Revista Cambio

Arquitecto de la política cultural

Por Rogelio Segoviano

 

Decía Rafael Tovar y de Teresa que tan importante era la cultura en la vida de los mexicanos que esta debía ser considerada “un tema de seguridad nacional”, y que los objetivos de una política cultural “no pueden cambiar, porque no cambia la riqueza y diversidad cultural del país”. Es por eso que gran parte de la vida pública y privada de este funcionario –quien falleciera a consecuencia de cáncer en la columna vertebral la madrugada del pasado sábado 10 de diciembre en el Hospital Central Militar de la Ciudad de México– la dedicara a ser un permanente promotor del quehacer artístico y cultural en todas sus facetas: desde financiar la publicación de un libro, invertir en la producción de una película u organizar una exposición pictórica, hasta la planeación y desarrollo de una majestuosa ciudad de las artes, la consolidación de un canal de televisión cultural o el lanzamiento de un ambicioso programa de becas para creadores.

Político atípico en su forma de hablar, vestir y actuar, el otrora ministro de Cultura de México podía ser lo mismo un hombre visionario con proyectos de vanguardia que ese intelectual contagiado con el virus de los burócratas ligados al poder que solo buscan perpetuar sus espacios y privilegios.

Para muchos, Rafael Tovar y de Teresa fue el verdadero arquitecto de la política cultural que ha regido nuestro país en las últimas tres décadas, pues además de ser nombrado presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en dos diferentes administraciones, fue también el principal promotor y primer titular de la Secretaría de Cultura, dependencia creada apenas el año pasado por el presidente Enrique Peña Nieto. Incluso, el reconocido historiador Enrique Krauze dijo en el velorio de Tovar y de Teresa que este había sido “un extraordinario, sensible e inteligente funcionario público” que estaba a la altura de célebres e históricos personajes como los secretarios de Educación Pública Jaime Torres Bodet y José Vasconcelos.

Abogado, historiador, diplomático, escritor y hasta crítico de música en el periódico Novedades (allá en la década de los 70), Tovar y de Teresa falleció a los 62 años de edad a causa de un mieloma múltiple cancerígeno que atacó su columna vertebral y mermaba sus defensas, dijo el vocero de la Secretaría de Cultura, Miguel Ángel Pineda, quien informó que el político estuvo internado durante 14 días en un hospital de Phoenix, Arizona, previo a su llegada al Hospital Militar, en donde pasó dos días y lo sorprendió la muerte. Aunque desde mediados de este año se sabía extraoficialmente que Tovar y de Teresa padecía una grave enfermedad, la información nunca fue confirmada ni desmentida por el funcionario ni por la Secretaría de Cultura. Si bien sus apariciones en público eran escasas, trabajó hasta sus últimos días en sus oficinas en el barrio de Chimalistac, junto al mercado de las flores de San Ángel, y nunca se planteó su renuncia a la dependencia.

De acuerdo con algunos colaboradores cercanos y miembros de la comunidad intelectual, Rafael Tovar y de Teresa pasará a la historia como el fundador de diferentes instituciones como el Centro Nacional de las Artes, el Cana 22 de televisión abierta, el Sistema Nacional de Creadores, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), el Centro de la Imagen, el Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (Foprocine), el Sistema Nacional de Fomento Musical, el Fondo de Inversión y Estímulo al Cine (Fidecine) y la Secretaría de Cultura. Por si no fuera suficiente, también impulsó el Programa Nacional de Desarrollo Cultural Infantil “Alas y raíces a los niños”, que ya cuenta con más de 43 millones de beneficiarios entre la población infantil. El escritor y director de Difusión Cultural de la UNAM, Jorge Volpi, lo resumió en una sola y contundente frase: “Fue el mayor creador de instituciones culturales del México contemporáneo”.

“Es importante que se hagan obras de infraestructura cultural, aunque en el momento creen polémica, incertidumbres y dudas , al final, se trata de una inversión que vale la pena. Lo importante es aprovecharlas a plenitud”, se defendía Tovar y de Teresa cuando lo criticaban por tantas instituciones, programas e instalaciones que desarrollaba.

Hombre cordial con un particular gusto por la lectura, la historia, el cine y las bellas artes, el funcionario nunca ocultó su afición por la música y su debilidad por tocar el piano y comprar corbatas. Nació el 6 de abril de 1954 en la Ciudad de México, en el seno de una familia de estirpe porfiriana, tal y como él mismo lo deja ver en sus novelas históricas Paraíso es tu memoria, El último brindis de don Porfirio y De la paz al olvido. Porfirio Díaz y el final de un mundo.

En la década de los 80 Rafael Tovar y de Teresa se casó, en primeras nupcias, con Carmen Beatriz López Portillo Romano, hija del entonces presidente de México José López Portillo, con quien tuvo dos hijos: Rafael y Leonora (quien se casaría con el nieto del expresidente Gustavo Díaz Ordaz). Se casó en segundas nupcias con Mariana García Bárcenas Langenscheidt, con quien tuvo dos hijas: María y Natalia.

Además de ser titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y secretario de Cultura federal, el egresado de la carrera de leyes por la Universidad Autónoma Metropolitana también se desempeñó como asesor de la Secretaría de Relaciones Exteriores, director del Instituto Nacional de Bellas Artes, embajador de México en Italia y coordinador para los festejos del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución.

Los restos del funcionario público fueron velados y cremados en el Panteón Francés de la Ciudad de México. El lunes 12 de diciembre se le rindió un emotivo homenaje póstumo en el Centro Nacional de las Artes, sitio que bien pudiera ser considerado su más grande legado.

En diferentes ocasiones, el secretario de Cultura dejó muy claro que, aunque él ya no estuviera al frente de la dependencia, una adecuada política cultural debería estar integrada por cuatro proyectos estratégicos: “Uno, la necesidad de dar una dimensión social al trabajo cultural; dos, reconocer las herramientas que nos puedan ayudar a cumplir esos objetivos; tres, utilizar de manera plena la infraestructura para desarrollar una vida cultural intensa, aprovechando al máximo el capital que tenemos; y cuatro, proyectar la imagen de México en el exterior de manera más positiva”. Descanse en paz…