es considerado una virtud femenina”. Pedro Infante fue rodeado de mujeres “virtuosas”, negadas a satisfacer ya no digamos sus deseos, sino sus necesidades más básicas. Ejemplos del comportamiento femenino avalado y premiado por la sociedad patriarcal de ese tiempo (y, si nos dejamos, de todos los tiempos). Y cuando un personaje tuvo el “desatino” de arrepentirse de ser madre, el de Emilia Guiú en Angelitos negros (1948), sufrió el ominoso castigo de matar a su propia madre.

El macho de la Época de Oro del cine mexicano es, generalmente, sonriente y simpático. Un seductor al que Didier Machillot identificó (Machos y machistas. Historia de los estereotipos mexicanos) en los personajes del “charro cantor –esos caballeros cantantes de gran corazón y con voz de oro de las comedias rancheras– o el obrero paternalista de los melodramas populares interpretados por Pedro Infante”. Y aunque en aquellas películas hay machos negativos, como el padre de La oveja negra (Ismael Rodríguez, 1949), en contraposición al siempre justificado bueno, “pocas veces se cuestionan las bases de la dominación masculina, incluso cuando es criticada por su exceso”.

Así eran los personajes de Pedro Infante: machos nobles y valerosos, incluso simpáticos, dispuestos a defender su honor o el de una mujer, y que solían salirse con la suya frente a los personajes femeninos. Aunque también interpretó al macho problemático, celoso, alcohólico, violento, a veces malo: un bandido que puede ser bueno a pesar de todo, que puede amar incluso bajo sus propias reglas.

Siguiendo la línea de que el cine como industria es una máquina que mantiene un sistema de valores, el mensaje para las mujeres era claro, como escribe Marcela Lagarde: “Las mujeres hemos sido configuradas socialmente para el amor, hemos sido construidas por una cultura que coloca el amor en el centro de nuestra identidad… Las mujeres vivimos el amor como un mandato. En la teoría de género, esto significa que lo hacemos no por voluntad, sino como un deber”.

Los personajes de Pedro Infante no salen bien librados de un análisis de género e incluso, desde esa óptica, pueden parecer ridículos y hasta patéticos. Sin embargo, en una época en la que el cine hecho por mujeres fue obstaculizado, a Infante se le reconoce por su capacidad para salir adelante pese a la adversidad.

“El humano Pedro Infante que me interesa –decía Monsiváis– está en sus películas. El fue muy autobiográfico en sus interpretaciones. Esa era la humanidad de Infante que me resultaba en verdad fascinante. Infante es seguramente el actor mexicano que más ha sufrido en sus películas y que más ha gozado, ese ir al límite le ha permitido retener al público, multiplicarlo e irlo cambiando con cada generación. (Ismael) Rodríguez es el que le imprime esa desmesura, ese afán, por así decirlo, de comerse su realidad a su alcance fílmica o interpretativa en el sentido de actor y Pedro Infante corresponde intentando ir más allá de aquello que le solicita Rodríguez. Sin Rodríguez y sin Pedro Infante no hay Pedro Infante. Uno solo de los elementos no habría bastado”.

Hoy en día, Pedro Infante y sus personajes arquetípicos tienen poco que ver con nuestra realidad. No obstante, todavía es el actor mítico del cine mexicano, el prototipo del ciudadano mexicano universal de su época. “Era una estrella –dice el cineasta Gustavo Moheno– y como tal generalmente se representaba a sí mismo. Su carisma era mucho más valioso que su capacidad actoral. No obstante, con los años ganó muchas tablas. Su representación de Tizoc puede gustarte o no, pero es obvio que estaba explorando una nueva faceta cuando lo sorprendió la muerte. Nunca sabremos cómo hubiera evolucionado como actor. Imagina si Ismael Rodríguez lo hubiera puesto en una obra maestra como Los hermanos del hierro; probablemente Infante iba hacia allá”.

Para Moheno, sí han existido otros ídolos y estrellas tan grandes como Infante. “Lo que pasa es que Pedro se convirtió en una figura mítica y por ende es visto con otros ojos”.

Sin embargo, la figura del macho romántico que él representa ya no debería ser parte de la identidad nacional. Como escribe Lagarde: “En la propuesta de la transformación subjetiva de las mujeres un elemento importante es decirle no al sufrimiento, no a la cultura romántica, no a la tragedia

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