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Tres cartas desde Sarajevo

El músico Goran Bregovic considera su música un Frankenstein, construida con elementos que muchos pensarían imposible mezclar y cuyo resultado es difícil de predecir
16 de Octubre 2017
Especial_Cambio
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POR JAVIER PÉREZ

Ritmos festivos y bailables. Voces melancólicas. Violines que desgarran el alma. Percusiones y trompetas que redoblan la alegría. La música de Goran Bregovic (Sarajevo, 1950) se alimenta de los contrastes; de hecho, la guía el eclecticismo que el propio Bregovic ha alimentado a lo largo de los años colaborando con músicos y cantantes de distintas procedencias y estilos. Así ocurre en su nuevo álbum, Three Letters from Sarajevo, en el que colabora con la española Bebe, el argelino Rachid Taha, el israelí Asaf Avidan (los tres cantantes), la violinista serbia Mirjana Neskovic, el también violinista tunecino Zied Zouari, la cantante israelí Riff Cohen, los excepcionales violinistas Sifet & Mehmed y el músico israelí Gershon Leizerson.

“Siempre es fácil trabajar con gente muy talentosa. Me gusta mezclar a varios músicos porque soy una persona ecléctica. Mi música es ecléctica. Como yo trabajo con arquetipos, me gusta trabajar con artistas que a su modo son arquetipos. Yo acerco mi propio arquetipo al suyo y viven en líneas paralelas, como estratos en un fósil. Cuando yuxtapones arquetipos entiendes que lo que tienen en común atraviesa el filtro del tiempo. Es difícil predecir el resultado, pero es un proceso que disfruto mucho”, dice Goran.

El músico inevitablemente asociado al cine de Emir Kusturica, con quien trabajó en los ochenta y noventa, tocará nuevamente en el Plaza Condesa. Lo hará la tarde de este 15 de octubre, a las 6, junto con su Banda para Bodas y Funerales con el propósito de presentar esas excepcionales cartas a Sarajevo que, como toda su música, ponen a bailar al público con su característico sello balcánico. “La música balcánica contiene ritmos fuertes y complejos: eso es lo que mueve a la audiencia a bailar”.

A Goran, quien siempre viste de blanco en sus shows, le gusta que lo mismo puede presentarse en un local solemne, como la Accademia di Santa Cecilia en Roma o el Carnegie Hall en Nueva York, que en una plaza pública (como la de Santo Domingo, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, donde tocó la primera vez que vino a México). “Para mí, eso prueba que mi música está viva”.

A él le gusta tocar. Y aunque después de una exitosa carrera como rockstar en Yugoslavia, que duró 15 años, se mantuvo alejado de los escenarios por un rato, regresó porque se dio cuenta de que no necesitaba ponerle más luz a la foto ni usar enormes amplificadores. Aunque en esencia no cambió mucho. “El gran éxito de mi banda de rock se debió a que mi música siempre estuvo inspirada por la música tradicional y los inevitables gitanos. Así que prácticamente he hecho lo mismo toda mi vida, pero cuando era joven creía que mi música tenía que estar envuelta con un vestido occidental, lo cual impresionó tanto a los jóvenes en los países comunistas de la Europa del Este. De algún modo, podría decirse que siempre he tocado la misma música, sólo que alguna vez usé pañales y ahora simplemente me pongo mi ropa ordinaria”.

—Su música refiere a la muerte, la guerra, las bodas, el alcohol, pero siempre mantiene un espíritu de gozo, ¿cómo conjunta estas aparentes contradicciones?

—De donde vengo, las bodas y los funerales todavía son los dos eventos más importantes en la vida de alguien, tanto en un nivel personal como sociológico, y la música que acompaña ambos eventos la interpretan los mismos músicos. De ahí provengo como compositor.

—¿Cree que la música tiene el poder de cambiar a la gente?

—Soy muy viejo y estoy muy lejos de la época en que imaginaba que el arte puede cambiar el orden de las cosas. Pero al mismo tiempo, ¡estoy muy joven para perder la esperanza! Sin embargo, en la época comunista el arte y los artistas fueron muy importantes para países como el tuyo y el mío. Eran los únicos que tenían la posibilidad de introducir un sistema de valores que diferían de los oficiales, sin ir a la cárcel o sin casi ir. Así que cuando estas motivaciones desaparecieron, cientos de artistas importantes de esos tiempos también. La cultura es un concepto de un sistema de valores nacido de la política mientras la subcultura es algo que surge de la vida. Así que cuando la sociedad cambia, la subcultura, el instigador más importante de la cultura, toma una dirección diferente.

—Sueles decir que eres yugoslavo, una nacionalidad inexistente hoy, pero que era su país antes de la guerra de los Balcanes, ¿por qué?

-Yugoslavia era como un Frankenstein, un país hecho de pedazos que a veces no encajaban bien. Mi música también es un Frankenstein, porque está bajo la influencia de elementos que en otro lado sería imposible mezclar. Yugoslavia ha desaparecido como una entidad política, pero permanece en nosotros como una entidad emocional, así como un órgano rudimentario sobrevive a la mutación de las especies.

—Tienes detractores que dicen que robas la música que tocas, ¿qué opinas?

—El arte no puede admitir ese acercamiento y esa formulación. Tomar de lo que existe está en la naturaleza de las cosas. Uno no roba, uno toma lo que le pertenece. Lo que yo tomo, lo considero mi herencia. No puedes nombrar un compositor importante –de Stravinsky a Bartok, de Bizet a Lennon– que no haya tomado algo prestado de la sabiduría tradicional. Ese fue siempre el método más natural. Porque la tradición es como un banco sólido del que tomas prestado con la promesa de que vas a devolver la tradición con intereses.

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