Periodismo imprescindible Viernes 26 de Abril 2024

Amar en otra dimensión

Es cierto, cuando te estableces con tu pareja y tienes hijos, simplemente cambian las prioridades y las alegrías. Ya no se trata de irse de fiesta hasta el amanecer, ni viajar a lugares recónditos. Entonces, ¿de qué va el amor después de los hijos?
11 de Febrero 2018
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POR SEBASTIÁN SERRANO

Cuando llegan pregunto por Elena –se quedó en casa de su amiga–. Enrique viene dormido, así que con mucho cuidado lo saco del coche y lo subo a su cuna, evitando por todos los medios que se despierte. Bajo las escaleras de regreso sin hacer ruido, casi arrastrando los pies, y al pisar el último escalón, ella está dejando las cosas sobre la mesa. Nos miramos y se desata un vendaval casi adolescente, giramos por los pasillos, la ropa sale volando sin contemplaciones, la pasión y el amor contenidos se desatan en torrente (los detalles los dejamos a la imaginación). Cuando Enrique se despierta, llorando, estamos abrazados con esa sensación liberadora, cansados, satisfechos, mirando el techo.

En el día a día, apenas tenemos tiempo de ver más allá de las funciones básicas y necesidades de los niños. El centro de atención cambia completamente, ya no eres tú o tu pareja, ahora todo gira alrededor de ellos. Cuando escuchamos a la gente hablar de las películas que están presentando, nosotros sacamos nuestros dedos para contar y descubrimos que llevamos más de un año sin pisar una sala de cine.

Antes íbamos todos los lunes, teníamos la lista de películas que queríamos ver, incluso podíamos darnos el lujo de ir a un concierto, pero ahora, ni siquiera pasa por nuestra mente. Aunque si se da la oportunidad, no la desperdiciamos: los niños se quedaron con los abuelos, a revisar la cartelera rápido, seleccionar la película y salir corriendo. Luego vamos a cenar, no importa que sea el restaurante de siempre. Queremos hacer todo en un solo día, en unas pocas horas, sin embargo, lo cierto es que después de la película tenemos sueño y a duras penas nos tomamos una cerveza en el bar sin cabecear. Además, si bien intentemos hablar de otros temas, el círculo vuelve a tomar su curvatura y terminamos hablando de ellos, invocándolos, no lo podemos evitar, son nuestra vida.

Para Liz y Leo también fue un cambio que aceptaron, sin apenas percibirlo. Antes de tener hijos, cuando salían, tenían la disponibilidad total de su tiempo, la libertad de organizar e improvisar a su gusto; pasaban los fines de semana juntos, a cualquier hora se iban a cenar, si querían se iban de viaje.

Cuando logran dormir a los niños, es el tiempo que tienen para ellos como pareja. A veces se acuestan a ver una peli o llevan botana como cena, aunque la mayoría de las veces están tan cansados que simplemente se quedan dormidos. Según Leo, más allá de la pareja, se trata de una vida de los cuatro, y como dice: “Un hijo cambia todas las prioridades, toda situación nueva trae sus alegrías y complicaciones. Lo que antes imaginabas como un sueño se convierte en presente, e implica resolver los retos del aquí y ahora. Los recursos se van haciendo más limitados y ya no son para nosotros, pasas a cubrir otras prioridades. Tienes que cuidar más la plata y compartir tu tiempo en familia todo lo posible, pero las salidas sencillas las disfrutamos muchísimo”.

Liz continúa: “Hemos aprovechado que estamos en México y podemos dejarle los niños a mi mamá, la otra noche fuimos a cenar los dos solos, algo que no habíamos hecho en mucho tiempo, pudimos estar relajados, platicando superbien, aunque al final por una u otra cosa, siempre terminamos hablando de ellos. Ya no vas en plan tan romántico, de conquista, terminas hablando de la casa, de la familia, de los problemas”.

Que siga la función

Es una situación que Tania y Rafa han tenido la suerte de llevar sin problema. Desde el principio, su relación fue de salir mucho; iban a fiestas y reuniones, además tenían la costumbre de ir por lo menos dos veces a la semana al cine, y si llegaba un concierto de algún grupo que les gustaba ni se lo pensaban. También salían mucho a pueblos, a conocer zonas cercanas a la Ciudad de México, o incluso dentro de la ciudad tenían el reto de buscar y conocer lugares nuevos. Desde que nació Mika la situación no ha cambiado, sólo el enfoque, pues siguen buscando actividades para hacer y salir, pero ahora piensan en que sean dirigidas a ella; conciertos, teatro, cosas para niños.

Al mismo tiempo, se las han ingeniado con el propósito de no perder el cien por ciento de ese ritmo que tenían de salir, no con la misma intensidad, aunque sí han logrado mantener en gran parte su estilo de vida. Son afortunados porque tienen a mucha gente que puede ayudarlos a cuidar a Mika; abuelos y tíos por ambos lados. Ya tienen el ritual de que por lo menos una vez a la semana se queda con los abuelos, y ellos van al cine o a cenar, y si tienen un concierto o algún evento especial, siempre tienen con quien dejarla.

Otra dimensión

Leo lo toma con filosofía y me explica cómo ve la relación de pareja desde otro ángulo. “Cambian las prioridades y uno madura, se amplía la dimensión, ya no sólo eres pareja, compañero, ahora también te conviertes en papá. Es un proceso de aprendizaje completo en el que tienes que enfrentar día a día cosas nuevas, desde cambiar un pañal hasta lo que le pasa a tu hija en el colegio. Los niños en realidad nos han unido mucho más y consolidado como pareja.

“Se van fortaleciendo los lazos al enfrentar tantas cosas; con los hijos actúas de la mano de la otra persona, en conjunto con ella.

“Se proyecta y amplía la relación a la familia, tanto al pequeño núcleo que formas como a la familia de donde vienes, tus padres y hermanos. Todo esto te va llevando a dimensiones nuevas que hace que veas en tu pareja a una compañera en un sentido más amplio, es una aventura cada vez más grande que tú vas construyendo, generas lazos indisolubles con esa persona. Sigues estando unido, pero el valor de la relación es mucho mayor, es inconmensurable”.

A nosotros nos pasa igual. Si al fin logramos organizar un fin de semana y dejamos a los niños con sus abuelos, despertamos en la mañana y volvemos a evocar al amor perezoso de otros días y podemos retozar un rato tranquilamente en la cama, lujos que también se dan poco. Sin embargo, al medio día, cuando ya nos regresan a nuestros cachorros, verlos corriendo y gritando por toda la casa es regresar a la vida, como si lleváramos meses lejos de ellos. De nuevo llega el ruido y el caos, cosas tiradas, carcajadas, carreras (“Mami, tengo hambre”; “Enrique, qué haces ahí trepado, te vas a romper las narices”).

Tenemos que regresar a la vida real, volver a sacar los tentáculos y hacernos cargo de nuestras crías, atentos a cada locura que pueda pasar por su mente creativa; esa felicidad básica de la vida buena, que nadie te regaló, ni compraste, que tu engendraste y has visto crecer como pareja.

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