Periodismo imprescindible Viernes 26 de Abril 2024

Drexler hace mejor al silencio

El músico uruguayo llenó el Teatro Metropolitan en sus dos presentaciones en CDMX. A sus 54 años está viviendo el éxito por el que luchó durante mucho tiempo. Ahora llena grandes salas, sus canciones son entonadas por cada vez más personas y, por fin, su huella quedó tatuada en la música latinoamericana
04 de Marzo 2018
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POR JULIÁN VERÓN

Los conciertos son una celebración en la que el chamán –en este caso la banda o artista que esté tocando–, dirige la ceremonia mientras los escuchas participan con igualdad de importancia en este ritual.

En un concierto, los tiempos son distintos, la gente se viste de otra manera, incluso la comida no sabe igual –por lo costosa–, y hasta la arena de los relojes cae mucho más lentamente. Todo esto se suma a la maravillosa excusa de que todos, absolutamente todos los asistentes, están ahí por la misma razón: la música. Es un día especial en el que sientes que nada puede salir mal y la felicidad se desborda por tu cuerpo, mientras te tomas una cerveza para esperar al artista en el que tanta lana has gastado al comprar sus playeras. Hay chicas y chicos guapos, palomitas, alcohol, drogas, comida rica, y tienes una excusa real si deseas poner tu mano sobre los hombros de la persona con la que asistes.

Cada vez que escucho a Jorge Drexler me entra una sensación inmediata de bienestar. Su voz, música y sonidos están llenos de una sinceridad que apenas colocas una de sus canciones es imposible negar. Drexler ha luchado, no tuvo la suerte de algunos artistas, quienes en el primer disco pegaron un hit y han vivido de él durante toda su carrera. Fue hasta su noveno disco que el mundo empezó a llenar Twitter y Facebook con estados que decían: “Nada se pierde, todo se transforma”, y logró el Oscar ese mismo año con “Al otro lado del río”.

Drexler llenó el Metropolitan en sus dos presentaciones. A sus 54 años está viviendo el éxito que preparó a fuego lento. Llena teatros, sus canciones son cantadas cada vez por más personas y su huella ya quedó tatuada en la música latinoamericana.

El concierto empezó lento, como anunciando que algo mejor iba a venir poco a poco. Una de mis preocupaciones reales cuando decidí asistir fue ver qué tanto podía hacer con sus canciones, ya que casi todas vienen de la guitarra acústica y en algunos momentos se pueden sentir “parecidas”.

Afortunadamente esto no fue un problema pues fueron dos horas y media de todo el repertorio de Drexler distribuido de la mejor manera posible. Tuvo su espacio para inmovilizar a todo el teatro con sólo la guitarra acústica y su voz exageradamente afinada. Hubo momentos para bailar como si se estuviese en un concierto de Willie Colón, y también espacios para que el silencio invadiera la sala. Drexler es un artista que sabe manejar el silencio de una manera brutal, algo que no muchos logran. La voz de Drexler hace mucho mejor al silencio.

El concierto tuvo invitados: Mon Laferte y David Aguilar entre los más coreados. La banda que acompañó a Drexler estuvo perfecta –se nota la cantidad de conciertos que tienen encima– y hacía sentir que nada podía salir mal dentro de ese teatro. Literalmente fue una celebración, me sentía parte de algo único y lleno de una energía sincera y pura, incluso en algunos momentos del concierto pensé en lo mala persona que yo soy y en lo buena persona que es Drexler, o al menos eso es lo que vibra. Además, Drexler es un performer con todas las letras de la palabra. Domina al público, les hace dejar de aplaudir tontamente a fin de que no caguen el momento, y cuando quiere cuenta lo que le de la gana acerca de cada canción, sin importar si se tarda diez segundos en ello o veinte minutos (como pasó).

La intimidad que generó Drexler ese viernes en el Metropolitan nunca me había pasado en algún concierto. Es algo especial que agradezco haber vivido, y jamás pensé terminar bailando en un concierto suyo. Fue hermoso ver cómo todo el Metropolitan estaba de pie en sus asientos, como si nada más importara; liberando los males y olvidando todo lo que estaba fuera, como si estuviésemos dentro de una guitarra y todos resonáramos a la vez.

Los conciertos son para eso: dejarnos ir y gritar todo lo que tenemos dentro; olvidar que nuestro jefe es un gran pendejo, que ya no amamos como antes a nuestra pareja, y que probablemente podríamos ser más felices en nuestra vida diaria. Nos dan esa gasolina necesaria para seguir con nuestra vida; la energía vital para levantarnos a las siete de la mañana todos los días de la semana y ducharnos con agua caliente, mientras las gotas caen sobre nuestro rostro dormido. Jorge Drexler hace mejor al silencio, y ya eso es mucho decir.

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