Revista Cambio

Un oasis en medio del concreto

POR JIMENA RÍOS

Claudia trabaja en uno de los imponentes edificios que caracterizan a Santa Fe, esos  que custodian el parque donde viene a correr cada día después de su jornada de trabajo. Antes lo hacía en el gimnasio de su empresa, pero no le gustaba tanto y no era tan constante. Ahora se prepara para su segundo maratón de cinco kilómetros; no platica durante mucho tiempo porque aún tiene que terminar su entrenamiento del día.

Aunque su hogar le queda entre media hora y cuarenta minutos en carro –más de una hora si el tráfico se vuelve insoportable–, le gusta su rutina: el aire, los árboles, el área verde, ver caer la noche. “Lo único malo es cuando llueve”, comenta antes de partir de nuevo sobre la pista donde otros corredores dan vuelta tras vuelta.

28 hectáreas recorre Claudia en su ruta, casi tres veces el tamaño de la Alameda Central, lo que mide este parque de principio a fin. Al igual que esta joven, cientos de corredores asisten al parque diariamente. “Se espera que haya 130 000 beneficiados”, declaró el gobernador en turno el día de la inauguración.

UN ÁREA VERDE EN SANTA FE

Hace cinco años la historia era diferente. En el lugar que ahora es una enorme zona recreativa no había más que un hueco rodeado de enormes edificios con oficinistas. El plan en dicho terreno era seguir la lógica de las construcciones y los edificios, esa misma lógica que ha convertido a Santa Fe en un caos vial durante las horas pico.

Una asociación de colonos protestó ante la idea, y tras una gran batalla, se logró pensar en un mejor destino para esa tierra estéril: un parque, que recibió el nombre de La Mexicana.

El resultado es el único espacio de recreación al aire libre que tiene Santa Fe en varios kilómetros a la redonda. Metros y metros de árboles, pistas para correr, rampas de patinaje, cascadas, fuentes, una ciclopista, área de juegos infantiles, un lago artificial y un enorme jardín exclusivo para los perros; además de una tienda para mascotas y un Starbucks.

Antes de que construyeran La Mexicana, Iván tenía que llevar a Novo, su perro, a una pequeña área verde, casi en los límites de Santa Fe. “Ahí donde terminan esos edificios”, y señala en dirección a la entrada del parque ubicada de lado de la supervía poniente.

“Ahí íbamos todos; para sacar a tu perro ese era el único lugar con un poco de área verde. Ahí veías a todos los perros de Santa Fe”, plática.

—¿Y los corredores?

—Uy, tampoco tenían a donde ir; los que viven en esta zona y querían correr lo hacían en la calle, rodeando los edificios, en las banquetas, ahí los veías trotando todas las mañanas.

Ahora los corredores ya no tienen que usar las calles, y los vecinos de Santa Fe pueden venir al enorme campo y recorrer su pista. “Desde que abre el parque llega gente para ejercitarse; a veces son las nueve y media y siguen llegando”, afirma.

UN NUEVO PULMÓN

Con el propósito de construir La Mexicana, invirtieron 2 millones de pesos; de esta manera se convirtió en el pulmón de la zona, algo semejante a un trasplante que ha ayudado a respirar a una zona donde es difícil transitar, encontrar puestos de comida en la calle, acceder en transporte público y ubicarse, sobre todo para quienes no conocen ese espacio urbano.

Con el fin de lograr este oasis en medio del concreto se plantaron más de 3 000 especies de árboles, se instalaron más de 180 000 metros cuadrados de jardines y otros 60 000 de especies endémicas. Su objetivo fue crear un espacio no sólo recreativo, sino sustentable, es por eso que tiene un sistema de captación de lluvia que alimenta las fuentes; además, las luminarias funcionan con energía solar.

Entre semana, sus principales visitantes son los habitante de Santa Fe, quienes antes de La Mexicana tenían elegantes plazas y pocas zonas de esparcimiento. Pero los fines de semana llegan de todos lados. Sin importar la distancia, hay quienes viajan desde el otro lado de la ciudad sólo para tener un rato de juegos y actividad física en familia.

Uno de ellos es Roberto, quien viene con su hijo Jaime, de 12 años. Vienen a la pista de patinaje aprovechando que son vacaciones. Él no habita en la zona, aunque sí trabaja ahí, por eso conoce el parque. Aunque le gusta el concepto y el espacio, no puede evitar señalar que está pensado para “personas de clase media alta a alta”.

“Cualquiera puede entrar, pero no es tan accesible para todos, no toda la gente puede comprar en un Starbucks, afuera tampoco hay muchas opciones y el acceso es difícil, el estacionamiento es caro y en transporte público, sólo hay una entrada que es amable para los peatones”, señala.

Aunque Roberto tiene razón sobre lo complicado de los accesos que no son en auto, ese es un asunto que no parece importarle mucho a una comunidad que también ha encontrado en el parque su nuevo refugio. Ellos son los patinadores; vienen desde donde sea necesario con el objetivo de deslizarse en lo que llaman “la mejor pista de la ciudad”, como Porfirio Rentería, un joven que dice amar el circuito y a quien no le importa que se encuentre en un punto de difícil acceso. “Antes íbamos a una pista por Constituyentes, igual nos quedaba superlejos pero teníamos que ir hasta allá porque era la única pista más o menos buena, ahora tenemos esta y es increíble”.

En sus orígenes, cuando se pensó y se planeó, Santa Fe prometía ser una de las zonas más exclusivas de la ciudad. Lo cierto es que se convirtió en una zona laboral, con cientos de oficinas y miles de trabajadores que se trasladan hasta allá diariamente porque sólo algunos pocos son capaces de costear una vida en ese punto de la ciudad.

Ahora, Santa Fe parece tener algo más que ofrecer: un espacio verde dónde correr, jugar, pasear, lleva a los amigos peludos, patinar, pasar una tarde agradable contemplando su enorme lago. La Mexicana se convirtió en un respiro para quienes habitan dicha zona, sin embargo, también puede serlo para quienes sólo van de visita.

Ese es el caso de Bety. Ella trabaja como secretaria en una de las miles de oficinas de la zona; le queda lejos su casa, pero aprovecha que salió temprano con el fin de darse una vuelta rápida por el parque. Le gusta que hayan puesto este lugar “tan bonito”, pues antes “no había nada, puras oficinas”. Ahora le agrada un poco más venir a trabajar hasta acá porque a veces, sólo a veces, puede darse el gusto de caminar mientras disfruta el pasto verde.