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Vacas o soya, he ahí el dilema

70 % de la producción vacuna en la Argentina es de engorda en corrales, con animales hacinados y medicados. ¿Sabías que el villano de esta historia suele ser la base de la dieta de muchos vegetarianos?
10 de Septiembre 2017
Especial
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POR DIEGO JEMIO / BUENOS AIRES, ARGENTINA
Allá lejos y hace tiempo, Argentina era el gran exportador de carne vacuna del mundo. Sus animales –un promedio de 1.2 vacas por cada habitante de un país con 40 millones de personas– pastaban con tranquilidad en la interminable llanura pampeana. En todo el planeta valoraban su carne tierna y de pastura, con la que se cocinan los gloriosos asados, un signo indudable de identidad de la gastronomía de este país sudamericano. Pero esa imagen idílica de la vaca en la llanura infinita se acabó.
A mediados de los 90, el gobierno del expresidente Carlos Menem autorizó en un trámite exprés el ingreso de la soya transgénica, basado en estudios de Monsanto. Por supuesto, eso produjo récord de desmontes, desalojos de comunidades y problemas de salud en las comunidades aledañas. La ecuación fue clara: la soya rentable en el mundo necesitaba el espacio que las vacas ocupaban con su rumiar tranquilo. El resultado fue un cambio del ciclo productivo, con la instalación de decenas de feedlot, un modelo de producción basado en los engordes intensivos de corral. Así, la alimentación cambió de pasto a granos enteros de maíz, y las condiciones de los animales pasaron a ser lamentables, con un impacto también en la vida de las personas y de los suelos. En total, se calcula que en la Argentina la engorda de corral alcanza al 70 % del total de la faena. Un escenario de gran productividad por hectárea, pero bastante alejado del vergel de hace algunos lustros.

La capital del feedlot

Saladillo es una ciudad ubicada al sur del río Salado, en el centro de la provincia de Buenos Aires, a unos 200 kilómetros de la capital argentina. Su historia resume la del modelo soyero y de feedlot en la Argentina. A partir de la segunda década del siglo XIX, fue una de las poblaciones más ricas de provincia, a raíz de las estancias ganaderas. Hoy es tierra soyera por excelencia y de corrales de engorda. La ciudad de menos de 30 000 habitantes llegó a tener 12 corrales, con alrededor de 10 000 animales cada uno.
“Cuando ganó el modelo de la soya transgénica, los animales fueron a parar a los potreros porque la tierra comenzó a ser ocupada por la soya. La engorda a corral apareció alrededor del año 2000. Argentina fue reconocida siempre por la carne que producía, pero el escenario cambió”, cuenta Gabriel Arisnabarreta, ingeniero agrónomo e integrante de la organización ciudadana Ecos de Saladillo.
La localidad de la provincia de Buenos Aires está en una zona baja sin pendientes –los problemas de inundación son frecuentes– y con napas de agua cercanas a la superficie. La lógica indicaría que no es un territorio apto para un emprendimiento que tiene 10 000 vacas orinando y defecando en un espacio reducido. Pero el dinero pudo más y las granjas se instalaron cerca de zonas urbanas, donde los vecinos comenzaron a padecer sus efectos.
“La gente que vivía cerca de los corrales tuvo que irse. Muchos de ellos tenían almacenes de campo, a una distancia muy corta de las vacas. Fueron invadidos por las ratas, las moscas, y el olor era insoportable. ¿Quién iba a comprar comida en un lugar así?”, agregó Arisnabarreta, que junto a otros integrantes de la organización produjo el documental En carne propia.
A medida que crecían los corrales, comenzaron a sumarse las denuncias de sus exempleados en el Juzgado de Paz de Saladillo. En la mayoría de los casos orinaban sangre y tenían problemas hepáticos debido a enfermedades provocadas por las ratas.

Rentabilidad mata salud
Para las personas que compran el producto en supermercados y carnicerías, es casi imposible mirar este problema desde su dimensión real porque les resulta difícil distinguir la carne de corral de la de pastura. Sólo un ojo entrenado podría, un ojo como el de Raúl Enrique Botessi.

Raúl es profesor de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e integrante de la Cooperativa Iriarte Verde, un espacio autogestionado que construye lazos sociales con pequeños productores de alimentos. Por eso puede explicar fácilmente las diferencias entre la producción de las carnes, además de los riesgos de consumir la de corral, a raíz de la cantidad de antibióticos utilizados.

“La vaca come pasto. Su cuerpo y sus estómagos están diseñados para eso. La carne de pastura tiene menos grasas saturadas y colesterol, además de aportar Omega 3 y 6, muy beneficiosos para el organismo. Por otra parte, aporta ácido linoleico, que tiene efectos protectores contra algunos tumores cancerosos. El animal de corral, al alimentarse con granos, cambia su dieta y su condición de vida; debe producir un cambio en las bacterias de sus estómagos a fin de transformar los granos en alimentos. Son muy frecuentes los problemas de alimentación al no poder adaptarse a una nueva dieta inusual para la raza”, explica el agrónomo.

Otro de los puntos más polémicos es el uso de medicamentos, en especial los antibióticos. “Son necesarios –agrega Botessi– para evitar el contagio de bacterias, algo que sucede por el hacinamiento. Permanentemente, en la dieta de los animales incorporan antibióticos, que son excretados al medio. Con el tiempo, las bacterias se hacen resistentes y se necesita una mayor cantidad de antibióticos para enfrentarlas. Hay gente que todavía dice que la producción a corral es más rentable que la de pastura. ¿Y el gasto en salud de los humanos?”.

El problema para las personas que compran la carne en las ciudades es que no es fácil distinguir una de la otra, y eso es un asunto de leyes. En la Argentina, los comercios no están obligados a informar la forma de producción. Una de las características que las diferencia es la coloración de la grasa. Los animales de feedlot tienen una grasa muy blanca, mientras que los de pastura presentan una tonalidad amarillenta.

En una reciente entrevista, Solange Preuss, de la Cámara Argentina del Feedlot (CAF), habló de la necesidad de disminuir el impacto ambiental y mejorar la productividad. “Se puede disminuir el olor con las cortinas forestales para que no vaya a los pueblos. Pero es el único impacto ambiental negativo que no se puede eliminar. La limpieza de los corrales no se debe hacer cuando hay lluvias porque se puede romper la permeabilización del suelo y si esto ocurre, puede contaminar las napas, que sería peor”, explica.

Por su parte, Arisnabarreta sale al cruce de la CAF. “Tratan de maquillar el tema. El problema central es el modelo. En un engorde de corral, con 10 000 animales de un promedio de 200 kilos cada uno, se produce una gran cantidad de orín y excrementos. Se necesitaría una planta de tratamiento cloacal en cada lugar en el que existe un feedlot. Ellos sólo piensan en la rentabilidad”.

No sólo Arisnabarreta, de Ecos de Saladillo, y Botessi de la UBA advierten sobre los riesgos de la carne de feedlot. El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) realizaron investigaciones que señalaban las notorias diferencias en la calidad del alimento respecto de la forma tradicional de pastura. Claro que el cambio debe ser global y cultural. “No todo lo que es rentable es bueno para la salud. Es el parámetro que hay que empezar a evaluar. Lo que no gastamos en producción de carne lo vamos a tener que pagar en salud pública”, finaliza Botessi.

Allá lejos y hace tiempo, Argentina era el principal exportador de carne del mundo. Hoy ocupa el puesto número 11. Quizá ese no sea el problema más grave, sino el avance de la frontera agropecuaria, en el que manda el sistema soyero y de feedlot. Con el tiempo, la carne de pastura será sólo un recuerdo. Y la gente joven que no la conozca pensará que el bife que se está comiendo es la mejor versión posible de la carne. Así como hoy probamos un tomate y pensamos que siempre tuvo ese sabor desangelado parecido al de un corcho.

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