Periodismo imprescindible Viernes 26 de Abril 2024

Geometría de la Belleza

El compositor David Byrne presentará su American Utopia, el álbum más reciente de su carrera, el próximo 3 de abril en el Teatro Metropólitan para luego viajar a Guadalajara donde será parte de los headliners del Corona Capital
31 de Marzo 2018
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POR JAVIER PÉREZ

David Byrne es un tipo que parece sacado de otro planeta: fue diagnosticado con una forma leve del síndrome de Asperger, buscó un diferenciador incluso en el atuendo que ha encontrado en la impecabilidad formal de un comentario transgresor, agregó tratamientos sinuosos a la música que componía con los Talking Heads (en muchas ocasiones acompañado por la producción de Brian Eno) y que ha proseguido con constancia y eficacia en sus trabajos solistas a los que lleva dedicándose casi 30 años sin combinarlos con la banda ya disuelta, apostó por la grabación de un álbum de estudio con multipistas a principios de los ochenta –pese a la dificultad de interpretarlo en vivo y la posibilidad de ser incomprendido y cuya vía ha seguido invariablemente–, incorporó elementos del teatro kabuki o del balinés para sus coreografías e indumentarias, decidió crear espectáculos transparentes que mostraban el esqueleto de los efectos lumínicos y que ha evolucionado en una búsqueda de la desnudez escénica, incorporó elementos dramáticos a fin de elaborar de forma calculada la sorpresa sobre el escenario y, sobre todo, nos enseñó cómo funciona la música en un soberbio y personalísimo ensayo publicado en español por Sexto Piso.

El 3 de abril en el Teatro Metropólitan, el compositor David Byrne presentará su American Utopia, el álbum más reciente de su carrera en el que habla de Estados Unidos –país en el que este escocés de 65 años ha vivido desde los ocho y en el que lleva seis nacionalizado– en diez temas en los que los ritmos tranquilos y aparentemente alegres se mezclan con letras desoladoras en las que hay orgullo y tristeza. Unos días después, el 7 de abril, será parte de los headliners del primer Corona Capital Guadalajara.

Para Byrne, la música, “lejos de ser un mero entretenimiento, es parte de lo que nos hace humanos. Su valor práctico es quizá un poco más difícil de determinar, por lo menos en nuestra forma actual de pensar, que el de las matemáticas o la medicina, pero muchos convendrán que, para una persona que oye, una vida sin música es una vida significativamente menguada”.

Aunque tiene bastante claro que la música es intangible, “existe sólo en el momento en el que es aprehendida, pero aun así puede alterar profundamente nuestra manera de ver el mundo y nuestro lugar en él. La música puede ayudarnos a superar momentos difíciles de la vida, cambiando no sólo cómo nos sentimos por dentro, sino también cómo sentimos todo lo que nos rodea”.

A lo largo de su carrera, que inició en 1978 con los Talking Heads en Estados Unidos, Byrne ha aprendido, primero intuitivamente, “que la misma música puesta en un contexto diferente puede cambiar no sólo la manera en que el oyente la percibe, sino que puede también darle un significado enteramente nuevo. Según dónde la oigas –en una sala de conciertos o en la calle– o cuál sea la intención, la misma pieza musical puede resultar una intromisión molesta, desagradable y ultrajante o puede hacerte bailar. Cómo –o cómo no– funciona la música depende no solamente de lo que es aisladamente (si se puede decir que tal condición existe), sino en gran parte de lo que la rodea, de dónde y cuándo la escuchas, de cómo es ejecutada o reproducida, de cómo se vende y se distribuye, de cómo está grabada, de quién la interpreta, de con quién la escuchas y, finalmente, por supuesto de cómo suena”.

Y eso mismo, sostiene, determina en gran parte lo que se escribe, pinta, esculpe, canta o ejecuta. “Esto no suena demasiado a percepción, pero en realidad es lo opuesto a la creencia común, que mantiene que la creación emerge de una emoción interior, de pasiones o sentimientos que afloran; que el ansia creativa no transigirá con compromisos y tiene que buscar simplemente una salida para ser escuchada, leída o vista… Esta es la noción romántica de cuán creativa llega a ser una obra, pero creo que el proceso de creación se aparta en casi ciento ochenta grados de ese modelo”.

En un capítulo de su libro Cómo funciona la música, detallado ensayo en el que recurre a diferentes autores y teorías e incluso hace un recuento histórico sucinto, escribe: “Parece que la creatividad, sea el canto de los pájaros, la pintura o la composición de canciones, es tan adaptable como cualquier otra cosa. Lo genial –el surgimiento de una obra realmente extraordinaria y memorable– parece emerger cuando algo encaja a la perfección en su contexto. Cuando algo funciona no nos da sólo la impresión de brillante adaptación, sino también de emocionalmente relevante. Cuando lo que tiene que ser está donde tiene que estar, nos conmueve.

“Según mi experiencia, el contenido emocionalmente cargado está siempre ahí, oculto, esperando a ser llamado, y aunque los músicos confeccionen y moldeen su obra según la manera y el lugar en que será escuchada o vista, la agonía y el éxtasis sirven siempre para llenar cualquier forma disponible… Expresamos nuestras emociones, nuestra reacción a sucesos, rupturas y pasiones, pero la manera en que lo hacemos –el arte que hay en ello– es darles formas prescritas o ceñirlas en distintas formas que encajen perfectamente en algún contexto nuevo. Esta es la parte del proceso creativo, y lo hacemos por instinto; lo interiorizamos, como los pájaros”.

Así es la música de Byrne, quien debe mucho al jazz y al soul, que ha explorado excelsamente en infinidad de ritmos –incluidos los tropicales– interpretando salsa, merengue y bossa nova con un conjunto de músicos brasileños (en el excepcional álbum Rei Momo del 89), que hizo un sello para distribuir música de Brasil, que ha hecho colaboraciones con músicos como St.Vincent, Celia Cruz, Lazy, Brian Eno, Ryuichi Sakamoto –con quien ganó un Oscar: fue el score de El último emperador–, Fat Boy Slim, Marisa Monte, Nrü (Rubén Albarrán de Café Tacuba) y Caetano Veloso, entre otros.

Todo lo anterior, y mucho más, confirma su afirmación de que la música es parte de la geometría de la belleza.

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