Periodismo imprescindible Jueves 28 de Marzo 2024

El colapso de la colmena

El trabajo de las abejas y otros polinizadores en el mundo está valuado en más de 200 000 millones de dólares al año, pero en México se pierde alrededor del 20 % de las colmenas anualmente y en Estados Unidos más del 40 por ciento
03 de Junio 2018
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La mesa está puesta: ensalada, crema de zanahoria, pasta con salsa pomodoro, pastel de almendras, una botella de vino y otra de tequila, y al centro un florero con tulipanes. De repente, todo se desvanece. ¿Qué sucedió? Desaparecieron los polinizadores.

La vida en el planeta no se concibe sin ellos. Las abejas no sólo producen miel, también participan en la polinización (reproducción) del 90 % de las plantas en el mundo que producen frutos. El Instituto Nacional Francés de Investigación Agronómica valora el trabajo de los polinizadores en el orbe en más de 200 000 millones de dólares al año, el equivalente al 70 % del presupuesto federal de todo México en 2016 o al producto interno bruto de Nueva Zelanda.

El riesgo de que desaparezcan los polinizadores es real: en México se pierde alrededor del 20 % de las colmenas al año, en Estados Unidos más de 40 %, y en Europa, 20 %, aunque existen lugares en donde la pérdida es cercana al 60 %, de acuerdo con diversas agencias medioambientales. El fenómeno ya se conoce como el síndrome del colapso de las colonias o “colapso de la colmena”.

En Estados Unidos, por ejemplo, donde existe más información estadística, la población de abejas pasó de seis millones de colmenas en 1960, a cuatro millones en 1970; tres millones en 1990, a 2.5 millones actualmente, lo que “representa una amenaza real para la economía doméstica”, debido a la alta dependencia de ciertos cultivos a la polinización, se lee en un análisis de datos de la página de la Casa Blanca.

Pero las abejas no son las únicas afectadas, también otros polinizadores están en riesgo, como colibríes, mariposas, hormigas, abejorros, murciélagos, entre una larga lista.

Como uno de los primeros eslabones en la cadena alimenticia, los polinizadores son cruciales para la subsistencia de los ecosistemas y la biodiversidad, pues al transportar el polen propician la reproducción de nueve de cada 10 plantas. Sin esta aportación, el mundo se convertiría en un lugar árido, inhóspito, desatando una reacción en cadena devastadora: los herbívoros no tendrían qué comer, lo que reduciría sus poblaciones, y esto a su vez tendría el mismo efecto en omnívoros y carnívoros (incluido el hombre).

Si una región comienza a perder su vegetación, la especie que depende de ella, de manera directa o indirecta (herbívoros y carnívoros), tiene tres opciones: migrar, modificar su dieta por otras especies disponibles o morir. En cualquiera de los tres casos, el ecosistema comienza a transformarse y a perder su equilibrio. “Si faltaran abejas, habría todo un disturbio en los ecosistemas. Hay un efecto en cadena”, explica Remy Vandame, investigador sobre polinizadores del Colegio de la Frontera Sur, en Chiapas.

SEGURIDAD ALIMENTARIA

Además de salvaguardar la reproducción de plantas y mantener el equilibrio ecológico, los polinizadores ponen la comida sobre la mesa. En México, por ejemplo, unas 345 variedades de plantas son comestibles; de ellas, 240 (70 %) dependen del servicio de estos pequeños bichos.

Es decir, si las poblaciones de abejas, colibríes, murciélagos y otros decrecen, la seguridad alimentaria se compromete, pues habría que importar más alimentos (generando o fortaleciendo la dependencia a otros países) y provocaría que la comida costara más dinero.

Alrededor de 10% del costo de la producción agrícola de un país corresponde al trabajo de los polinizadores, explica Vandame. En el caso de México, implica que estos aportan valor al campo por 24 000 millones de pesos.

En algunos cultivos, la participación de un polinizador es de mayor valor o, incluso, indispensable, como en el caso del café. Investigadores de las universidades de Stanford, Kansas, el Museo de Historia Natural y el Fondo Mundial para la Naturaleza investigaron el efecto de la polinización en cafetales de Costa Rica, en 2004, y documentaron que la presencia de abejas incrementaba 20 % la producción.

Para otros casos, como la fresa, la planta se podría “autofecundar”, es decir, no requeriría la polinización de un tercero, aunque la calidad nutricional y sabor de los frutos sería de muy baja calidad, explica María del Coro Arizmendi, coordinadora del posgrado de Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Ante el declive de los polinizadores, nace un nuevo mercado de venta, renta y movilización de polinizadores, principalmente de abejas y abejorros; estos últimos, al ser de mayor tamaño y vibrar más, acarrean más polen y lo esparcen de manera más eficiente, explica Eduardo Tapia, coordinador de Comunicación y vocero de la empresa Koppert en México, dedicada a la cría y venta de colmenas de abejorros, entre otros productos.

Paradójicamente, el sector agricultor que hoy sufre y paga por el retorno de los polinizadores a sus tierras, fue uno de los principales causantes de su destierro y posterior crisis.

ASESINO MICROSCÓPICO

Durante los últimos 20 años un nuevo asesino de abejas se ha posicionado al frente de la lista de preocupaciones, tanto de los apicultores como de los científicos que buscan recuperar las poblaciones de polinizadores. Se trata del Varroa destructor, un ácaro con una figura similar a la del cangrejo, del tamaño de una cabeza de un alfiler, que se adhiere con sus ocho patas terminadas en ventosas al abdomen de las abejas y succiona su hemolinfa (el equivalente a la sangre en los humanos), hasta debilitar tanto a las abejas que las hace susceptibles a más enfermedades; termina con la vida de la colmena entre seis y 24 meses, como máximo.

Científicos mexicanos y estadounidenses en alianza descubrieron que algunas abejas eran capaces de sacudirse al enemigo con sus propias patas, en una serie de movimientos de acicalamiento. El responsable de ese comportamiento es un gen, el Neuroxin-1, que también se encuentra en humanos, particularmente en quienes manifiestan tics nerviosos o movimientos repetitivos.

Una vez con este gen detectado, se pueden crear marcadores moleculares e identificar a las abejas o colonias portadoras de este gen, realizar una selección asistida y generar más abejas que sean tolerantes al parásito. “Es como darle un empujoncito a la evolución natural de la especie”, dice uno de los investigadores que participó en este estudio: Miguel Enrique Arechavaleta Velasco, del Centro Nacional de Investigación Disciplinaria (CENID) en Fisiología y Mejoramiento Animal del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap).

“No vamos a eliminar al parásito por mejoramiento genético, pero si mantenemos niveles de afectación bajos, vamos a lograr que las abejas no se afecten tanto, que los apicultores utilicen menos productos químicos, que no son buenos para la salud de la colmena y contribuir a la inocuidad de la miel”, dice Arechavaleta Velasco.

HUMANOS DEPREDADORES

Además del Varroa destructor, el segundo enemigo de las rayadas y demás polinizadores es el hombre. En los últimos 50 años, el ser humano devastó 159 millones de hectáreas adicionales, hasta llegar a 1 527 millones de hectáreas destinadas a la agricultura, el equivalente a retirar de tajo el 80 % de la extensión de México.

Junto a esas extensiones, se fueron toneladas de masa forestal y floral, hábitat de miles de especies, entre ellas los polinizadores, que son desterrados a terrenos cada vez más inhóspitos para su subsistencia.

A esta lista mortal, se suman los plaguicidas, y en esa materia México tiene un rezago importante. El catálogo nacional de plaguicidas autorizados en México se actualizó por última vez en 2004; desde entonces, diferentes insecticidas y herbicidas que se creían inocuos, hoy se sabe que tienen efectos nocivos en la salud y el medio ambiente.

“Son 29 los agrotóxicos que se encuentran prohibidos en otras partes del mundo, pero que en México se siguen actualizando”, explica Sandra Laso Jácome, coordinadora de la campaña Comida Sana de la organización internacional Greenpeace. “Tampoco hay capacitación, las personas hacen cocteles de plaguicidas de hasta 14 sustancias. Son unas bombas para la salud del ser humano y del ecosistema”.

La alternativa, según Laso Jácome, es impulsar la agricultura ecológica, como en las milpas (se cultivan varias especies de plantas, cuya interacción conjunta disminuye la necesidad de utilizar plaguicidas, además de que renutren el suelo), sin embargo, explica la especialista, las políticas públicas fomentan el monocultivo de grandes extensiones de tierra, lo que invariablemente requiere plaguicidas y destierra a los polinizadores.

LA “INE” DE LAS ABEJAS

En respuesta a un riesgo global, la Organización de Investigación Científica Conjunta e Industrial (CSIRO) lanzó en 2015 la Iniciativa Global para la Salud de las Abejas (GIHH, por sus siglas en inglés), la cual consiste en colocar en las abejas microsensores, de 2.5 milímetros y que pesan menos que el polen, a fin de conocer más sobre su comportamiento y amenazas.

México es uno de los cinco países participantes, además de Australia, Kenia, Nueva Zelanda y Brasil. Mauricio Quesada, investigador de la UNAM y líder del GIHH en el país, lo explica así: “Es como la INE de las abejas: vienen todos sus datos en el microsensor. Podemos correlacionar los datos de la colmena, adentro y afuera, ligarlos con su peso, saber cuándo salen y regresan, si visitan a otras colmenas. Además de saber cuántas crías tienen”.

Así, el GIHH está por montar su primer sitio de observación en Michoacán, no obstante, la falta de recursos ha sido un obstáculo. Cada estación tiene un costo aproximado de entre 5 000 y 6 000 dólares, pues se tienen que comprar desde cables hasta páneles solares, pues se encuentran en lugares alejados, sin acceso a la luz eléctrica.

“Además estamos proponiendo un análisis metagenómico de polen, esto significa que utilizamos secuenciación de ADN de última generación para identificar de qué planta están las abejas tomando el polen”, agrega Quesada.

Estados Unidos y Europa comenzaron a destinar importantes sumas de dinero a la investigación del “colapso de las colmenas” en el último quinquenio, sin embargo, México aún tiene que definir una estrategia. Quesada y el Comité Nacional de Apicultores presentaron en 2014, ante el Consejo Mexicano de Desarrollo Sustentable (un ente intersecretarial, que engloba diversas organizaciones particulares), una propuesta con el objetivo de incorporar a los polinizadores como un vector estratégico para la seguridad alimentaria, “levantó interés, pero no termina por incorporarse”, lamenta Quesada.

Al físico Albert Einstein se le atribuye la frase “Si las abejas desaparecieran del planeta, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida”, aunque no existe ningún registro de que efectivamente él lo haya dicho. ¿Será que una mentira mil veces dicha se convierte en verdad?

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