Periodismo imprescindible Jueves 28 de Marzo 2024

Bellas de Noche

Las vedetes, esos personajes icónicos de la cultura popular mexicana, necesitaban un homenaje, o eso pensó María José Cuevas y por ello su ópera prima como cineasta fue este documental
28 de Noviembre 2016
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Por Javier Pérez

María José Cuevas usa ropa oscura, incluido un chal que parece inseparable de ella. Con él, o con uno parecido, se le ve por las calles de Morelia durante el festival de cine de aquella ciudad en la que ganó el premio de la prensa y el de mejor documental por Bellas de noche, su ópera prima en la que decidió centrarse en un interés que tiene desde la infancia: las vedetes. Son personajes icónicos de la cultura popular mexicana, dice, que necesitaban ser homenajeados.
Durante ocho años, ella persiguió y siguió a Olga Breeskin, Lynn May, la Princesa Yamal, Rossy Mendoza y Wanda Soux, todas célebres estrellas del cine mexicano de ficheras de los años ochenta y/o de los centros nocturnos de aquella época, quienes fueron las protagonistas de su documental. Pero María José no quería caer en el prejuicioso lugar común que hablara de decadencia ni nada parecido. “Bellas de noche se trata de cómo te reinventas, cómo haces para celebrar la vida, caer y levantarte. No son estas mujeres deprimidas en la cama en la decadencia total”.

Sentada en unos bancos del lobby del cine Diana, la hija menor del pintor José Luis Cuevas dice que a partir de este trabajo aprendió a sacudirse los prejuicios. “No tanto que los tenga yo, sino que justamente romper con los prejuicios de la edad, los que hay alrededor de las vedetes, de quedarnos solo en la imagen, en lo superficial y no lograr escarbar al ser humano y todas las capas que tenemos, porque somos complejísimos. Ese es mi gran aprendizaje: darme cuenta cómo ante mis ojos estas mujeres se reinventaron”.

Cada una de ellas se abrió ante la cámara de María José –verdaderamente muchas de las escenas las grabó en el momento en que surgían espontáneamente, con una cámara pequeña–. Así, en el filme lo mismo se ve, por ejemplo, a la Princesa Yamal bailar vestida como vedete en la sala de su casa que aplicarle unos tratamientos de belleza a Wanda, o a Lynn May mientras baila como si todavía tuviera 20 años.

“De pronto necesitaban agarrarse de algo, necesitaba Olga el cristianismo, Yamal tomar sus clases de esteticismo y poner su clínica, Wanda sacar todo su amor por los animales siendo activista, Rosy hacer su libro. Claramente están donde están por elección. Hay una elección de cada una de seguir con su vida de alguna manera. Obviamente siguen siendo vedetes sin serlo; ahí está la línea que dices: ¿dónde juegas con tu pasado y con tu presente? Creo que más bien lo dialogan. Y eso es muy bonito”.

Hay algo que María José destaca: “Así como se ven en la película, así son en la vida real, con y sin cámara. Todo el tiempo conviven el personaje y la mujer. Eso es fascinante”, aunque al principio se mostraron inseguras y dudosas, pero cuando, después de mucha insistencia, la documentalista les demostró que su acercamiento no era ni amarillista ni morboso, las vedetes se abrieron a tal punto que incluso se volvieron amigas. “Empezó a existir otro tipo de relación, otra confianza y otra intimidad”.

Poco a poco el trabajo se convirtió –cuenta la documentalista con su tono pausado– en una cuestión muy orgánica. “De pronto empezó a desaparecer la cámara y surgió, más bien, que es la parte que yo amo de Bellas de noche, la posibilidad de mostrar este acceso privilegiado, visto desde la fuerza de estas mujeres, desde la maravilla que son, desde las ganas de reinventarse. Es lo que yo quise contar. El pretexto un poco es que fueron vedetes, pero en realidad es sobre quiénes son ahorita, la parte que yo descubrí, tan lejos de los tabloides y del sensacionalismo y lo amarillista”.

Para María José hablar de estas mujeres equivale a homenajear sus recuerdos de infancia. En vez de que en su memoria haya referencias a la Princesa Leia o R2D2, personajes emblemáticos de la serie de películas Star Wars de moda en los años ochenta, dice que para ella sus recuerdos son de Olga Breeskin, la vedete de la televisión que aparecía mientras tocaba un violín y con una serpiente enroscada en su cuerpo. Además, como las vedetes de los cincuenta eran muy amigas de su padre, el pintor José Luis Cuevas, “desde niña tuve muy presente todo este tipo de mujeres. Mi papá me llevó al Teatro Blanquita a ver a Lynn May, yo tenía 10 años, y terminando el show pasamos al camerino. Entonces yo de 10 años, veo a Lynn May ahí, obviamente no hay manera de olvidarlo”.

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