Revista Cambio

Juglar del asfalto

Ramón J. Martínez, originario de Úbeda, en la provincia de Jaén, no imaginaba que algún día llegaría a ser uno de los artistas españoles más importantes e influyentes de las últimas décadas. Tampoco imaginaba que cambiaría su nombre por el de Joaquín Sabina –utilizaría el apellido de doña Adela, su mamá– antes de cumplir 20 años, a finales de los 60. Lo que sí sabía Ramón era que quería cambiar el mundo con poemas y derrocar al dictador Francisco Franco, de ahí que se afiliara al Partido Comunista, considerado ilegal por el gobierno español de la época.

Ramón –hijo de don Jerónimo, un severo policía que un Día de Reyes le regaló una guitarra– estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada y participaba en cuanta marcha de protesta podía, hasta que un día se vio obligado a exiliarse en Francia, pues su padre tenía la orden de capturarlo por participar en actos terroristas, tras arrojar una bomba molotov a la sucursal de un banco.

Luego de vivir unos meses en París, se mudó a Londres, en donde le dieron asilo político, pues de regresar a su patria, mientras Franco estuviera en el poder, pesaba sobre él la pena de muerte. Durante su estancia en la capital de Inglaterra dio refugio a miembros de ETA, situación de la que años más tarde se arrepentiría y ofrecería una disculpa pública (“yo tuve en mi casa a etarras y era gente encantadora que pegaban tiros en la nuca, algo que nos parecía una cosa muy graciosa en ese momento. Y hacíamos mal. Porque de aquellos polvos vinieron estos lodos”).

Es en esa etapa, en 1974, cuando Ramón Martínez decide dar un giro a su vida y comienza a escribir canciones, participa en obras de teatro y canta en cafés y vagones del Metro. Incluso, cuentan que en alguna ocasión el ex-Beatle George Harrison lo vio y le dio una propina de 5 libras cuando se presentaba en un bar llamado Mexicano-Taverna. En 1977, tras la muerte de Franco, dejó Londres para establecer su residencia definitiva en Madrid. Moría Ramón Martínez. Nacía Joaquín Sabina.

UN CORRIDO AL CHAPO

“Tú sabes que, como a ti, también me gusta mucho México –le dice Joaquín Sabina al escritor Arturo Pérez-Reverte–. Y quiero hacer un corrido del Chapo Guzmán a la manera de Los Tigres del Norte. Tú reflejaste muy bien ese mundo en la novela La reina del sur. ¡Y conociste a Kate del Castillo! Cuéntame cosas de ella. Cuéntame”.

Sabina y Pérez-Reverte sostienen una charla informal en la casa del músico, en Madrid, convocada en febrero de 2016 por el periódico El Mundo. Unos días antes, el peligroso narcotraficante Joaquín Guzmán Loera había sido recapturado en Sinaloa –era la segunda ocasión– por elementos de la Marina y el Ejército Mexicano. Las autoridades informaron que la ubicación del Chapo se logró luego de que la actriz mexicana Kate del Castillo y el actor estadounidense Sean Penn se reunieran con el capo en una montaña de Jalisco.

“Me sorprende, con lo mexicano que eres de corazón, que no hayas hecho todavía un corrido”, le responde Pérez-Reverte, quien agrega que “la historia del Chapo tiene fuerza. Y sí, conocí a Kate del Castillo. Sospecho que asumió tanto el personaje de La reina del sur que le quedó una curiosidad personal muy intensa por el mundo del narco. Eso hizo que la relación con el Chapo pudiese ser. Pero creo que fue un error. Hay una suerte de abducción de ese mundo y de esas figuras. Yo lo entiendo, porque desde fuera desprende una cierta fascinación”.

“Pues me tienes que ayudar con esa canción –revira Sabina–. Tengo ganas de contar México a través del Chapo, pero no quiero que me peguen dos tiros”.

NO ERES NADIE

“¿A Joaquín Sabina se le llega a subir la fama a la cabeza?”, les pregunto a los músicos y compositores Panchito Varona y Antonio García de Diego, dos de los mejores amigos del cantautor español y también sus dos más cercanos colaboradores. Es octubre de 2016 y Panchito Varona y Antonio García de Diego están de visita en la Ciudad de México con sus Noches sabineras, un espectáculo íntimo y muy cálido con el que, guitarra en mano, desde hace una década recorren la mayor cantidad de ciudades posibles en España y América Latina, interpretando los éxitos de su compadre.

Entonces, ¿a Sabina se le sube la fama? Varona y García de Diego se miran entre sí y no dudan en afirmar con la cabeza. “Claro, como casi todas las celebridades, él también ha tenido sus episodios de grandeza y arrogancia”, responde Panchito, mientras Antonio aclara que es precisamente durante esos episodios cuando ellos intervienen para ayudarlo a poner nuevamente los pies en la tierra.

“Joaquín es un ser humano excepcional, sin embargo como todo ser humano también llega a tener sus momentos de debilidad. No es muy frecuente, pero el éxito y los halagos desmedidos han provocado que en algunos momentos de su carrera crea que es un artista que todo lo merece”, cuenta Panchito Varona, quien agrega que cuando eso pasa, “y sentimos que lo comenzamos a perder”, le recuerdan uno de los pasajes más bochornosos y aleccionadores que han vivido juntos.

Sucedió a mediados de los 90, cuando a Sabina lo invitaron a la gala de aniversario de una importante cadena de televisión en España y a la que también acudían otras celebridades de América y Europa. “En esa ocasión, los de la televisión enviaron una limusina en la cual trasladar a Joaquín al lugar del evento –recuerda García de Diego–. Y ahí vamos Panchito y yo acompañándolo”. Ya para llegar, las limosinas con los invitados se formaban a fin de que las estrellas bajaran de una en una y caminaran por una alfombra roja, en medio de una multitud que esperaba para pedir fotos y autógrafos. Pero antes de que los artistas bajaran del vehículo, un asistente de la producción se asomaba al auto para ver quién venía e informarle por un altavoz a la gente.

Así, luego de que el asistente echaba un vistazo a la limo, tomaba el micrófono y anunciaba: “¡Son las Spice
Girls…!”. La gente ovacionaba y decenas de fotógrafos de prensa preparaban sus cámaras. Enseguida se asomaba a la siguiente limo y anunciaba: “¡Es Ricky Martin…!”. Y otra vez la gente gritaba y se ponía histérica. Y se asomaba al siguiente auto: “¡Es Alejandro Sanz…!”, y otra ovación. “Entonces era el turno de Joaquín, pero cuando el tío este del micrófono se asoma, se le queda viendo unos instantes. Luego nos mira a nosotros, se voltea y les dice a todos:
‘Ni se emocionen, aquí no viene nadie… Ellos no son nadie, pero me han informado que en el automóvil de atrás vienen juntos Miguel Bosé y Shakira’ ”, cuenta Panchito.

“Ahora –remata Antonio–, cada vez que a Joaquín se le quiere subir el apellido, sólo le decimos: ‘Acuérdate que no eres nadie, ya lo dijo el chaval del altavoz’, y de inmediato le regresan los pies al piso”.

MUSAS CON VÁRICES

Desde hace ocho años Joaquín Sabina no lanzaba un disco de estudio con canciones inéditas en el que no estuviera acompañado por otros artistas. En 2017 el cantautor lanza Lo niego todo, el álbum número 25 en su carrera, en el que ha decidido prescindir de Panchito Varona y Antonio García de Diego, sus eternos colaboradores –sin que esto signifique un rompimiento con ellos– a fin de encargar la producción del disco a Leiva, un joven rockero español, ex integrante de la banda Pereza, con quien espera reencontrase con las nuevas generaciones.

Durante la presentación en Madrid de esta producción discográfica, Sabina comentó que los doce temas de su nuevo álbum fueron hechos “en un clima raro que hacía tiempo que no sentía. Durante el proceso de creación me remonté 15 años atrás para encontrar las mismas sensaciones de intensidad y felicidad creativa de antes”. El músico agregó que luego de la muerte de Leonard Cohen, Prince y David Bowie, muchas musas habían quedado huérfanas, “y digamos que a las mías les habían salido varices y les olía el aliento”.

Lo niego todo sale a la luz junto con una gira de conciertos por América Latina, que incluyen cuatro presentaciones en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México (14, 16, 23 y 28 de mayo). También surge en un momento en el que Sabina se ve involucrado en un escándalo de evasión de impuestos en España; una polémica entre intelectuales cercanos al artista con grupos feministas que consideran “machistas” las letras de varias de sus canciones, y muchas especulaciones en torno a su frágil estado de salud.

De hecho, las suposiciones respecto a su condición médica surgieron cuando él mismo declaró en Argentina, en una entrevista con el diario El Clarín, que se encontraba en el otoño de su vida. “Piensas con 68 años en lo poquito que te queda. Sobre todo si has llevado una vida con más excesos que medida”.

Y remataba: “No tengo miedo a morir, sino al deterioro. Me aguanto el sufrimiento. Por ejemplo, pienso: Podría vivir sordo y en silla de ruedas. No podría vivir ciego, porque soy voyeur. No podría leer. Sin lucidez tampoco. Una vida sin conciencia no es vida. Toda mi gente ya sabe lo que tiene que hacer. Ni bien empiece a decir tonterías, que me administren una dosis importante de lo que sea y que me dejen morir sin sufrir… Eutanasia”.