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Un personaje a la medida

Joaquín Cosío explora en Belzebuth un terreno poco explorado y difícil en el cine mexicano: una cinta de terror, posesiones y exorcismos
04 de Enero 2019
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Belzebuth es una película de terror dirigida por Emilio Portes. Ubicada en la frontera norte de México, en Mexicali, la historia sigue al policía Emmanuel Ritter, quien investiga una serie de crímenes violentos cuyas víctimas son niños pequeños. A Ritter estos sucesos le afectan particularmente, pues su hijo, que falleció en los cuneros de un hospital años atrás en circunstancias más o menos similares, tendría la edad de los chicos asesinados.

La naturaleza de estos hechos provoca que Ivan Franco (Tate Ellington), agente del FBI especializado en asuntos paranormales, llegue a ayudar a Ritter a pesar de su reticencia, pues todo indica que el exsacerdote disidente Vasilio Canetti (Tobin Bell de la saga de El juego del miedo), al que persigue, está involucrado.

A Joaquín Cosío, quien interpreta a Ritter, le interesó el proyecto porque representaba la oportunidad de trabajar en un terreno poco explorado y difícil en el cine mexicano: una cinta de terror sobre posesiones y exorcismos. “Podemos hablar de emociones, y un actor puede trabajar sobre las situaciones que le plantea un personaje, pero una posesión demoniaca, ¿de qué manera trabajarla? Y más en el sentido que busca Emilio y que a mí me gusta, es decir, que se sienta lo más real posible. Mi pretensión artística es conseguir un grado de honestidad en mi trabajo actoral, es decir, construir circunstancias que te puedan convencer. Me atrajo muchísimo cómo se hace, cómo se trabaja una película donde el enemigo es un fenómeno paranormal”.

El guion, que Emilio Portes trabajó con Luis Carlos Fuentes, proveyó a Joaquín de los elementos que necesitaba para construir su personaje. “En realidad lo que puede traducirse como una posesión es simplemente una fuerza, un grado de violencia extrema y de odio hacia los demás. Es de alguna manera como yo pude aterrizar y materializar algo tan subjetivo, tan inmaterial como estar poseído”. De hecho, Joaquín ni siquiera quiso ver videos que se pueden encontrar en YouTube.

“El camino no está en hacer una imitación, sino en encontrar dentro de mí los elementos. Lo demás es un guion muy bien construido”.

La película se filmó en la ciudad fronteriza de Mexicali y el desierto aledaño. Eso no representó un problema para Joaquín, quien vivió allí en algún momento de su vida. “El calor no era todavía tan extremo como suele ser, entonces la filmación sucedió bastante bien: noches frescas, días calientes pero tolerables”.

Lo que le pareció arduo fue la filmación de la secuencia climática de la película, que ocurre al interior de un narcotúnel, que hicieron en los Estudios Churubusco. “Era muy asfixiante. Utilizamos elementos como estas luces de bengala o de auxilio, no se hable de que cada vez que llegaba al set tenían que embadurnarme en todas partes de sangre cinematográfica hecha de melaza, azúcar y agua, y encadenarme. Fueron semanas muy esforzadas, de mucho trabajo”.

El personaje del policía Emmanuel Ritter tiene muchos cambios durante la trama, pues transita de un hombre común y corriente a alguien que padeció una experiencia espantosa y terrible. “Es un hombre marcado por la desgracia, y en este caso las circunstancias van definiendo su estado de ánimo y su carácter. Hay una huella definitiva, que es con la que empieza la película, y eso determina el siguiente Ritter, y ese siguiente Ritter anuncia al otro y al otro”.

A Joaquín Cosío, conocido y reconocido a partir de sus personajes de El Mascarita de Matando cabos (trabaja en la segunda parte) y del Cochiloco en El infierno, le parece imprescindible que un personaje le ofrezca un desafío dramático, que tenga acción y transformación. “Es lo único que lo justifica”. Recuerda que cuando empezó su carrera en el cine, hace menos de 20 años, los productores lo llamaban para representar el malo, el violador, el judicial, el policía.

“La mayoría de los proyectos que me llegaban en aquel momento no tenían nada de compromiso emocional o de reto dramático. En aquellos tiempos yo hacía teatro y podía vivir bien, tranquilo, y pude decir que no, hasta que empezaron a aparecer proyectos donde ya había un personaje con mi imagen, con mi complexión, con eso que puedo sugerir, pero con ambigüedad y complejidad en el trabajo de interpretación”.

Otro elemento que le parece fundamental a Joaquín, quien también ha desarrollado una carrera como escritor desde su adolescencia (se acaba de reeditar su poemario Bala por mí el cordero que me olvida) es el de los diálogos. “En el diálogo está el personaje, y cuando simplemente hay monosílabos o intercambios de malas palabras o coloquialidad, desconfío rápidamente”.

Para él, que acaba de presentar la cuarta temporada de la serie Narcos, de Netflix, en la que interpreta a don Neto, “las series presentan otro formato y otro tipo de narración, mucho más cercana al cine, y buscan justamente trascender los formatos tradicionales de historias sencillas, simples. Hay un poco más de conflicto y los personajes cobran importancia”.

Joaquín ha tenido presencia constante en cine, teatro y televisión, tanto en México como en el extranjero. Y considera que la época de producción boyante en todas esas plataformas sí representa un buen momento para los actores. “Sin ser demasiado estrictos en el sentido de qué ofertas hay, hay mucho trabajo. Aunque también es cierto que las condiciones han cambiado, los sueldos han disminuido y las ofertas ya no son tan correctas. Hay un detrimento de los salarios, pero esa tendencia a pagar menos y exigir más de alguna manera es global. También el cine de alguna manera lo tiene; por fortuna hay muchas productoras serias y coherentes que ofrecen un buen trabajo”.

En cuanto a si haber trabajado en una serie de Netflix le da mayor proyección mundial, dice que no lo sabe. “No creo que me vayan a hablar de Bulgaria o de Rumania, pero por lo pronto te permite ser conocido. En Estados Unidos me llaman con frecuencia, y me han llamado a proyectos increíbles en los que no he quedado por mi inglés pésimo. Pero ciertamente Narcos nos abre las puertas al mundo entero. Ojalá nos genere propuestas de trabajo”.

A Joaquín, actuar lo hace sentirse joven. “Es un impulso orgánico. Yo necesito actuar, entonces lo asumo. Yo soy un actor de provincia y generalmente los actores que viven en provincia, en circunstancias un tanto adversas para la creación, hemos actuado toda nuestra vida porque lo necesitamos. Y en mi caso, me nutre y me es indispensable”.

En un país tan lastimado y tan vejado como México, dice Joaquín, “donde diariamente te humillan, donde estamos expuestos a vejaciones de la autoridad, como ahorita que nos acaba de cortar la luz la CFE, los actores damos un pequeño bálsamo, una pequeña oportunidad de divertirte, reírte y gozar. No entraríamos en la discusión sobre si el arte transforma o no, si el cine puede cambiar, creo que lo hace y colabora en hacer reflexionar, en mostrar realidades, pero sobre todo, en entretener. Y hay entretenimientos que pasan rápido y otros que se quedan a conversar contigo o a divertirte un poco más. A mí me interesan este tipo de entretenimientos”.

En lo que respecta a la cuestión cultural en el gobierno actual, Joaquín dice que no es muy optimista. “Las aguas que mueven la voluntad política se mueven muchísimo y obedecen a tormentas y corrientes que ni sabemos. O sea, son volubles, o sea que el interés por la cultura va a variar. Hay una extraña miopía de los políticos en relación con la cultura, les hace daño, no la comprenden del todo”.

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