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Generación Z: libre de prejuicios

Platicamos con padres y madres que se han tatuado, y con sus hijos, para conocer su opinión. Los adultos lucharon contra los estigmas sociales, pero sus hijos e hijas ven el tema con mucha naturalidad
26 de Noviembre 2017
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“Mi mamá tiene dos tatuajes y mi papá tiene como cinco, pero a mi abuelito no le gusta que los tengan y no sé por qué”, dice Pedro, un niño de ocho años que ve con naturalidad que los adultos o personajes que admira, como Lionel Messi, tengan tatuajes en alguna parte de su cuerpo.

Para él, a quien le encantan los tatuajes de sus papás, también es inexplicable que haya gente que rechace a personas tatuadas, ya que los ha visto todo el tiempo en su casa y en su entorno cercano, algo que no pasaba con los niños de otras generaciones.

“Hoy, los chavitos ven con naturalidad cosas en las que los adultos crecieron cargando prejuicios, pero siempre les parecerá más normal lo que ven en casa”, dice Javier, el padre de Pedro.

La mayoría de los adultos tatuados de hoy crecieron con mitos negativos alrededor de los tatuajes. Como Elizabeth, de Guadalajara. Ella y su pareja están tatuados, por lo que sus hijos de ocho y dos suelen verlos con naturalidad, lo cual contrasta https://kiteessay.com/essay-writing mba-essay.com mba-essay.com con lo que ella vivió de pequeña.

“De niños jamás pensamos en tatuarnos, era como tabú; en palabras de mis papás: ‘los tatuajes eran para carceleros’. De hecho, cuando me hice el mío, mis papás me dejaron de hablar un mes hasta que lo asimilaron”, recuerda.

Por su parte, Karla dice que de niña también le dijeron que “sólo los delincuentes se tatuaban”, aunque hoy los niños tienen otra perspectiva.

“Ahora somos tantas personas poniendo historias en nuestra piel que ellos lo ven como algo natural. En el caso de mi hija, sabe que hacerte algo así es para siempre y que no puedes hacer lo primero que se te ocurra, pero que cada uno es libre de hacer con su cuerpo lo que decida”, asegura.

Josué tiene seis años, sus papás no están tatuados y es contundente al expresar su opinión sobre los tatuajes: “que se los hagan, los que quieran”.

Todo parece indicar que son los adultos los que mantienen los prejuicios contra los tatuajes, por muy ridículos que parezcan hoy en día.

Chilango de adopción y con su cuerpo lleno de atractivos tatuajes, Danny Yerna es uno de los tatuadores con más experiencia en México. “Para mi hijo ya es completamente normal verlos; igual se pega sus estampitas o colorea sus brazos y por eso hemos tenido problemas en la escuela, pero ya viéndome y explicando la situación se arregla y todos felices”, comenta.

Algunos de los tatuajes de Danny están dedicados a su hijo, quien suele pedirle que los muestre en algunas reuniones o en el parque con la finalidad de presumir que esos son “sus” tatuajes. Sin embargo, esa naturalidad contrasta a veces con otros integrantes de la comunidad escolar: “Hay mas prejuicios con los papás de los demás niños en la entrada de la escuela”.

Katia y su esposo están envueltos en el mundo de la música, y entre sus tatuajes tienen la fecha de nacimiento de su hija de cuatro años, acto que le parece muy tierno a la pequeña. “Ella dice que cuando sea grande va a tener unos, y ahora sabe que sólo se puede poner stickers o se hace dibujos. Algo que me llama la atención es que nunca me ha preguntado por qué alguien no tiene tatuajes, y sí noto que ella está mucho más rodeada de personas tatuadas que lo que a mí me tocó a su edad”, indica.

Una generación libre

Nancy también tiene tatuajes inspirados en sus hijos; menciona que les ha transmitido que son algo permanente y que por eso deben tener siempre un significado especial. “Su actitud ante los tatuajes es de algo natural, sin prejuicios”, subraya.

Otra madre tatuada, Ana, recuerda que su hija, al ver el tatuaje que se hizo en el cuello, sólo exclamó “¡wooow!”. “Los niños no tienen estigmas ni prejuicio cultural”, opina.

Keny, de Perú, dice que para sus hijos tampoco son muy relevantes los tatuajes que tiene. “La valoración de los tatuajes, positiva o negativa, la dan los adultos, como en la mayoría de las cosas”, reflexiona.

No es ‘contagioso’

A su vez, los padres tatuados parece que tampoco tendrán inconveniente con que sus hijos se tatúen algún día, siempre y cuando sean mayores de edad y, de preferencia, lo hagan con su propio dinero, eso sí, en un lugar seguro.

“Son dueños de su cuerpo, y cuando tengan edad para hacerlo, podrán decidir si lo quieren o no”, señala Rosa, profesora de la Ciudad de México.

Aunque parece que tener padres tatuados no necesariamente provoca que los niños quieran tatuarse, como le pasó a Angélica: “No recuerdo que lo haya deseado de niña, hasta que de grande lo quise. ¡Y eso que mi mamá se tatuó cuando yo era muy chiquita!”.

Y para otros niños, parece que ver los tatuajes en sus padres les hace pensar mejor si quieren uno para ellos. “Mi hijo me dijo que quería tatuarse como yo, pero cuando le expliqué cómo se hacían como que ya lo pensó mejor y dijo que ‘no gracias’”, comparte Mili, fotógrafa de profesión.

Xala tiene un hijo que ya es adolescente, y al parecer él entiende bien las responsabilidades que conlleva. “Cuando mi hijo leyó la responsiva me dijo: ‘no pensé que te preguntaran todo esto’”, recuerda la profesionista de Veracruz.

Asimismo, Susana considera que el tatuaje es un arte, por lo que le gusta que su hijo la acompañe cuando se hace alguno. “Me ha acompañado a tatuarme al menos a dos de los cinco que tengo y le explico lo que cada uno significa para mí. No cuestiona, sólo sabe que duele y no quiere experimentarlo. Le digo que es libre de hacerlo en el momento que sea adulto y sienta que algo grande ha llegado, que él sabrá el momento”, comparte.

Así que todo parece indicar que los niños no heredaron los prejuicios contra los tatuajes que tanto afectaron a generaciones anteriores. “Los malos no son los de los tatuajes, sino los que matan y roban”, resume Sebastián, de 11 años y que espera a cumplir 18 para ponerse el mismo tatuaje que su papá: el nombre de su mamá.

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