POR ELIZABETH SANTANA*
Black Mirror es una serie británica que según Netflix es de ciencia ficción, pues aborda en cada capítulo sin secuencia entre sí, aunque con algunas similitudes, la vida con el uso de la tecnología, sobre todo de Internet y las cámaras. Aparentemente la trama se desarrolla en el futuro, pero conforme avanzo en las temporadas me convenzo de que sus historias no son tan lejanas, por el contrario, me parecen de una cercanía espeluznante.
Y es que en América Latina, cuando hablamos de privacidad, hay dos temas que cada vez se tocan más, y si bien también afectan a los hombres, las víctimas principales somos las mujeres. El primero es la pornovenganza, que consiste en utilizar fotografías y videos tomados en la intimidad para publicarlos en las redes sociales; el segundo es extorsionar a una persona mediante sus imágenes o información sexual.
Somos analfabetas emocionales, y los sexólogos todavía tienen que educarnos respecto a qué es el amor, por ello muchos enfatizan que el tener una pareja no significa que debamos entregar nuestra privacidad o atentar contra nuestra intimidad. Y el punto al que quiero llegar es que las contraseñas de nuestros dispositivos móviles, redes sociales y demás no se comparten, puesto que incluso esto se asocia a rasgos de control y por lo tanto de violencia.
¿Pero qué pasaría si esto se normalizara más allá de un noviazgo?, ¿si fuera un código de conducta social?, ¿si fuera un atentado constante? Black Mirror se lanzó en 2011 y a la fecha sigue dando de qué hablar, pues una vez que la observas te enganchas, al menos creo que eso pasa con quienes vivimos la transición de lo análogo a lo digital, o con los nativos digitales y muchos adictos a la red.
El capítulo 2 de la temporada 1 (“Quince millones de méritos”) trata de una sociedad segregada y en constante competencia donde la puntuación está dada por la cantidad de tiempo que pedalees; y no es opcional, tu comida vale puntos que obtienes pedaleando. Por si fuera poco, estás obligado a ver contenido basura todo el día en las paredes de led, y si te atreves a cerrar los ojos suena una alarma que te prohíbe dejar de mirar.
Actualmente nadie nos obliga a montar en bici, y aunque algo positivo del capítulo mencionado es que pedalear también genera energía limpia para un mundo ficticio, me pregunto¿cuánta de nuestra privacidad perdemos en el afán de compartir o impresionar a otros? ¿Cuántas redes sociales o aplicaciones ciclistas tenemos en nuestro celular? ¿Llevas el conteo del CO2 que has ahorrado este año?
Hay que fijarnos con quién compartimos qué, por si un día nos toca afrontar las consecuencias. Por ejemplo, si tú y tu cita usan la misma app y al final del trayecto le avisa a todo mundo que “has montando bicicleta con”, o si alguien decidió hacer con tu rodada un Relieve y sales hasta en las fotos. No te vaya a pasar como al policía británico que la semana pasada fue noticia por fingir dolor de espalda, aunque sus registros digitales revelaron que en realidad paseaba en bicicleta.
Al cierre de esta edición, China estrenaba un sistema de “crédito social” cuyo nivel de civismo es monitoreado mediante cámaras de vigilancia, y en donde si tu puntuación es baja podrías estar privado de viajar en tren o en avión. Casi igual que el capítulo 1 de la temporada 3 (“Caída en picada”) de Black Mirror, donde el acceso a recursos depende de tu estatus en la redes sociales… Pero por último: “Si colapso, ¿alguien puede pausar mi Strava?”
*Periodista. Autora de Rodada 2.0, marca que celebra la inclusión de la bici como estilo de vida en todas sus modalidades.
@ElixMorgana