Periodismo imprescindible Jueves 28 de Marzo 2024

El futbol y la política

Los mundiales de futbol son guerras sublimadas, es decir, desde un punto de vista psicológico, los jugadores transforman las pulsiones o instintos en actos social 
y moralmente aceptables
24 de Junio 2018
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Confieso que lo que me gusta de los mundiales de futbol es lo mucho que se parecen a una guerra: a ellos asisten jubilosos los países, portando sus bonitas banderas, y todos los equipos participantes son los depositarios del honor de sus patrias. El director técnico (DT) de cada selección es un gran general que con sus estrategias invencibles conseguirá vencer a nuestros adversarios; los delanteros son los gallardos artilleros que lanzan potentes cañonazos contra la portería del enemigo (eso de que el gol es un pase a la red es una jotería).

Los jugadores de cada equipo van a los campeonatos a luchar contra otros países y saben que sólo pueden regresar a casa con la victoria. Ya Miguel de Unamuno lo dijo claramente: “Todo deporte es una guerra sublimada” , y los mundiales de futbol son guerras sublimadas, es decir, desde un punto de vista psicológico se transforman las pulsiones o instintos en actos social y moralmente aceptables, aunque claro, hay límites: la FIFA no acepta nuestro eeeeeeh puto.

La selección mexicana de futbol, por ejemplo, siempre que parte a hacia un mundial lo hace tras una solemne ceremonia en la Residencia Oficial de Los Pinos, donde el presidente en turno exhorta a los jugadores a conseguir el triunfo y a que ciñan sus laureles de gloria –es un discurso breve aunque poderoso, como el que pronunció el general Zaragoza frente a sus tropas antes de la batalla del 5 de mayo–, e incluso en algunas ocasiones hasta los abanderan, y esto no ocurre con la selección mexicana de ningún otro deporte.

No ha pasado jamás con la selección mexicana de lanzamiento de jabalina cuando va al Mundial de Atletismo, ni con la selección mexicana de basquetbol si va al mundial de su especialidad, ni con la selección nacional de nado sincronizado en el Mundial de Natación, etc., y desde luego esto se debe a que cuando estas  selecciones nacionales ganan o pierden la verdad a todos nos vale madres. ¿Qué pensaría usted si algún amigo le llama a las 3 de la mañana con el propósito de decirle que debe salir de su casa para ir a festejar a la columna de la independencia por que la selección mexicana de ping-pong acaba de calificar a los cuartos de final en el mundial de esta disciplina que se está llevando acabo en ese momento en Hong Kong?, por supuesto que lo mandaría a chingar a su madre y se volvería a dormir, sin embargo, si esa misma llamada hubiera sido por que pasó a octavos de final la selección mexicana de futbol, esta acción sería algo completamente lógico. Como dijo el entrenador español Luis Aragonés: “El deporte se divide en dos: el futbol y los demás”.

Quizá los partidos de futbol que más claramente se convirtieron en guerra fueron los de los mundiales de la selección italiana durante la era fascista.

¡Esto es la guerra!

El Mundial de 1934 fue en la Italia fascista, y Mussolini se había propuesto convertir a esa copa en una gran campaña de propaganda que pregonara la gloria y superioridad de su régimen, y para ser convincente con lo que quería comunicarle al mundo el dictador italiano ordenó que la selección italiana ganara a como diera lugar, y se lo dijo claramente al DT del combinado de Italia Vittorio Pozzo: “¡Esto es la guerra!”.

Con el objetivo de garantizar el triunfo de la selección Azzurra, echaron mano de todos los recursos que tuvieron a su alcance necesarios, incluyendo (o sobre todo) los ilegales: la amenaza y soborno a los árbitros, la intimidación a las otras selecciones, el arreglo de los sorteos de los partidos y la permanente impunidad con la que los futbolistas italianos podían golpear y provocar a los jugadores del equipo contrario. Por cierto, esta actitud de los jugadores italianos no ha cambiando nada desde el primer Mundial en que participaron, y es característico de su famoso estilo de juego; aunque ya no gozan de la protección que tuvieron en el Mundial de 1934, sobresalen por lo bien que elaboran todo tipo de ojetadas en la cancha con el fin de fastidiar a sus oponentes (el mejor ejemplo de esto fue el caso de Zinedine Zidane, a quien enloqueció el defensa Materazzi en el mundial de Alemania 2006 hasta que Zidane terminó derribándolo de un cabezazo).

Para acabarla de amolar, en el Mundial de 1934 calificó por primera vez la selección española, pero España en esos años era una república, y una república con un gobierno socialista, así que el futbol logró que por primera vez se enfrentaran dos ideologías que se aborrecían profundamente: el fascismo y el socialismo. Los encuentros de la selección italiana se hacían bajo la orden de ganar por todos los medios, y el juego contra la selección española del mundial de 1934 era el más obligado de todos.

El partido entre ambas selecciones se jugó el 31 de mayo de 1934 en el estadio Guiovanni Berta de Florencia, con capacidad para 40 000 personas, y entre ellas estaba, presidiendo el encuentro, el mismísimo Benito Mussolini, con su bonito uniforme de camisa negra del partido fascista. Antes de comenzar el juego, toda la selección italiana saludó a Benito al estilo facha, con el brazo en alto.

Los dos equipos iban por el pase a los cuartos de final; los italianos vestían su tradicional camiseta azul y los españoles su tradicional camiseta… ¡morada! Sí, no roja, sino la morada, pues ese era el color de la bandera republicana. Los italianos contaban con una selección bastante buena y muy camorrista, lo que se esperaba de una selección fascista, pues; además fueron reforzados por cuatro argentinos y hasta un brasileño con el fin de garantizar el triunfo.

Entonces, el juego transcurre con una andanada de golpes y patadas de los italianos a los españoles; sin embargo, con todo y las patadas no logran impedir que los ibéricos les anoten el primer mediante Luis Regueiro, el delantero vasco del Madrid, y que deja el partido 1-0 , a favor de España. A partir de allí las golpizas de los italianos se incrementaron de una manera exponencial sin que esto lograra igualar el marcador, así que casi para finalizar el primer tiempo el delantero italiano Shiavo de plano se lanza a sujetar al portero español Ricardo Zamora, y esto permite que Guiovanni Ferrari remate y logre el empate, y todo esto ocurre ante la absoluta indiferencia del árbitro belga Louis Baert.

El segundo tiempo es más de lo mismo: golpizas sistemáticas de los italianos a los republicanos, en especial al portero Zamora, pero aún con esto cae otro gol español, marcado por el delantero Lafuente. Este tanto es un gol claramente legal, aunque el  árbitro lo anula y así el encuentro finaliza con un polémico empate 1-1. Los españoles salen con 8 jugadores lesionados, entre ellos el portero Ricardo Zamora, quien por los múltiples golpes recibidos queda con dos costillas rotas.

Para dirimir qué equipo pasa a la siguiente ronda se acuerda jugar otro partido al día siguiente, no obstante, de los integrantes del equipo republicano original sólo pueden repetir tres. El equipo ibérico se recompone como puede y juega el encuentro del desempate, al que por supuesto vuelve a asistir un nervioso Mussolini que se come las uñas y se truena los dedos durante los 90 minutos.

El partido resulta una versión ampliada del primero: golpizas, chapuzas y goles anulados. En el minuto 12, el delantero de la escuadra Azzurra, Giussepe Meazza, le da una patada al portero español Juan Nogués y lo deja aturdido, y esto es aprovechado por el jugador italiano (de Argentina) Dimaria, para anotar el primer gol del encuentro, que celebró todo el estadio con el saludo fascista; sin embargo, poco después Campanal anota un gol por parte de los republicanos, el cual es inmediatamente anulado por el árbitro suizo René Mercet. Poco después el defensa español Quincoces anota otro gol, ¿y que creen?, claro, también lo anulan.

El segundo partido finaliza 1-0, y tras este marcador la España republicana se retira del mundial con 3 goles anulados, y 14 jugadores lesionados, 8 de ellos de gravedad. El arbitro René Mercet fue suspendido por la FIFA de por vida debido a su actuación en el Mundial de 1934, pero eso no impidió que los resultados que dejo fueran los oficiales.

Los azzurri fueron campeones en el Mundial de Italia, primero al vencer a la selección austriaca, donde jugaba nada menos que Matthias Sindelar, apodado el Mozart del Futbol, por su elegante estilo de juego –Austria fue el país del que Italia se había independizado; por lo mismo, la victoria sobre esta selección también tenía connotaciones políticas especiales para Mussolini–. Finalmente, Italia ganó la final contra Checoslovaquia conquistando de esa manera su primer campeonato.

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