“No podía creer lo que estaba viendo. ¡Era el amor de mi vida haciendo cochinadas con mujeres y hombres!”, gritó Cindy, y después remató con un llanto desesperanzado que me incomodó.
Ella nunca fue mi amiga cercana, pero gracias a mi talento natural para ganar confianza me soltó su perturbadora historia que, además de involucrar una boda cancelada y un corazón destrozado, me puso a reflexionar sobre lo revelador que resulta invadir la privacidad virtual de una persona que conocemos como A cuando en verdad es A+B.
Todos tenemos un lado oscuro, algo que ocultar o gustos que nos dejarían mal parados ante nuestro círculo social; esas aristas que nos convierten en fenómenos de circo y que sólo se dejan percibir si estamos en situaciones liberadoras o junto a otros “monstruos” que no van a juzgarnos como lo haría nuestra dulce prometida con quien pensamos formar un hogar.
Cindy me contó su drama más o menos así: “Era mi maestro en la universidad, coqueteamos, salimos, fuimos novios y nos comprometimos. Yo estaba muy enamorada, en mi casa lo amaban y se llevaba increíble con mi papá. Todo era felicidad hasta que al muy pendejo se le ocurrió darme su contraseña de correo para revisar los mails que los proveedores de la boda le mandaban. No sé cómo pasó pero me encontré revisando todos y cada uno de sus correos, recibidos y enviados. Fui bajando hasta que me topé con la palabra swinger. Abrí una caja de Pandora y los demonios empezaron a salir mientras yo sentía que mi cabeza, al hacerse mas grande para explotar, sólo atendía a los links que iba abriendo para descubrir cosas peores. Apuestas en línea, suscripciones a sitios de prostitución, conversaciones con mujeres, ¡vi de todo! Lo que me hizo vomitar fue el video que encontré. ¡El amor de mi vida teniendo relaciones sexuales con hombres y mujeres!”.
El sórdido relato dejó a mi cabeza en estado de shock y no pude pronunciar una palabra hasta que reaccioné porque la escuché llorar. Lo único que hice fue apretar sus manos y esperar a que se calmara.
Cuando estuvo un poco tranquila, me contó que al hablar con su prometido, él no negó nada y de manera ecuánime le dijo: “Lamento haberte lastimado, pero esto es lo que soy y espero que tú puedas compartirlo conmigo”.
¿Cómo se atrevió? Sí, al menos fue honesto. Obviamente ella declinó la oferta y canceló la boda. No lo volvió a ver ni ha hablado con él desde entonces.
Se dice que la ignorancia es sinónimo de felicidad y que ojos que no ven, corazón que no siente. También se habla de que la verdad siempre sale a la luz. Entonces, ¿qué tan válido es invadir la privacidad de la persona con la que queremos pasar el resto de nuestra vida?, ¿podría salvarnos de un trágico destino? Cuando recuerdo a Cindy, quien ahora es feliz y soltera, creo que no hacerlo únicamente prolongaría un dulce éxtasis que tarde o temprano se convertirá en amarga agonía, pero ¿y el derecho del otro a la privacidad? En la época de la hiperconectividad, lamentablemente todavía no sabemos comunicarnos.
*Buscadora de historias urbanas de sus contemporáneos millennials. Ponte atento, tu historia puede ser la próxima.
@valeria_galvanl