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Un día como hoy murió Álvaro Obregón

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Revolucionario mexicano que alcanzó la presidencia de la República (1920-1924). Al general Álvaro Obregón (19 de febrero de 1880- 17 de julio de 1928) corresponde gran parte del mérito de haber acabado con la violencia revolucionaria que conmovió la vida de México durante diez dramáticos años. Después de destacar como uno de los más hábiles estrategas en el campo de batalla, cuando ocupó la presidencia del país se mostró como un político inteligente y enérgico, iniciando la institucionalización de las conquistas sociales postuladas por la Revolución y logrando importantes avances en política exterior.

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Hijo de Francisco Obregón, un modesto agricultor, y de Cenobia Salido, desde muy pequeño se familiarizó con las faenas del campo, tareas que alternó con sus estudios primarios. Acabados éstos y ya adolescente, trabajó en una hacienda de Huatabampo durante unos años. Al cumplir los dieciocho de edad entró a trabajar en un ingenio de Novolato, en el Estado de Sinaloa, donde permaneció muy poco tiempo, antes de volver a las labores agrícolas.

El joven Álvaro se mostró siempre como un muchacho trabajador e inteligente, dotado de una gran personalidad. En 1903, a los veintitrés años, casó con Refugio Urrea, y dos años más tarde adquirió un pequeño rancho a orillas del río Mayo. Los años siguientes fueron esforzados y también dolorosos a causa del fallecimiento de su esposa, que le había dado dos hijos, Humberto y Refugio. Si bien era un hombre hecho para el sacrificio, no lo era sin embargo para la soledad, y el 2 de marzo de 1916 contraería nuevo matrimonio con María Tapia, una hermosa mujer que le daría siete hijos más.

El estallido en 1910 de la Revolución mexicana llevaría a la presidencia a Francisco I. Madero (1911-1913), a cuyo proyecto reformista y progresista se adhirió Álvaro Obregón. Fue elegido presidente municipal de Huatabampo y, en 1912, bajo el mando del general Agustín Sanginés, luchó contra el general Pascual Orozco en Chihuahua, con el grado de teniente coronel. El agricultor había decidido canjear el arado por las armas. Desde sus primeras acciones militares, Álvaro Obregón demostró gran talento como estratega, lo que le dio considerable prestigio dentro del ejército.

El general de Carranza

Cuando en febrero de 1913 Victoriano Huerta depuso a Madero e instauró una dictadura contrarrevolucionaria (1913-1914), Álvaro Obregón tomó partido por José María Maytorena y, reconociendo como jefe de la Revolución a Venustiano Carranza, combatió en el bando constitucionalista. En una serie de eficaces golpes y planificadas batallas derrotó a los federales del norte del país, asegurando con ello un amplio territorio fronterizo con Estados Unidos.

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Nombrado jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste, el ya general Obregón invadió Sinaloa y tomó Culiacán en noviembre de 1913. Después de un intensivo entrenamiento de sus tropas y de que se repararan las líneas ferroviarias, que le aseguraban el transporte para la nueva campaña, Obregón marchó hacia el sur, sitió Mazatlán y continuó su avance hacia Jalisco. Con una serie de sorprendentes movimientos tácticos infligió a las tropas huertistas dos espectaculares derrotas en Orendáin y El Castillo y, poco después, tomó Guadalajara.

Tras firmar con Eduardo Iturbide, el 10 de agosto de 1914, los acuerdos de Teoloyucan, que establecían la entrada del Ejército Constitucionalista en la capital y las condiciones de rendición y disolución del derrotado ejército de Victoriano Huerta, Obregón entró en Ciudad de México. Venustiano Carranza ocupó la presidencia, pero los revolucionarios agraristas Pancho Villa y Emiliano Zapata rechazaron su autoridad.

El general Obregón intentó dialogar con Villa para resolver la conflictiva situación, pero el caudillo del norte logró apresarlo y estuvo, incluso, a punto de fusilarlo. Una vez concluida la convención de Aguascalientes, en octubre de 1914, Carranza se retiró a Veracruz, donde instaló su gobierno, y Álvaro Obregón le siguió en calidad de jefe del Ejército de Operaciones, permitiendo la entrada de Pancho Villa y Emiliano Zapata en la capital.

Después de derrotar a las tropas de Emiliano Zapata, Obregón entró nuevamente en Ciudad de México y, en un gesto que ejemplificaba su decisión de acabar con las insurrecciones, se dejó crecer la barba y anunció que no se la quitaría hasta no derrotar definitivamente a Pancho Villa. Obregón cumplió con su promesa tras vencer a los villistas en cuatro importantes batallas que tuvieron lugar en 1915. Los dos enfrentamientos de Celaya, ocurridos en abril, la batalla de Silao y León, en la que perdió un brazo, entre el 1 y el 5 de junio, y la librada en las proximidades de Aguascalientes, entre el 6 y el 10 de julio, fueron todas modelos de planificación táctica y estratégica.

Del ejército a la política

Pero más que su triunfo militar sobre las huestes del Centauro del Norte, lo que realmente consolidó la posición de Obregón y proyectó su figura como caudillo nacional fue la victoria política que obtuvo al decretar una ley de salarios mínimos en varios estados norteños. Tras sus fulgurantes éxitos militares y la pacificación del norte del país, donde logró reducir el poderío de Pancho Villa a meras acciones guerrilleras, el general Obregón ocupó, entre marzo de 1916 y mayo de 1917, la Secretaría de Guerra y Marina.

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Durante ese año debió enfrentar una crisis con Estados Unidos, provocada por las incursiones de Villa en el territorio de ese país, sobre todo a raíz del asalto a la localidad norteamericana de Columbus. También en ese período fundó la Academia de Estado Mayor y la Escuela Médico Militar.

Con la sanción de la Constitución de 1917, Álvaro Obregón consideró que la etapa militar de la Revolución había acabado y que la República ya contaba con un instrumento fundamental para su reorganización. Se retiró entonces a su hacienda de Navojoa. Durante algo más de un año este hombre corpulento, de rostro redondo, frente despejada, bigote rotundo y mirada penetrante, dedicó su tiempo a las tareas agrícolas y a instrumentar los medios para obtener mejores beneficios de los productos del campo. Con tal fin creó en Navojoa la Agencia Comercial y la Liga Garbancera.

Pero Obregón seguía atento a lo que sucedía en el país y, al ver que las conquistas revolucionarias no sólo no se profundizaban sino que corrían peligro de ser destruidas por los conservadores, decidió presentar su candidatura a la presidencia de la República en las elecciones de 1920.

Aunque toda la clase dirigente conocía sus razones, el 1 de junio de 1919 las explicó al pueblo en un memorable manifiesto: “Muchos de los hombres de más alto relieve dentro del orden militar y del orden civil han desvirtuado completamente las tendencias del movimiento revolucionario, dedicando todas sus actividades a improvisar fortunas, alquilando plumas que los absuelvan falsamente en nombre de la opinión pública”. Y entre esos hombres estaba aquel al que Obregón había defendido y ayudado a llegar a la presidencia, Venustiano Carranza, y contra quien se rebeló por el Plan de Agua Prieta, el 23 de abril de 1920.

La presidencia de Obregón (1920-1924)

Un mes después del pronunciamiento de Agua Prieta, las tropas carrancistas fueron derrotadas y su caudillo asesinado en Tlaxcalantongo. En septiembre se celebraron las elecciones y el general Álvaro Obregón obtuvo una rotunda victoria, que le permitió asumir la presidencia para el período de 1920-1924.

La década de los años veinte estuvo marcada por la poderosa energía de Álvaro Obregón y de Plutarco Elías Calles, que se alternaron en el poder con la férrea voluntad de reconstruir el país. En el momento de la asunción de Obregón, México estaba agotado por diez años de revolución. Más de un millón de personas habían muerto, la producción agrícola era escasa en proporción a la potencialidad del país, los caminos, las vías férreas y las comunicaciones habían sido destrozadas, la deuda exterior era cuantiosa, la situación de campesinos y obreros seguía siendo lastimosa y el caos alcanzaba todos los estamentos administrativos.

Sin embargo, las producciones minera y petrolífera eran considerables y México podía afrontar con éxito su reconstrucción. “En estos momentos, nada es más importante que la paz social y la estabilidad política” dijo el general Obregón, coincidiendo con su gran aliado, Plutarco Elías Calles. De este modo, el presidente Álvaro Obregón se abocó, con el apoyo del ejército y en un clima de libertad de opinión, a una política radical que contribuyó a levantar el país sobre bases sólidas.

Una vez en la presidencia, Obregón intentó dar un impulso a la reforma agraria expropiando latifundios y tierras mal cultivadas que repartió entre los campesinos; apoyó y subvencionó las organizaciones obreras como la CROM (Confederación Regional Obrera Mexicana) y la CGT (Confederación General de Trabajadores); fundó el Banco único; restableció la Secretaría de Educación y construyó centenares de escuelas para consolidar la enseñanza pública; reparó y construyó miles de kilómetros de líneas férreas y telegráficas; redujo los efectivos del ejército; renegoció la deuda exterior y, no sin esfuerzos, consiguió el reconocimiento internacional, salvo el de Gran Bretaña.

El gobierno de Obregón tuvo su punto conflictivo en la política anticlerical que Plutarco Elías Calles llevó desde la Secretaría de Educación, que provocó el trágico choque entre católicos y socialistas en Morelia (donde murieron cincuenta personas) y la expulsión de los delegados pontificios. Al finalizar su mandato, Obregón se retiró a Sonora hasta 1927, cuando, a instancias de Plutarco Elías Calles, el Congreso modificó la Constitución para permitir su reelección. A pesar de las protestas, los atentados y una sublevación católica por esa decisión, Álvaro Obregón aceptó el reto presentándose nuevamente a las elecciones del 1 de julio de 1928, en las que ganó por amplia mayoría.

Sin embargo, Obregón no llegaría a gobernar. Mientras comía con sus correligionarios en el restaurante La Bombilla, en villa de San Ángel, D.F. de México, un fanático católico llamado José de León Toral lo asesinó. De este modo violento acabó la vida del hombre que, después de diez años de guerra civil, había procurado dar paz y estabilidad a su patria.

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