Ver y Creer
Hemos sido arrojados al Desierto, a una cuarentena que ya supera los cuarenta días. Jesús también fue arrojado al desierto, por el Espíritu, tras su bautismo, a una cuarentena en la que experimentó diversas tentaciones hasta superar la más infame: dejar de creer en sí mismo para luego luego dejar de creer en Dios. Hoy nos está ocurriendo lo mismo…
El relato bíblico de la creación refiere que Dios separó la oscuridad de la luz, pues “vio Dios que la luz estaba bien, y separó Dios la luz de la oscuridad” (Gn 1,4). No destruyó la oscuridad, sólo la apartó de la luz, pues la oscuridad tiene su razón de ser. Esa potestad de Dios, de separar la oscuridad de la luz, la compartió con la creatura humana, colocándola en su espíritu, para que no se perdiese en la oscuridad, que también tiene su razón de ser, pues la tribulación más grave o la oscuridad más profunda presentan la oportunidad de alcanzar la luz más clara y resplandeciente.
Esta verdad, tan digna de conocerse, le permite al ser humano recobrar esa potestad con que Dios le proveyó para separar el mal del bien, como expresa san Juan de la Cruz en su Noche Oscura: “En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía. Aquesta me guiaba más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía”.
En el desierto no hay vida, hay aridez; aunque es también ocasión de encuentro con Dios, siempre que se ponga la atención en lo divino, sin que se tengan que hacer grandes cosas, pues en el desierto no es posible hacer grandes cosas; pero Dios saca provecho del tiempo de aridez para manifestarse, con exquisita docilidad, al espíritu humano. En este desierto al que hemos sido arrojados a una cuarentena que se extiende por más tiempo, estamos experimentando sensaciones y emociones. En unas: calor, frío, soledad, enfermedad, dolor y muerte. En las otras: miedo, confusión, caos, vacío existencial y angustia. Ya no sabemos qué pensar, no sabemos qué creer, ya no sabemos qué esperar…
Pero en este Desierto, por encima de la oscuridad, habla el espíritu, si lo atendemos, porque en él es donde se halla esa capacidad nuestra de separar la oscuridad de la luz; y así, este Desierto se convierte en oportunidad de revivir lo de Dios que habíamos hecho a un lado, pues es en la Fe, en la Esperanza y en el Amor, donde se encuentra la luz, bien separada de la oscuridad.
El Espíritu de Dios se comunica con nosotros a través de nuestro espíritu, pues al crearnos a imagen suya instaló su Espíritu en nosotros. Ponerle atención es lo que nos permite separar la oscuridad de la luz y lo que nos lleva a conocer lo que Dios quiere y espera de nosotros para recubrirnos de su gracia. Esto es el Desierto, estos son los cuarenta días por los que atravesó Jesús, y este es nuestro Desierto en esta cuarentena obligada.
La mente nos informa que somos prisioneros de una pandemia, y no sabemos qué pensar; el cuerpo quiere salir de este encierro, pero no puede; el alma, desconcertada, no encuentra sosiego; pero nuestro espíritu nos orienta serenamente, pues desde el espíritu Dios se manifiesta. Y ya que todo lo humano de nosotros, con las pasiones de nuestra alma, está quedando expuesto en este Desierto, nuestro espíritu desea llevarnos a lo excelso, porque Dios anhela elevar a esta humanidad a su divinización, pues somos más que un acontecimiento de nuestro mundo.
Evidentemente estamos en un Tiempo de Desierto, que como tal hay que vivirlo, pues “todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: su tiempo el nacer, y su tiempo el morir… ..su tiempo el abrazarse, y su tiempo el separarse. Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar. Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser; su tiempo el callar, y su tiempo el hablar. Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su tiempo la guerra, y su tiempo la paz” (Qo 3,1-8).
Aunque son tiempos oscuros, en este Desierto está Dios, gritando desde nuestro espíritu y apartando la oscuridad de la luz, a fin de que victoriosos podamos proclamar, en breve y mirando hacia atrás, que hemos logrado cruzar por uno de tantos desiertos y hemos derrotado la tentación de dejar de creer en nosotros mismos, de dejar de creer en Dios.
Por: Roberto O’Farrill Corona