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Tempestad

El segundo largometraje documental de Tatiana Huezo, tan bello como terrible, por la realidad que aborda, demuestra que la sordidez no está peleada con la estética visualr
08 de Mayo 2017
Especial
Especial

Por: Alejandro Alemán

 

Intoxicante y perturbadora , esta es una cinta que mueve al espectador mediante los recursos más sencillos (que no simples): unas cuantas imágenes bellamente fotografiadas, una voz en off que cuenta una historia aterradora, una edición que mezcla estos elementos creando un flujo de imágenes y sensaciones que pocas veces se ve en un documental. El segundo largometraje documental de la realizadora salvadoreña/mexicana Tatiana Huezo, Tempestad (México 2016), es un triunfo de la imagen y la narrativa audiovisual.

Todo sería fantástico excepto porque ​se trata de un documental tan bello como terrible, una especie de ​road movie que revela un México horrendo cuya corrupción impune y criminal devora lentamente a sus hijos e hijas, que somos nosotros mismos.

Al inicio de la cinta, una mujer llamada Miriam narra mediante voz en off su propia e increíble historia. Un día, mediante engaños, es enviada de su lugar de trabajo (un punto de revisión aduanal) a una cárcel fronteriza acusada de trata de personas. Inocente e imposibilitada para hacer nada (la sentencia está escrita y no hay abogado de por medio), Miriam es enviada a una cárcel “con auto gobierno”, es decir, una donde el narco y los delincuentes son los que mandan.

La narración, cada vez más oscura, describe este dantesco lugar donde sobrevivir tiene un precio. Si se paga, se asegura la sobrevivencia, de lo contrario, la tortura será diaria. La familia de Miriam, como puede, cubre la cuota mensual (en dólares) para que ella pueda comer y dormir en este lugar que se describe como una miniciudad que opera en la absoluta impunidad a los ojos de una autoridad judicial cómplice..

Mientras la historia es narrada en off, en la pantalla vemos imágenes de gente que recorre el país en un autobús. La cámara registra los rostros, los paisajes, las miradas de un México sin rumbo, árido, gris, sumamente triste y desolador.

En paralelo, otra historia, la contraria. Una familia que trabaja en un circo reporta la desaparición de una de sus integrantes, una adolescente que de la noche a la mañana no aparece. Se piensa que se pedirá rescate, se hace una supuesta investigación, pero nada sucede. La adolescente en cuestión lleva perdida años y las investigaciones de la familia apuntan a una red de trata de blancas, sin embargo para las autoridades no hay nada: la chica simplemente se desvaneció de la tierra y punto.

Son las dos caras de un mismo país podrido de sus instituciones de justicia: por un lado la fabricación de culpables para maquillar las cifras y dar la impresión de que se trabaja. Por otro lado, las víctimas del delito que supuestamente ya se ha resuelto pero que en realidad exhibe la gran simulación. El gran guiñol de la justicia mexicana.

Todo es narrado con imágenes de gente común, viajando, preparando la siguiente función de este circo llamado México. Y a pesar de todo, detrás de esos rostros curtidos por el tiempo, de esa madre maquillada como payasito lista para que el espectáculo continúe, detrás de esas caras, Tatiana Huezo se asegura de mostrar ese leve atisbo de esperanza, tan necesario para el país, tan fundamental para que nosotros, los espectadores, podamos levantarnos de esa butaca a fin de salir a vivir esta terrible realidad nacional.

El costo que pagó la realizadora fue alto. Al platicar con ella, me confiesa que la filmación y edición de esta cinta le cobró factura a su salud. Empezó a tener ataques de pánico, no podía dormir, tenía pesadillas y por eso tuvo que tomar terapia luego de concluir la cinta. No obstante, esta directora entiende que el camino que eligió a fin de narrar estas historias requiere forzosamente involucrarse. Ella sabe que su profesión tiene un alto costo: dejarse tocar por la realidad.

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