Revista Cambio

Una joya 
en la frontera

TEXTO Y FOTOS PROMETEO LUCERO / TIJUANA, BC

A una calle de la Vía Internacional, donde el muro fronterizo divide a México de los Estados Unidos, un albergue pequeño recibe lo mismo a homeless (personas sin techo) que a migrantes deportados. La Casa del Deportado “Sagrado Corazón de Jesús” se distingue a lo lejos de la desolada calle Sánchez Ayala gracias a un modesto letrero y a un mural.

Se ubica a unos pasos de la calle Coahuila, una de las más sórdidas de Tijuana, famosa por ser escenario del comercio y la explotación sexual.

Perla Hernández es originaria de Jalisco y emigró desde 1990 a Mexicali, luego a Rosarito y después a Tijuana, donde ganaba dinero tomando la presión arterial. Estudió enfermería, aunque lo mismo trabajó en un establo que lavando platos hasta que pudo conseguir trabajo como enfermera. No fue fácil. Sin importar sus estudios algunas personas le cerraban las puertas por ser transexual. Alquiló una casa en esa colonia marginada y es allí donde desde el 2010 recibe a personas deportadas. A ella le gusta que la llamen “Perla del Mar”.

Cuenta que en sus inicios era buscada para contactar con coyotes (traficantes de personas), pero siempre se negaba. De alguna manera logró lo que pocos: mantenerse al margen del contexto difícil que la rodeaba.

En estas calles abundan los coyotes, pues aquí vienen los migrantes indocumentados que quieren cruzar. Perla observó que cada vez llegaban más personas deportadas de los Estados Unidos, sin nada, más que lo puesto. Por ello decidió en 2012 abrirles también las puertas de su casa.

En esta casa caben, apretadas, hasta 40 personas. La Casa del Deportado no recibe apoyo de ninguna organización de gobierno, tampoco de iglesias o asociaciones. Es un espacio austero en extremo, construido con retazos de madera comprimida y piezas que Perla ha comprado en el mercado de segundo uso. Algunos materiales fueron donados por vecinos o gente cercana que conoce la labor humanitaria de la enfermera. Por eso, cada sábado Perla monta su bicicleta o empuja un carro de supermercado a fin de recorrer los mercados de segunda mano, donde compra material, herramienta y hasta algunos objetos de adorno.

Los cuartos han sido divididos por hojas de triplay, y en el interior varias literas apretadas permiten a las personas descansar y recuperarse del largo viaje.

En el cuarto de hombres, un par de ancianos afeitan su rostro. Aunque austero, el lugar es impecable. En un cuarto central, apenas iluminado, Perla colocó las banderas de distintas naciones y arriba de ellas, retratos de los mandatarios de cada país. Las ventanas se encuentran cubiertas con cortinas: la casa ya ha sido robada un par de veces. La poca luz que entra deja ver unas casas, y detrás de ellas, el muro fronterizo.

Una de las mayores pasiones de Perla es cantar, de hecho, antes de instalar el albergue lo hacía en la Plaza Santa Cecilia, mas ahora ya no puede, el albergue demanda toda su atención y el tiempo libre es algo que ya no recuerda. Algunas personas que se alojan en La Casa del Deportado logran conseguir trabajo y con ello apoyan a Perla para pagar renta, luz y hasta televisión por cable, además algunas veces otros activistas locales como Robert Vivar, de la organización Border Angels, también le tienden una mano.

Debido a la falta de recursos, este modesto albergue sólo puede ofrecer cenas en la tarde, los desayunos tienen que buscarlos en otros albergues. Sin embargo, eso no es fácil pues en algunos lugares les cobran para poder ingresar o recibir alimentos. Así que a los deportados que Perla recibe, muchas veces el hambre les aprieta y deben conformarse con hacer una comida al día.

Y es que conseguir trabajo en esta ciudad no es algo sencillo. Al llegar a Tijuana los deportados buscan, pero se les niega por falta de papeles. Ellos no son ni de aquí, ni de allá. Quienes sufren más son los que llegan deportados por primera vez. La segunda vez ya saben con quién llegar y cuál es la dinámica de los albergues.

La policía ha realizado redadas para quitar a los deportados y homeless que se habían asentado en El Bordo. Esta medida sólo los dispersó hacia otras zonas donde nunca recibieron ayuda. Perla veía cómo los habitantes del Bordo resolvían sus necesidades básicas y aquello le hizo respetarlos. “No es que me gustara su vida, sino que estaban unidos”, recuerda, con un aire de tristeza en el rostro, como si evocara su propia soledad.

En Tijuana es frecuente ver patrullas con detenidos de El Bordo, no obstante a partir de 2012 la policía comenzó a sacar provecho también de los deportados. Los esperaba al salir de las tiendas Western Union –a las que iban cuando recibían algún giro– para robarlos y amenazarlos con meterlos presos por droga. La complicidad entre policías y jueces hacía que las acusaciones contra los deportados procedieran.

Cuando uno observa detenidamente a Perla es fácil darse cuenta de que está en permanente dedicación a las necesidades del albergue: comprar comida, conseguir material para reparar, atender a las personas. En su cuenta de Facebook, esta mujer transexual pide apoyo a la sociedad mientras alimenta a un anciano y platica conmigo. Todo lo hace con pasión, la misma con la que canta “Resulta”, esa canción que Jenny Rivera hiciera famosa, a todo pulmón pero eso sí, en el estilo único de “Perla del Mar”.