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Matematleta de alto rendimiento

Leo Míkel es un campeón. En un maratón de conocimiento que para él empezó desde que tenía cuatro años, ha ganado tantas medallas que ya no le caben en el pecho. Su pasión son las matemáticas
29 de Abril 2018
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POR IRMA GALLO

Tiene los ojos grandes y muy negros. Sonríe con ellos y con el resto de su cara; todo él es una sonrisa. Acaba de ganar la medalla de plata en el primer Concurso Nacional de Matemáticas “Carl Friedrich Gauss”, en Cuernavaca, Morelos. Es su primer triunfo en el 2018, pero es larga su carrera como apasionado por esta ciencia que es el “coco” para otros niños: empezó a los cuatro años, cuando su mamá, Mónica, lo inscribió a un curso en un centro Kumon, porque su hermano mayor, Octavio, ya iba, y a Leo le llamó la atención.

De ahí en adelante, nada lo detuvo. Hoy en día, Leonardo Míkel Cervantes Mateos ocupa el lugar número nueve entre los mejores 12 alumnos de secundaria a nivel nacional, según el ranking del comité directivo de la Olimpiada Mexicana de Matemáticas, que selecciona y prepara a los equipos que representan a México en la International Mathematics Competition.

Leo es un adolescente perfectamente normal: a los 13 años es juguetón, travieso; practica karate, se viste de algún personaje de Star Wars para ir a los estrenos de la saga, y disfruta los videojuegos. Tiene un mechón de pelo azul que lo distingue entre sus compañeros. Y dice que le gustan las matemáticas porque te permiten usar la creatividad y la imaginación.

Y eso me llama la atención, pues nunca pensé que esas dos palabras podrían asociarse con algo (según yo) tan árido, tan cuadrado.

“Es que depende de cómo sean los problemas que te pongan”, me responde, cuando le hago esa observación, y sí, seguramente todos recordamos que los problemas que nos ponían en la escuela eran muy repetitivos, y no ha cambiado mucho eso: te dan un tema y tú tienes que aprender ese método o esa fórmula, porque después te van a hacer un examen así. No se trata de combinar conocimientos o de idear nuevas maneras con el propósito de llegar a algo.

Sin embargo, en las olimpiadas de matemáticas, donde Leo participa desde que tenía 10 años, todo es completamente distinto.

—Ahí sí tienes que imaginar para llegar a una solución. Y por eso no pienso dejar nunca las matemáticas. Quiero dedicarme a esto toda la vida.

Mónica, su mamá, es periodista. Pero también, y sobre todo, una “mamá gallina”, como se dice coloquialmente.

Y aunque todos están muy orgullosos de los logros de Leo, esto les cambió totalmente la dinámica familiar.

—Nos hemos convertido prácticamente en su staff –Dice Mónica–. Más que familia, somos el staff del atleta, porque les hacemos sentir que son como atletas de alto rendimiento.

Adolfo, el papá, también está contento de ser parte de la plantilla. Con todo y que esto signifique gastos constantes (boletos de avión y hoteles, porque la Olimpiada Mexicana de Matemáticas sólo cubre los de Leo), así como solicitar permisos en la oficina con el objetivo de acompañarlo a sus entrenamientos y competencias en otros estados; él lo disfruta porque a Leo lo hace feliz.

Aunque estudia la prepa y entrena karate, Octavio, el hermano mayor, de 16 años, también apoya en lo que puede a Leo. Y lo hace con gusto, sin celos ni envidias. Mónica y Adolfo educaron a sus hijos para apoyarse, no para rivalizar.

—Los cuatro somos un equipo.

Con esta frase, Mónica define la dinámica familiar que han adoptado desde que, en el 2015, Leo ganó la medalla de oro en la Olimpiada de Matemáticas de la Ciudad de México –a los 10 años de edad–, en la categoría de Primaria.

Todos los días, al salir de la escuela, en sus entrenamientos vespertinos en el Instituto de Matemáticas de la UNAM, o cuando están fuera de la ciudad, en Mazatlán, Mérida, Tuxtla Gutiérrez o Cuernavaca, Leo y sus compañeros matematletas trabajan duro, porque aunque acumulan medallas y reconocimientos, saben que sólo así podrán seguir por este camino, hasta alcanzar un lugar en las competencias internacionales, y de ahí, la posibilidad de conseguir una beca en Stanford o el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), como ya lo han hecho otros antes que ellos.

—Nuestros niños no son niños genios. Eso no existe –dice Mónica–. Eso desde el principio nos lo dejaron bien claro los delegados de la Olimpiada de Matemáticas y los entrenadores. Todo es a base de puro trabajo. Son niños muy trabajadores, porque esto no es un sueño imposible. Cada medalla tiene detrás horas y horas de entrenamiento.

Tan es así que hace poco Leo sufrió una decepción: aunque había participado en cinco entrenamientos nacionales, y estuvo en el puesto número 4 de los 12 matematletas que concursaron, no resultó seleccionado para la Competencia Internacional de Matemáticas, que se realizará este año en Bulgaria.

—Sí me puse muy triste –dice–. Pero después vi que varios de los que se fueron este año, el año pasado no quedaron, y los eliminaron antes o en la misma etapa que a mí. Y yo espero seguir trabajando para irme este año, en noviembre, a otra internacional que va a ser en Argentina.

Adolfo está convencido de que lo logrará:

—Desde pequeño le he dicho que una forma de aprendizaje es fallar, es equivocarse. Él sabe que estos entrenamientos lo que le dejan es experiencia, que puede fallar, pero que no es la única oportunidad que tendrá.

Mientras llega la siguiente competencia, toda la familia –el staff– de Leo Míkel se prepara a fin de estar con él, apoyándolo, igual que aquel día, cuando tenía cuatro años y entró por primera vez a una clase en el centro Kumon, de la mano de su hermano

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