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de historias

Guillermo Arriaga creció en Iztapalapa, ‘un barrio interesante’, dice. Y durante los últimos cinco años y medio se dedicó a plasmar parte de estas vivencias en su novela El Salvaje, una obra de 700 páginas que, asegura, es inadaptable al cine
13 de Noviembre 2017
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Por Javier Pérez

El salvaje es una novela monumental. Setecientas páginas de un relato de iniciación sobre un adolescente en la Ciudad de México que afronta la pérdida de toda su familia en el lapso de tres años. A la par, está la historia de un cazador de lobos inuit y una serie de disquisiciones sobre diversos temas, e incluso una apuesta por capítulos tipográficos en un libro cuya estructura rompe linealidades. “Lo hice así porque estaba un poco perdido y esos preámbulos me servían a mí para decidir hacia dónde quería llevar la novela”, dice Guillermo, quien usa unos lentes de sol que lo protegen de la resolana que pega fuerte en la terraza donde platicamos una mañana sobre esta novela que le tomó “cinco años y medio de trabajar todos los días donde estuviera: en un hotel, en un avión; aunque viajara, escribía, aunque fueran dos páginas”.

La historia de Juan Guillermo tiene trazas autobiográficas. Se ubica en la colonia de Iztapalapa donde vivió Arriaga y también está presente su gusto por la cacería. “Yo siento que sí valía la pena contar estas vivencias. Creo que viví una época interesante y viví en un barrio interesante, rodeado de situaciones interesantes. Hay cosas que solamente en un barrio como el que crecí se pueden dar, una mezcla muy extraña de personajes diversos, desde gente de la ultraderecha católica hasta las bandas más bravas de la ciudad a los primeros narcomenudistas y maestros de escuela. Es muy interesante la combinación que había en ese barrio”.

Dice Arriaga que no existe una explicación de cómo o cuándo surge la idea de una novela. “Hay algo que nos pasa a los narradores, a los contadores de historias: es que si no las cuentas, te envenenan. Y no es algo de lo que uno tenga tanta decisión. Empieza a crecer dentro de ti y se convierte en una necesidad fisiológica contarla. Es un proceso extraño. ¿Por qué escribe uno? Porque una novela es algo que ni siquiera tú te explicas, pero son cinco años de tu vida y cuando empiezas dices: más vale que sea buena y más vale que sea el tema adecuado, porque lo ves como una montaña que subir”.

Conocido por su trabajo como guionista cinematográfico, primero estrechamente ligado a Alejandro González Iñárritu (fue nominado al Oscar por Babel) y luego por su parte (incluso ya ganó el premio como mejor guionista en el Festival de Cannes por Los tres entierros de Melquiades Estrada) sostiene que El salvaje es una novela inadaptable al cine. Incluso para él, que además también ha hecho películas como director. “Todo pasa en el interior de los personajes. Lo fundamental es la revolución interior, el revoloteo de emociones que están teniendo ambos personajes, tanto Juan Guillermo como Amaruq”.

Arriaga dice que las historias no se escriben pensando en que serán importantes porque se les pone una carga que lejos de ayudarle, las limita. “Hay que permitir que la obra crezca como le es natural y si estás pensando: quiero escribir de un tema importante, quiero que la gente la lea, quiero que gane premios, ya la pobre obra trae aquí una carga como el Pípila. No puedes pensar si va a ser una obra importante, tú la escribes porque la tienes que contar. Y descubrí que uno escribe para los de su propia especie, ya sabrás si tú especie es grande o chica, eso no lo puedes determinar”.

Aunque no deja de lado su trabajo en la escritura de guiones, dice que la novela resulta muy atractiva. “Es una relación distinta la que tienes con un lector que la que tienes con un espectador, y también le seduce a un escritor esa relación con un espectador. Es una dinámica completamente variada. No quiero decir que el cine sea superficial, ni que sea una cosa de que los espectadores no tengan la capacidad de profundizar en los temas, por supuesto que la tienen, sin embargo, es otro momento porque en el cine tú determinas el ritmo al espectador. Él se sienta, pero si se va al baño, se pierde el ritmo. Aquí el lector determina el ritmo de su lectura, no el novelista. Esa relación habla de diferentes formas de vincularte con quien te ve o te lee. La experiencia de leer una novela como esta es de varios días y de varios momentos. Tú no sabes en qué momento te está leyendo el lector. En la película estás sentado y sabes cuánto tiempo te va a llevar”.

Arriaga, quien suele vestir de camiseta o chamarra negra y usar pantalones cargo, dice que “la función de la literatura y de todo arte en general es formular preguntas. Si alguien se formula preguntas después de leer un libro mío o ver una película mía, pues ya estoy del otro lado. Si un libro o una película mía sobreviven el hecho de que se termina y permanecen en la cabeza de un lector, de un espectador o un lector, y estos tienen la necesidad de discutirla y siguen hablando de ella y pensando que es un momento importante, para mí ha servido de mucho”.

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