Periodismo imprescindible Viernes 19 de Abril 2024

El baile de las mojigangas

El Día de Muertos es una fecha que marca a todo México, y en Tecamachalco, en el centro del estado de Puebla, hay un taller donde estos enormes y coloridos muñecos que salen a las calles a bailar, cargados por personas, son creados desde hace casi seis años
28 de Octubre 2018
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POR ARANZAZÚ AYALA

L os monos de calenda o mojigangas son los títeres gigantes de papel maché utilizados en las fiestas oaxaqueñas; los sacan a las calles en procesiones o desfiles. Algunas personas dicen que estos muñecos son utilizadas con el fin de ahuyentar el mal, pero en Puebla sirven también para atraer el bien.

Las mojigangas que han nacido en el taller de Conrado Serrano Ramos, alias Caliche, han logrado no sólo salir a las calles con el fin de espantar a los malos espíritus, también atraen a niños y adultos a que hagan sus propios monos de calenda y sumen a familias enteras a la construcción de una nueva tradición de arte y cultura.

Conrado dice que cuando un niño quiere elaborar su propio muñeco con el objetivo de cargarlo en Día de Muertos, termina añadiendo a toda la familia: a los papás para que lo ayuden, a los tíos para que le hagan la ropa, a los hermanos para que la pinten. Provocar que una persona se enamore de las mojigangas es envolver a otras más, y una vez que alguien se carga por primera vez la calavera con el propósito de bailarla y llevarla por las calles, dice el artista poblano, nunca la querrá soltar.

Aunque las famosas mojigangas son típicas de Oaxaca, desde hace un par de años han empezado a arraigarse en toda la región del centro de Puebla, principalmente en el municipio de Tecamachalco. Las calacas de cartón se han hecho famosas gracias a las manos y la perseverancia de Conrado. Su taller se ha convertido en un referente para los enormes cráneos de cartón de las coloridas fiestas de muertos de toda la zona.

Caliche empezó primero con la pintura, en 2009, como un pasatiempo paralelo a su trabajo, y fue hasta 2012 cuando tomó un taller de cartonería y descubrió que eso era lo suyo. Ese año a todos los que habían tomado la clase con él los invitaron al desfile de Día de Muertos organizado en Puebla capital; en ese momento, Conrado aún no sabía que en Tecamachalco también había un desfile y que se volvería parte de una nueva tradición.

El colectivo ciclista Cletamachalco lleva años organizando el evento La Calenda en el municipio; aunque es una tradición que se tomó prestada de los vecinos oaxaqueños –consiste en un desfile con música en vivo y baile por las calles de la ciudad llevando los monos de calenda– ha tenido mucha aceptación, y en ella las calaveras de Caliche encontraron su hogar.

Apenas un año después de empezar con el arte de la cartonería en grandes dimensiones, el artista plástico se sumó al colectivo ciclista con la finalidad de hacer más grande y colorida La Calenda, que ya es parte obligada de las actividades de Día de Muertos no sólo para el pueblo, sino para muchos municipios cercanos.

Cuando las calaveras salieron a bailar a las calles de Tecamachalco, paseándose por el panteón en medio de una fiesta, la gente se empezó a acercar a Caliche con el propósito de que les enseñara a crear esos seres increíbles que mueven los brazos y la quijada, como queriendo decirle algo a los muertos que ya no están aquí. Así, cada año se ha sumado más gente a su taller con el objetivo de elaborar sus propias mojigangas, y también él ha seguido creando nuevas calacas, que le piden prestadas o rentadas para eventos en otras comunidades.

La agenda de Muertos es más apretada que el año pasado. Las mojigangas de Caliche viajarán a los municipios aledaños para celebrar a los muertos y saludarlos en Los Reyes de Juárez, Acatzingo, Quecholac, Palmar de Bravo y hasta la ciudad de Puebla.

Desde hace casi diez años, Caliche no ha dejado de crear calaveras gigantes, de más de dos metros de alto, hechas de papel, engrudo, cartón, bolsas de cemento viejas, alambre, periódico, pintura y muchas, muchas manos.

La casa de las calaveras

En la calle empinada, cerca de la salida a la carretera a Puebla, la casa donde está el taller se distingue por tener el portón abierto los fines de semana, cuando el patio se convierte en un pequeño local de comida, y por tener afuera una pequeña placa de cerámica con una calavera de colores que anuncia que ahí es el hogar de Caliche y sus creaciones.

La calaca que está en la placa es igual a Talavera, la primera mojiganga que diseñó Conrado. Ella sobrevivió a un incendio cuando una pila explotó y esparció el fuego en el cuarto; fue reconstruida pacientemente por su creador. Él es el único que la carga, y curiosamente cada que le toman foto voltea a la cámara, como si supiera que el flash la está llamando. Talavera siempre va en los hombros de Caliche, sonriendo y posando.

Este año, a principios de octubre, el taller está atiborrado de materiales y cráneos que van en distintas etapas del proceso. Las calaveras son tantas, que ya no caben dentro del cuarto, por eso en el patio hay una fila de esqueletos formados, algunos con nombres escritos por dentro. Dice Caliche que esto se debe a que luego se confunde entre cabezas y cuerpos, y por eso necesitan identificarlos.

Además, algo vital durante el nacimiento de una mojiganga es que tenga un nombre, aunque eso no es tan difícil porque Caliche cuenta que llegan solos. Y sí, repentinamente de una palabra, un gesto en los materiales, un color o las personas que la crean, surge el nombre que llevará la mojiganga el resto de su existencia y que la distinguirá para reconocerla y llamarla cuando salga a bailar a la Calenda.

Dentro del cuarto donde están los materiales de Conrado lo primero que se ve, después de los cráneos de papel maché acomodados en estantes, es una pila de papel café, como cartón muy fino, decenas de delgados tubos de periódico enrollado y un trozo de malla de gallinero en el suelo. Eso en apenas unas horas se transformará en el esqueleto de una calavera gigante.

Aunque el taller trabaja todo el año, los meses previos a Día de Muertos son los más movidos. Personas locales y foráneas van con Caliche para diseñar sus propias mojigangas. Además de las nuevas, dice, hay que reparar las viejas porque siempre les pasa algo: se rompe la cabeza, o se quiebra una costilla, o se descocen los tirantes de la mochila que va incrustada en la madera que conecta al cráneo con el cuerpo. Eso es normal, por el uso y sobre todo por el movimiento, porque una parte esencial de la Calenda es el baile.

Las personas cargan el cuerpo de la calavera que va unido con una mochila y una madre ancha desde el torso hasta el cuello del títere, con las manos sujetadas sólo desde los hombros con el propósito de tener soltura y movimiento. Después se tienen que agachar para que alguien coloque la cabeza dentro del palo que es el cuello, que normalmente es alargado con el objetivo de que el cráneo, la parte central del mono, luzca más y también se mueva hacia los lados. A algunas les confeccionan ropa la medida, desde vestidos típicos hasta uno de novia; y de lejos, cuando bailan, parece que emergen del inframundo llenos de vida y de color.

Mientras tanto, Caliche y sus mojigangas están listos para salir a bailar en las fiestas, con el fin de celebrar a nuestros muertos.

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