Por: Valeria Galván
“¡Diferentes y disruptivos, diferentes y disruptivos…”, así repetía marcando la “s” durante cada junta David, un entusiasta emprendedor con quien colaboré hace algún tiempo al generar contenido para el blog de su ambicioso y bonito proyecto que prometía facilitar la vida de nuestra generación, ¡vaya! ¿qué emprendimiento no sueña con eso?
David, además de ser un entusiasta treintañero, es noble, creativo y muy movido, pero tiene un par de áreas de oportunidad. Es volátil y le cuesta mucho aterrizar una idea o, peor aún, llevarla a cabo. Esto nos hacía perder valiosas horas en reuniones que bien podían haber durado 20 minutos. Recuerdo con cariño esa etapa de mi vida que, aunque corta, a mí también me hizo soñar con la posibilidad de “hacer ruido”, de ver lo diferente materializado… en fin, de ser parte de algo que en el mundo startupero suelen llamar “disruptivo”.
La primera vez que escuché esa palabra, corrí a buscarla en el diccionario de la Real Academia Española, y para mi sorpresa está definida como “rotura”. Quise saber más y los buscadores me arrojaron términos que iban desde “hacer ruido”, “interrupción”, “ruptura brusca” hasta la nueva palabra cliché de los emprendimientos o el uso de la tecnología con el propósito de facilitarnos la vida.
Según David, disruptivo significaba hacer las cosas diferentes, o lo que conocemos como “salirnos de la caja”. Él realmente quería sobresalir de aquel montón de empresas que sólo quieren obtener dinero; había convencido a un inversionista, tenía contactos y mucho empuje, incluso el apoyo de una famosa aceleradora de negocios ¿Cómo no creer en una persona que había desarrollado todo un concepto y que parecía imparable?
Entonces empezaron a ocurrir dos cosas. La primera: con cada reunión en la que perdíamos más y más tiempo, un nuevo emprendedor sacaba al mercado una idea similar a la de David, la cual seguía en eso, en la etapa de ser sólo una buena idea. La segunda: cada vez que él repetía “diferentes y disruptivos” me daba cuenta de que el proyecto se parecía más a los corporativos infestados por el virus de la “juntitis”, cuyo efecto es que una especie de nebulosa invisible se lleve las buenas ideas a un cajón de donde nunca salen para ser materializadas.
Un buen día, David habló conmigo y me dijo “Creo que esto no es lo que yo quiero, yo soy creativo y me gusta hacer otras cosas. En realidad pensé que este proyecto iba a darme dinero para hacer lo que me gusta”, –que por cierto, nada tenía que ver con el rubro donde nos movíamos.
Oh, my god!, pensé, recordando una y otra vez su deseo de ser “diferente y disruptivo”, y todo me quedó claro. Al final David sí era disruptivo, si nos apegamos a la definición que encontré en “san Google”. Hizo ruido en las personas que estábamos dentro, interrumpió una y otra vez los procesos que se habían planteado y los cambió por nuevas ideas, ademas rompió bruscamente los sueños de los que vimos en ese proyecto la posibilidad de hacerlos realidad.
Afortunadamente, David tomó la decisión de romper bruscamente con lo que hasta entonces había hecho y hoy se dedica a lo que le gusta. Dejó de pensar en el “gasto que pagaría el gusto” y, cuando lo veo, siempre está muy contento. Los demás tomamos nuestro camino, pero al menos a mí me quedó una lección fundamental para hacer las cosas bien, y es que, para ser emprendedor, no basta con ser disruptivo, también hay que ser constante y enfocado a fin de alcanzar nuestras metas.
*Buscadora de historias urbanas de sus contemporáneos millennials. Ponte atento, tu historia puede ser la próxima.
@VeraVanely