Periodismo imprescindible Martes 15 de Octubre 2024

San Isidro Labrador; el Santo emparedado de Madrid

Entre el altar del Sagrado Corazón y la puerta de acceso a la antesacristía, permaneció emparedado durante tres años el Santo Patrón de Madrid.
15 de Mayo 2020
isidro_labrador
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En un lugar próximo al altar mayor de la Real Colegiata de San Isidro, entre el altar del Sagrado Corazón y la puerta de acceso a la antesacristía, permaneció emparedado durante tres años el Santo Patrón de Madrid. O mejor dicho, su cuerpo incorrupto, dado que San Isidro Labrador vivió entre el siglo XI y el XII, mucho antes de que ocultaran sus restos en esta recóndita morada de la antigua catedral madrileña.

Aquella previsora operación tuvo lugar «en mayo de 1936, cuando ya vimos desatarse, incontenible, la furia de la persecución religiosa descarada, con sus incendios, sus asaltos a mano armada y sus asesinatos», según contó el arzobispo de Madrid-Alcalá, monseñor Leopoldo Eijo, en una carta pastoral. Ante la tensa situación que se vivía, el Cabildo escondió el cuerpo de San Isidro y las reliquias de su esposa, Santa María de la Cabeza, en el mismo templo de la calle Toledo en que habían sido secularmente venerados y dentro de la magnífica caja de plata que la reina doña María había regalado en 1692, aunque en un lugar recóndito de la iglesia, tras un tabique de ladrillos.

Tan solo compartían aquel secreto unos pocos, que rezaron para que las veneradas reliquias no fueran descubiertas durante la Guerra Civil que estalló en julio de aquel mismo año. Como tantas otras iglesias, la Colegiata fue incendiada. El fuego provocó el hundimiento de la cúpula central y parte de sus cubiertas quedaron dañadas. Los daños en el retablo mayor fueron graves y se perdieron valiosas obras de arte que lo adornaban, así como numerosas imágenes y pinturas.

 Los asaltantes «buscaron denodadamente el cuerpo del Santo y hasta apelaron a la dinamita para lograrlo». Levantaron la tumba de San Isidro, y al no encontrar el cuerpo incorrupto, recorrieron «furiosamente» todos los rincones del templo y excavaron los suelos. «A fuerza de picos rompieron ladrillos, destrozaron paredes y levantaron pisos -en sacristías y sótanos- y bloques de tierras y muros fueron volados con dinamita. Nada encontraron», aseguraba este periódico.

«¿Qué suerte habrá corrido el cuerpo de San Isidro?, nos preguntábamos muchas veces en las horas amargas de incertidumbre durante estos casi tres años», escribió el arzobispo de Madrid-Alcalá antes de referir cómo el 30 de abril de 1939, al entrar en Madrid, fueron derechos hasta las ruinas de las catedral. «El panorama de escombros y cenizas no nos impresionó, porque apenas pudimos contemplarlo, que tan absortos íbamos en busca del gran tesoro de nuestro Santo, y al ver la débil pared que lo ocultaba, caímos de rodillas y con lágrimas, dimos gracias al Señor…».

El 11 de mayo el obispo de Madrid-Alcalá anunció en una circular dirigida a sus diocesanos que no se había perdido el cuerpo incorrupto de San Isidro Labrador, ni los restos de su esposa, Santa María de la Cabeza.

Dos días después y con el templo aún en ruinas, se derribó el tabique que había ocultado la caja. Al acto asistieron el obispo de Madrid-Alcalá, el arzobispo de Santiago de Chile, el alcalde de Madrid, Sr. Alcocer; el ex teniente de alcalde, conde de Casal; así como diversos regidores, numerosas personalidades y multitud de fieles. El obispo de Madrid Alcalá rezó unas oraciones y relató cómo habían sido salvadas las reliquias, después de ser buscadas por todos los lugares del templo. «Aquí mismo -dijo mostrando la pared- se observan las huellas de la piqueta roja, en su afán de buscar tesoros, al igual que hicieron en todos los edificios de Madrid».

A continuación se procedió al derribo del tabique y se trasladaron los restos del santo al altar que se había levantado en el centro del templo. Allí se abrió la caja en que se guardaba el cuerpo de San Isidro, que quedó expuesto al público para la veneración de los fieles durante unos días.

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