Revista Cambio

Besos fríos, novias de gel

Unos dicen que es soledad al extremo. Otros que es la sociedad contemporánea tocando fondo. Que es perverso. Que ellas son ese ejército femenino cosificado que resume todos nuestros pecados y acabará por deshumanizarnos completamente. Y uno no puede dejar de pensar en eso mientras le roza la boca a una de ellas, los labios, la curva de las caderas, los senos redondos de silicón lustroso, de una suavidad imposible. Y casi excitante.

Desde que inauguraron la primera agencia de modelos en febrero pasado, en pleno centro de Barcelona, los curiosos, los morbosos y los furiosos pulularon por igual alrededor de Lumidolls, el primer prostíbulo de muñecas sexuales de tamaño real en toda Europa que, a decir de los vecinos, fue un éxito contundente.

Porque el diablo, ya se sabe, puede adquirir las formas sensuales de una tailandesa casi niña, de una escultural caucásica de senos desbordantes o de una complaciente anime japonés de perversión ilimitada, como son Katy, Aki, Lily, Kanda o Niky, que por 80 euros la media hora (unos 1 700 pesos), dice “Sí” a todo. A todo.

Son prostitutas de elastómero termoplástico, un material que todos conocen muy bien, porque con este se fabrican ahora muchos utensilios de cocina, como los moldes para pastel y panecillos, las brochitas para untar la mantequilla, las espátulas que resisten altas temperaturas sin quemarse y que son suaves al tacto, manejables y resistentes, como estas muñecas sexuales.

Son amazonas totalmente realistas. Se comprueba al tocarlas, al sentirlas: mueven las piernas y los brazos gracias a ligeros alambres. La suavidad de la piel es tal, que el tacto estremece, sobre todo si se toca con las manos apropiadamente humedecidas con aceites especiales. Sus cavidades, oral, vaginal y anal, aunque no parecen reales, son mucho más sofisticadas que las de sus abuelas: las muñecas inflables creadas a principios del siglo XX y masificadas (según cuenta la leyenda) durante la Segunda Guerra Mundial por los ejércitos germanos de Hitler.

Esta nueva generación de chicas de elastómetro llegó a Europa procedente de Asia, principalmente Japón y Tailandia, donde se manufacturan desde mediados de la primera década del siglo, y hoy se han convertido en la sensación de una sociedad cada vez menos escandalizada con los avances en materia de artículos eróticos.

“Todos los días había hombres. A todas horas se acercaban por aquí, incluso después de la medianoche, cuando se suponía que ya estaba cerrado el local. Era una locura”, dice la mexicana Verónica Espinoza, vecina del antiguo edificio en la zona del Barrio Gótico, en Ciutat Vella, donde Lumidolls abrió el primer club.

Fue tal el éxito, inmediato, que incluso provocó el cierre temporal del lugar, cuando las autoridades del ayuntamiento barcelonés detectaron que la empresa no tenía permisos para operar un prostíbulo.

Tras un cierre temporal, la empresa decidió reabrir un local más discreto (por no decir clandestino) que el anterior, el cual funciona mediante citas personales –que suponen casi una odisea– realizadas a través de su página web o vía correo electrónico.

Ya no se confían: rechazan las entrevistas, porque fue la amplia difusión mediática que recibió el primer burdel lo que provocó su clausura. “Le agradeceremos que nos informe con más detalles, para poder valorarlo. ¿Qué tipo de reportaje desea hacer exactamente?”, fue su respuesta ante la petición, antes del total silencio.

Afortunadamente, tras el éxito de Lumidolls de inmediato surgieron otras agencias que ofrecen el mismo servicio, en esta y otras ciudades de España.

Una de ellas, Wodabee Real Dolls, amplió el espectro de las prostitutas de gel y dio el siguiente paso: venderlas directamente al público mediante un amplio catálogo que, además de las chicas con apariencia asiática o caucásica, también integró una nueva gama: muñecas con rasgos africoamericanos, otras con rasgos mestizos o latinos y al primer modelo masculino: un muñeco llamado Justin, de 1.60 centímetros de estatura, casi 30 kilogramos de peso y un pene plástico de 20 centímetros de longitud. Todo un atlas musculoso y de labios turgentes, también de elastómetro.

Víctor García, uno de los fundadores de Wodabee, comparte en su blog algunas razones que motivaron a la creación de la línea comercial: “En un país como España, con más de 4 millones de personas viviendo solas, entendimos que nuestras real dolls podían ejercer una función terapéutica para aquellas personas con dificultades de sociabilización o patologías sociales, para las que establecer relaciones es un infierno”, anotó.

Incluso difundió una especie de código de ética, sobre las intenciones de su empresa:

1. Que el uso de sus muñecas reales sirva de apoyo y no para cosificar a las mujeres, para lo cual ofrecen figuras de todos tipos, así como modelos masculinos con “cuerpos variados y no estandarizados”.

2. Rechazan que las muñecas se usen para reforzar la violencia contra las mujeres bajo el lema “No son un saco de boxeo”.

3. No fabrican cuerpos inferiores a 140 centímetros o aspecto infantil, que puedan derivar en actitudes delictivas como la pederastia.

Sin embargo, lo cierto es que, pese al listado de buenas intenciones, el catálogo de la empresa es un muestrario de figuras estandarizadas: muñecas que representan a mujeres de curvas delirantes, pechos grandes, bocas carnosas, nalgas protuberantes y cinturas breves, poco humanas. Eso sí, todas con certificados de calidad para su distribución en la Unión Europea, aclara la empresa.

¿Es este fenómeno el principio del fin de la decadencia humana, como advierten por separado grupos feministas, conservadores, izquierdistas y clericales?

Si se toma en cuenta que los registros históricos más antiguos respecto al uso de juguetes sexuales identifican objetos que datan de 200 años antes de nuestra era, la perspectiva podría ser menos apocalíptica.

La cultura china ancestral, quizá una de las más adelantadas en cuanto al uso de artículos de estimulación sexual, heredó a la humanidad una gran cantidad de instrumentos: desde anillos y figuras fálicas, pasando por las bolas chinas para la estimulación vaginal y anal, hasta una amplia gama de aceites y látigos, cuerdas y objetos de madera con usos sadomasoquistas.

El debate está abierto y seguirá: los avances de la informática y la ingeniería aún le deparan al mundo más sorpresas en el negocio del sexo, una industria que mueve más de 30000 millones de dólares al año.

En Inglaterra, el diario The Guardian difundió en abril pasado que ya se prepara la venta, para finales de este año, de los primeros modelos de robots sexuales que, por 15 000 libras (unos 375 000 pesos) ofrecerán compañía sexual cibernética que hable, aprenda y nunca diga “No”. En la misma ruta trabaja el científico español Sergi Santos quien, de acuerdo con el diario La Vanguardia, lleva años desarrollando a Samantha, una muñeca inteligente de compañía, incluso sexual, que interactuará con las personas y podría incluso “llegar al orgasmo”.

Pasar un rato íntimo con un objeto que, por más suavidad que posea, tiene labios fríos, es silencioso y permanece inerte, puede ser poco atractivo. Sobre todo si tras esos momentos especiales resulta particularmente peligroso, muy peligroso, quedarse recostado en la cama y disfrutar de un delicioso y reconfortante cigarro.