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Moonlight

Un relato de sobrevivencia que en todo momento se tambalea entre el chantaje sentimental y los excesos estilísticos, pero evita la pornomiseria
30 de Enero 2017
Moonlight_Especial
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El segundo largometraje del director norteamericano Barry Jenkins (ópera prima Medicine for Melancholy, 2008, nunca estrenada en México) es una cinta que en todo momento se tambalea entre el chantaje sentimental y los excesos estilísticos.

De una u otra forma, Jenkins logra que su filme no caiga en la pornomiseria, pero evitar el suelo no puede pensarse tampoco como un mérito.

Basada en la obra de teatro In Moonlight Black Boys Look Blue, de Tarell Alvin McCraney, la película narra la historia en tres tiempos de Chiron, un chico que vive en un barrio negro de Miami. Mediante saltos temporales episódicos, somos testigos de su niñez (interpretada por el niño Alex Hibbert), su adolescencia (Ashton Sanders) y su vida adulta (Trevante Rhodes).

Como es de imaginarse, el barrio donde vive Chiron es bastante hostil y la droga corre por las calles sin problema alguno; de hecho, su madre (intensísima Naomie Harris) es una junkie perdida en el crack, completamente alejada de la educación de su hijo a quien en la escuela le aplican el bullyng, tundiéndolo a golpes un día sí yotro también.

Así, estamos frente a un relato de sobrevivencia a través de los años. En un movimiento difícil de comprar (uno de los grandes excesos de la película) el pequeño  Chiron es rescatado por un dealer (el mismo que le vende la droga a su madre, aunque sea indirectamente) quien le ofrece asilo en su casa y le enseña a defenderse de los golpeadores.

Llegada la adolescencia, a la bolsa de conflictos se añade uno más: la sexualidad adolescente de Chiron, quien no llena el estereotipo macho que la calle exige y que por ello, inevitablemente, será señalado violentamente como marica. La sospecha sobre la homosexualidad de Chiron será otro blanco más para las burlas y la violencia por parte de sus compañeros de clase.

Jenkins retrata a sus personajes con una cámara etérea que pareciera flotar en el espacio, que los sigue detrás del hombro, los enfrenta con close ups sostenidos sobre fondos color neón. La sordidez del argumento no se refleja en la imagen que muchas veces resulta más onírica que cruda.

Esa ruptura entre lo que se ve y lo que sucede es uno de los principales problemas que dificulta ser empático con la película. Por momentos parece que estamos en un sueño, pero lo que le sucede al pobre Chiron es de pesadilla.

La crítica norteamericana ha catalogado a Moonlight como una de las fuertes contendientes al Óscar de este año y como ganadora al Globo de Oro a la mejor película dramática. Se entiende el entusiasmo pues además de que es una de las últimas cintas de lo que se conoce como “la era Obama en Hollywood” (cine que trata temas raciales y de segregación en la América del hoy ex presidente Obama), inevitablemente se torna en denuncia sobre una América olvidada, sumida en las drogas, sin futuro. Es la América que, supuestamente, votó por Trump.

El problema es que la película misma no se sitúa en la realidad, vive en este mundo de una estética interesante pero falsa, ya que el filme mismo exige otro tono.

No queda claro si es cobardía de los realizadores o simple vicio estético. Eso sí, la cinta tiene todo lo que la Academia puede amar: conflicto interracial, crítica social, redención y lucha. No nos sorprenda pues que Moonlight se lleve el próximo febrero la presea a mejor película.

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