Periodismo imprescindible Viernes 19 de Abril 2024

La fachada de la bestia

23 de Octubre 2017
Foto: Especial
Foto: Especial

Durante muchos años, debo reconocerlo, el productor de cine Harvey Weinstein fue un modelo a seguir para gran parte de mi generación, pues no sólo representaba las virtudes con las que nos identificábamos como cinéfilos, sino que también se le veía como ese librepensador que enfrentaba las embestidas de los poderosos grupos religiosos y ultraconservadores que intentaban coartar todo tipo de libertades, de ahí que buena parte de sus ganancias las destinara a financiar a los candidatos del Partido Demócrata.

Aún recuerdo la demanda que Harvey Weinstein interpuso ante la Suprema Corte de Estados Unidos a fin de poder distribuir en las salas de cine de aquel país la película española ¡Átame!, del director Pedro Almodóvar, pues la Motion Pictures Association of America (MPAA) –organización que vela por los intereses de la industria de Hollywood en todo el mundo– había prohibido su exhibición al considerarla “una obra pornográfica en idioma español”. Y si bien no logró que a la cinta de Almodóvar le fuera retirada la clasificación triple equis, si consiguió que, en adelante, la forma de calificar las películas se realizara mediante un comité de especialistas con criterios comerciales menos retrógradas y más artísticos.

En las décadas de los 80 y 90, Weinstein era el adalid del cine independiente; el joven judío surgido del barrio de Queens que enfrentaba con ideas y bajos presupuestos a los otros judíos forrados de dinero que controlaban el mercado mundial de películas. Weinstein era el David que encaraba al Goliat con cintas como Sexo, mentiras y video, Pulp Fiction, El paciente inglés, Shakespeare enamorado, True Romance, Good Will Hunting, Perros de reserva, Pandillas de Nueva York, Sin City, Scream, Bastardos sin gloria, El discurso del rey, Chicago, El señor de los anillos, El artista, Django… Proyectos fílmicos que fueron reconocidos con más de un centenar de premios entre Oscares, Palmas de Oro, Globos de Oro, Osos de Oro, los MTV y los Bafta, por mencionar algunos.

Pero así como era ese gran visionario para descubrir y apoyar talento, hace unos días, gracias a las denuncias de valientes mujeres que no pudieron seguir soportando la infamia y la impotencia que llevaban dentro, nos encontramos con que ese Harvey Weinstein que conocíamos era una fachada, pues detrás se encontraba un verdadero monstruo, un depredador sexual, un acosador, un violador, una bestia que no merece la menor consideración de nadie.

Todos los logros y virtudes que el productor neoyorquino pudo haber tenido en algún momento pasaron a segundo, tercer o hasta cuarto término, eso ya es lo de menos. El tipo abusó de su poder, de sus influencias, de su dinero, de su estatus, de su posición en la industria y hasta de sus amigos, con el propósito de lastimar, herir, engañar y sacar provecho de mujeres que querían salir adelante y confiaron en él. De nada valen ahora los lloriqueos de arrepentimiento ni las disculpas de Weinstein bajo el pretexto de que su adicción al sexo es una enfermedad y que esta vez irá a terapia.

Tampoco tienen perdón los amigos cercanos del productor que conocían a detalle sus abusos y nunca dijeron una sola palabra. Por muy simpáticos y atractivos que puedan parecer en la pantalla grande, es innegable que los Tarantino, los Matt Damon, los George Clooney y los Ben Affleck estaban enterados de las violaciones de Weinstein, y en forma por demás cobarde prefirieron mirar hacia otro lado. También es innegable que el fundador de las productoras Miramax y Weinstein Company no es el único que saca provecho en este medio, ya también comienzan a circular otros nombres de celebridades despreciables, como el de los cineastas Oliver Stone y Lars von Trier, que se suman al del comediante Bill Cosby, cuyas acusaciones de abuso sexual que han interpuesto más de 60 mujeres han vuelto a salir a flote.

Ojalá y a todos ellos se les aplique el castigo que merecen. 

*Periodista especializado en cultura.

@rogersegoviano

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