Revista Cambio

Activismo hecho a mano

POR ÉMILIEN BRUNET / BRUSELAS, BÉLGICA

“La belleza no está solamente en el ojo del observador. Nuestras prendas no podrán ser jamás verdaderamente hermosas si ocultan la realidad de la explotación de los trabajadores”. Este mensaje, escrito a mano, fue enrollado cuidadosamente en un papelito blanco, que amarrado con un listón morado fue metido secretamente en el bolsillo de alguna prenda de vestir ofrecida en una de las famosas tiendas cercanas a la pasada Fashion Week de Londres, una de las citas más esperadas dentro del mundo de la moda.

Otro pequeño mensaje decía: “Si la ropa pudiera hablar, le pediría considerar a las personas que la hacen, sus condiciones de trabajo e interesarse en los derechos humanos. Esto muestra que el activismo no es gritar a los cuatro vientos, y que puede amablemente provocarlo desde sus bolsillos”.

Las autoras de tan singular acción de shopdropping fueron las integrantes del Craftivist Collective, un grupo del movimiento craftivista fundado en 2009 por Sarah Corbett en la capital británica, y que ya cuenta con más de 1 000 participantes a nivel internacional.

Ese colectivo de craftivistas –contracción de las palabras craft (“manualidades” en inglés) y activistas–, había realizado una acción similar en la semana de la moda de Estocolmo en 2014, donde les proponían a los consumidores que tomaran conciencia sobre la precaria situación laboral de quienes fabrican las prendas que gustan lucir.

En su sitio de Internet, el Craftivist Collective define sus acciones como: “Más que el uso alternativo de las manualidades, el tejido o el bordado: nuestra protesta amable tiene por objetivo cambiar el mundo con acciones intencionadas y razonadas que provoquen la reflexión y la conversación respetuosa en lugar de la agresión y la división”.

Corbett descubrió el craftivismo cuando bordaba durante un largo viaje en tren. De carácter introvertido, ella estaba cansada de las formas tradicionales del activismo en su trabajo con la organización Oxfam. Pero al empezar a bordar se calmó, pensó más claramente y se sintió empoderada: “Comencé a dejar pequeñas piezas de arte urbano provocativo en mi vecindario. Bordé un pañuelo con un mensaje personal para una política local. Lo sentí mucho más respetuoso que gritarle en la cara. Con el tiempo nos convertimos en amigas críticas y no en enemigas beligerantes”.

Protesta “silenciosa”

El término craftivismo fue acuñado a principios de la década de los 2000 por la escritora y socióloga estadounidense Betsy Greer, que buscaba sustituir los megáfonos por las agujas, el hilo y el estambre.

“Siempre pensé que el activismo era algo que involucraba sostener una pancarta o gritar”, comentó en su momento Greer, hoy de 43 años, al portal Washington City Paper. “Lo había hecho antes y realmente no me gustaba. Una vez estaba tejiendo en mi departamento y pensé: ‘¿Cómo se puede usar esto para el cambio? ¿Cómo puede ser silencioso el activismo?’”.

Ella está convencida de que una o un craftivista marca una diferencia cada vez que participa en una tarea artesanal con el propósito de luchar contra el materialismo o elaborar piezas para causas benéficas.

El movimiento se ha expandido por todo el planeta y enarbola muchos tipos de protestas: hay craftivismo de género –en México está Bordando Feminicidios—, ecologista, antoconsumista o pacifista.

¿Ejemplos? Desde la impresionante instalación Pink M.24 de la danesa Marianne Jorgensen, que en 2006 cubrió un tanque con miles de pequeños tejidos de estambre rosa a fin de protestar en contra de la intervención militar de su país en Irak, hasta el Pussyhat Project que en Estados Unidos ayudó a abastecer con cientos de miles de famosos gorros rosas las manifestaciones femeninas contra el machismo del presidente Donald Trump.

Una iniciativa que ganó mucha simpatía es el Blood Bag Project, a través del cual el artista textil Leigh Bowser ha invitado a la gente a crear con tela y estambre bolsas como las que se usan en las transfusiones de sangre. Busca así concientizar a la sociedad sobre la anemia de Diamond-Blackfan, una rara enfermedad hereditaria que impide a la médula ósea producir células sanguíneas, y que afecta a su pequeña sobrina Chloe.

El propósito de Bowser es animar la donación de sangre y médula ósea, no de dinero. “Tan pronto envías un cheque, la conversación terminó. El craftivismo se trata de abrir diálogos y no de cerrarlos”, señala Greer, quien dedica a esa campaña un espacio de su más reciente libro, Craftivism: the art of craft and activism.

Pero también existe una rama del movimiento más decorativa y que interviene elementos de la ciudad con el objetivo de embellecer árboles, postes de alumbrado, rejas, mobiliario urbano, etcétera, con acciones muy vinculadas al arte callejero. Y es que para sus seguidoras y seguidores, el sólo hecho de crear con las manos es ya una consigna contra la sociedad de consumo.

Craftivismo mexicano

En México también han aparecido expresiones de “creaftivismo” con reconocimiento internacional. Bordados por la Paz se ha caracterizado por visibilizar a las víctimas de la llamada guerra contra el narcotráfico, en particular a los miles de desaparecidos.

Concebida como una actividad artística-colectiva cuya finalidad es crear “un espacio para repensar la situación (de violencia) que atraviesa México”, la acción de Bordados por la Paz consiste en bordar pañuelos blancos con algunos de los nombres de los muertos o desaparecidos a causa de tal guerra, un texto con la descripción de lo sucedido, el lugar y fecha del trágico evento, así como el nombre de quien bordó y en dónde.

Sus integrantes utilizan hilo rojo para los muertos y verde para los desaparecidos, de esa manera simbolizan la esperanza de que regresen vivos.

Por su parte, el colectivo Bordamos por la Paz también se dedicó a tejer en trozos de tela pensamientos a la memoria de los desaparecidos, en especial de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Una vez terminada la pieza, se subía una fotografía a las redes sociales. Ambos proyectos fueron expuestos en países europeos y en Estados Unidos.

“En México están pasando cosas muy tristes. Teníamos que hacer algo”, comenta Christine Moderdacher, quien hizo posible en 2012 traer a Bélgica una exposición con 12 pañuelos del colectivo mexicano de craftivistas.

En otra tonalidad se ubica la artista visual Amor Muñoz, que desarrolla proyectos donde combina arte, tecnología y trabajo social. La propia Greer llegó a escribir en el blog de la empresa estadounidense Creative Live sobre dos de sus más recientes experimentos, titulados Maquila Región 4 y Yuca_Tech.

En el primero, Muñoz montó en un triciclo de carga una minifábrica móvil. Entonces pagó siete dólares por cada hora de trabajo –en lugar de los 60 centavos que paga normalmente una maquila– a las personas que bordaron circuitos con hilos conductores, gracias a los cuales sonaría una alarma cuando se conectaran.

Se añadió a cada pieza un tipo de código de barras que dio acceso con cualquier teléfono inteligente a información sobre el trabajador que bordó y a una fotografía suya.

“El trabajador es el componente invisible en el sistema de producción”, explica Muñoz en el artículo de Greer.

El segundo proyecto se llevó a cabo en Yucatán con mujeres mayas, a quienes enseñó a bordar, con telares tradicionales, pequeños páneles solares con 16 células fotovoltaicas flexibles. Y en otro pueblo, sin servicio de electricidad, creó con mujeres de la comunidad sombreros y sandalias luminosas con emisores de luz led que les permitió caminar en la oscuridad.

“Es a través de proyectos como esos que Muñoz usa verdaderamente su labor para conectar con otros, por lo que cuando me dice que ‘el punto es que ese tipo de trabajo incluye a las personas’, yo le creo”, concluye la fundadora del craftivismo, una expresión que llegó para quedarse.