Periodismo imprescindible Miércoles 24 de Abril 2024

Duelo por mi barrio

No hay pérdida sin tristeza. Siempre que algo se quiebra de manera intempestiva nos arrastra una ola de sentimientos, como desesperación, tristeza, vacío, nostalgia e incluso culpa. Para quienes han tenido que decir adiós a los barrios donde fueron felices, el duelo tampoco será fácil
16 de Octubre 2017
Revista Cambio
Revista Cambio

Carmen Murillo vive desde hace cinco años en la colonia Condesa. Sabe que en la tienda del señor Moi podría encontrar lo mismo un garrafón de agua que un six de cervezas para disfrutarlas en casa a lado de Guillermo, su roomie, un viernes por la noche tras su jornada laboral.

También conoce a la perfección los tacos Las Costillas, donde sus azulejos blancos y negros son un distintivo, aunque su fama recae en lo buenos que son los tacos, alambres y quesos fundidos que venden.

Sin embargo, Carmen está por perder estos momentos, y muy pronto sólo quedarán en sus recuerdos. Tras el sismo del pasado 19 de septiembre, la familia que es dueña del edificio donde vive pidió que desalojen el departamento que durante cinco años llamó hogar.

Hasta ahora no tienen fecha de mudanza, pero ella y Guillermo buscan ya su siguiente casa, aunque siguen sin hallar alguna. Las rentas exhorbitantes y sobre todo la cantidad excesiva de requisitos son los principales obstáculos.

Ella tiene claro que en la Condesa no podrá vivir más, y un poco resignada me comparte su sentir:

“Los nuevos comienzos son padres pero cuando son planeados. Cuando tú lo decides, pero cuando son las circunstancias las que te obligan a cambiar, es como si te arrancaran una parte de ti, un pedazo de tu cotidianidad, de tu vida, de la gente que quieres y de los lugares que te has apropiado, es como si arrancaras una hoja de un cuaderno, pero no de esos que arrancas y ya, sino de esos que arrancas y queda todo feo y se deshoja”.

Carmen aún no se va de casa, sin embargo, en unas semanas, cuando lo haga, comenzará a vivir un proceso de duelo.

Teresita Tinajero, presidenta del Instituto Mexicano de Tanatología A.C., explica que toda pérdida trae una ola de sentimientos, como la desesperación, tristeza, vacío, nostalgia e incluso reproches porque estas personas están abandonando algo que les pertenecía.

El daño, en casos como este, no sólo es material, también es emocional y espiritual porque muchos de tus recuerdos también están en esa vivienda y ese barrio que perdiste. Hay un vínculo emocional de por medio y se quebró de manera inesperada.

Y es que, de acuerdo con Teresita, estos duelos son más fuertes porque también implicarán cambios, no únicamente de domicilio, sino de rutinas, de actividades, como el trabajo, o en caso de tener hijos, de escuela.

Tal es el caso de Mariela Gómez, que ya decidió mudarse a Querétaro, lo que implicará cambiar de escuela a su hija María, pero tras un acuerdo con la pequeña de nueve años, será hasta el próximo año, esto para que termine el ciclo escolar a lado de sus amigas.

Mariela se encontraba en su departamento la tarde del 19 de septiembre. Al primer movimiento del edificio, salió de su casa y, al pisar la calle, el estruendo del colapso del edificio vecino en la calle de Escocia la dejó helada, y es que, al estar de espaldas, en un primer momento pensó que era su casa la que se había derrumbado. Ya segura, en la calle, fue a la escuela de María, que está a tan sólo ocho cuadras y enseguida se refugiaron en casa de su mamá, que también vive en la colonia Del Valle. Ya a salvo, Mariela regresó a casa por su perrita que se quedó en el departamento, y fue ahí que se dio cuenta de que había perdido todo; no sin antes resaltar que lo más importante, ella y su familia, estaban a salvo.

Mariela, su hija y su mamá, junto con su perrita, no podían pasar la noche en la Del Valle. No había luz, agua, ni gas, y la zona todavía era vulnerable, por lo que pasaron la noche en Tecamachalco, con una prima.

María preguntaba por “su casita” y sobre todo por Caye, una muñeca que tiene desde que era bebé. Con nostalgia, Mariela recuerda que en esa casa, que no podrán pisar más, están las marcas de la estatura de su pequeña. También hay un rincón donde María solía bailar y la lista de los recuerdos es infinita. Ahora, nada de eso permanece.

Días después, el papá de María pudo subir al departamento, sacó documentos y muchas cosas de su pequeña, como sus zapatos. María ya contaba con cuatro pares extra que le habían regalado sus amigas de la escuela, pero una vez que le fueron entregados los zapatos que siempre le han pertenecido, los abrazó.

Mariela y María ya lloraron, a solas y de frente. Se dieron permiso de ello, de sentir. Ambas saben que no podrán regresar a su casa y que un viaje a Querétaro las espera en el futuro. En lo que eso ocurre, buscan un departamento cerca de la escuela de María para estabilizarse, porque durante las mañanas van a bañarse a casa de su mamá donde no pueden quedarse por falta de espacio y duermen en casa de su hermano, en la colonia Nonoalco.

La nostalgia invade a Mariela al pensar en la Del Valle, la colonia que durante ocho años fue su barrio, y que ahora la aterra. No quiere vivir más ahí. Aun cuando ahí está su gimnasio, el súper, sus amigos, las amigas de María y más.

Y como María y Mariela, cientos de personas siguen en busca de un nuevo hogar, por miedo, por necesidad o por no tener la certeza de que donde viven es una zona segura. La incertidumbre de qué pasará todavía las agobia.

El duelo se divide en tres fases, la inicial en la que se tiene un sentimiento de tristeza y se demuestra con el llanto. La segunda fase es aguda, de duelo, y en esta el dolor comienza a aparecer. Hay preocupación sobre lo que viene e incluso se llega a tener fantasías donde el hubiera se hace presente; finalmente, la última fase es la resolución del duelo, donde aparecen los recuerdos de lo que se perdió. Hay sentimientos de tristeza, pero vienen acompañados de cariño. Hay aceptación de lo perdido. Cabe señalar que, hasta ahora, pocas de las víctimas del sismo han llegado a ello.

ROMA, GRACIAS POR TODO

Originario de Puebla, Raúl Martínez vivía en la calle de Durango y disfrutaba tener el Jardín Pushkin a unas cuantas cuadras de su casa. También aprovechaba al Museo del Objeto. Resignado, admite que ya no podrá disfrutar de estos lugares porque junto con sus roomies decidieron irse del viejo edificio donde vivían en la famosa colonia Roma, porque los dueños nunca aceptaron hacer el peritaje de Protección Civil; además, debido a que muchos edificios de la zona resultaron afectados, no se sentían seguros en casa. Raúl recién terminó su mudanza, ahora llegó a la colonia Narvarte, no muy alejado de donde vivía.

El peregrinaje para llegar a su nueva casa también fue tortuoso, rentas que no se ajustaban a su presupuesto e infinidad de requisitos fueron su pesadilla durante días. Afortunadamente, en su camino se cruzó con Carlos, un amigo que vivía frente al edificio que colapsó en Viaducto y Torreón, y al ser testigo del derrumbe, también prefirió salir de ahí.

Rulo, cómo lo conocen sus amigos, sabe que este cambio le costará a su cartera, y es que ahora su nuevo contrato es con una inmobiliaria, pero tras los hechos, sabe que debe contratar un seguro. Y no sólo eso, también le costará un poco más llegar a su trabajo.

Carmen, Guillermo, Raúl, Carlos, Mariela y María tendrán nuevas calles que explorar. Conocerán a sus nuevos vecinos. Caminarán en nuevos parques y buscarán la mejor ruta para llegar a sus trabajos. María irá a una nueva escuela y seguro hará nuevas amigas que al igual que las actuales, no dudarán en ayudarla con ropa, juguetes y zapatos. Todos andarán en nuevas calles con el propósito de saber qué cafés, taquerías, lavanderías, supermercados les quedan a la vuelta de la esquina. Serán los nuevos “marchantes” de la recaudería que más les guste y, sobre todo, podrán superar su etapa de duelo tras perder su casa y su barrio. Esto también pasará, pues lo importante es que están vivos

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