Periodismo imprescindible Viernes 26 de Abril 2024

#EsDiscriminación

Acéptalo, tienes un yo discriminatorio bien arraigado en el subconsciente, pero ese demonio no es sólo tuyo, también es de quienes te rodean
12 de Enero 2019
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Nuestro país tiene dos caras. Una que carga con la realidad de 60% de la población, en donde la canasta básica o la educación resultan un reto, más que un derecho. Del otro lado nosotros, la clase media y alta que logró apropiarse de la riqueza económica, y que lucha constantemente por conservar, a como dé lugar, los privilegios que genera esa desigualdad.

México es entonces tanto los pies descalzos del niño que vende chicles afuera de un restaurante, como la familia que sale del mismo después de darse un atracón de comida con todo y su respectiva foto en Instagram.

Si bien el contraste de por sí ya pesa, la discriminación arraigada en nuestra cultura se acentúa en escenarios como estos, en donde ya es natural para todos usar la careta de indiferencia porque así nos han enseñado, porque pobremente asumimos que la falta de recursos no los hace dignos de nuestra atención, aunque sí nos da la oportunidad de compararnos, de esponjarnos con nuevos prejuicios, de vanagloriarnos con su desgracia, de hacer notoria la separación con el fin de demostrar nuestra superioridad, de segar de tajo las oportunidades que nosotros gozamos.   

La discriminación es un veneno que nuestra cultura nos ha ido dosificando con cuchara grande, y si bien el clasismo es la punta más visible del iceberg, esconde muchos tipos de segregación social que penden únicamente de lo que nos han hecho pensar que está mal.

Para que te des una idea, según la Encuesta nacional de discriminación realizada por el Inegi, Conapred, Conacyt y UNAM, cinco de cada diez personas en México afirman que han sido discriminadas por su apariencia física, género, situación económica, orientación sexual, algún tipo de discapacidad o creencia religiosa.

Mismo estudio arroja que el 56.5 % de los casos de discriminación se deben a la apariencia, un 27.7 % a la manera de hablar, 21.7 % por el lugar al que pertenece la persona, y 19 % fueron rechazados por su clase social.

Estadísticas que encajan con hashtags como #EsDePobre, #EsDeIndios, #Feminazis o cualquier otro de sus derivados meméticos que fluyen dentro de nuestros timelines con mucha naturalidad, como los demonios de la discriminación en nuestro inconsciente. Demonios que han sido alimentados por tu abuela homofóbica, tu padre racista, tu amigo clasista, tu novio machista o cualquiera de los influencers que sigues y viven aventando chistes de mal gusto porque son los que generan más RT.

Y ni tuerzas los ojos o muevas la cabeza de un lado a otro tratando de convencerte de que lo que acabas de leer no hace clic contigo, tus familiares o amigos. Por más que nos cueste aceptarlo, dentro de nuestros círculos sociales más cercanos es donde comienza a desarrollarse esa insensibilidad hacia lo desconocido o ajeno a nosotros.

Seguimos arrastrando ideas cuadradas, que pesan, que no nos permiten avanzar hacia un desarrollo que apunte hacia el sentido de comunidad; hacia donde no se juzgue a una persona como enferma mental por su preferencia sexual, un espacio en donde las mujeres podamos gozar las mismas oportunidades que los hombres, donde el tono de piel no se use como un distintivo para saber cómo tratar a alguien y, sobre todo, en un país en el que la situación económica no pese más que la humana.

Sin embargo, para avanzar hacia allá, el primer paso es reconocer que en nuestro subconsciente existe un yo oscuro al que le gusta discriminar, el cual durante muchos años se ha alimentado de la publicidad aspiracional, la doble moral y un montón de otros juicios de valor que nos segregan.

Es así, enfrentando a ese ser despreciable que hay dentro de nosotros y los demás, que poco a poco comenzaremos a moldear otro tipo de pensamiento, otra forma de abordar nuestra cultura y las comunidades que la rodean.

No titubees la próxima vez que tu mejor amigo comparta un meme que haga distinción de clases o que tú tía le haga jetas a una pareja de lesbianas en la calle. Si comenzamos a aplastar la discriminación con la voluntad –una que busca un futuro tolerante–, diez de cada diez mexicanos gozarán de inclusión.

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