POR ELIZABETH SANTANA*
“¿Qué legado, futuro o mundo les dejaremos a nuestros hijos?”, es un cliché que suelo escuchar en los discursos del Día Mundial de la Tierra, cuya conmemoración fue el 22 de abril. Y entonces me cuestiono si en serio es necesario pensar en las generaciones futuras antes que en nuestro presente a fin de ejercer un cambio.
La vida está llena de clichés. No todas ni todos los infantes tienen la fortuna de que los Reyes Magos les traigan una bici de regalo, no todos aprendimos a usarla en nuestra infancia, y no todos los niños cuentan siquiera con las condiciones esenciales de vida.
México ocupa el primer lugar en embarazos en adolescentes en América Latina, ello debido a que 49 % no utiliza un método anticonceptivo en su primera relación sexual. Y según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en 2014 un 55.2% de niños y niñas de entre 2 y 5 años de edad vivían en pobreza, y 13.1 % en pobreza extrema.
Las mediciones se elaboran cuando los infantes están entre los dos y cinco de años de edad porque es la etapa decisiva en el desarrollo de las capacidades físicas, intelectuales y emotivas de cada uno. Es decir, la parte vulnerable que nos da forma, en la que el amor y la estimulación intelectual –o la falta de estos– son decisivos durante la conformación de nuestra seguridad y autoestima.
Para mí, los niños son entre curiosos y mágicos; sus preguntas te sorprenden y te confrontan, a veces hasta te muestran cuánto has perdido de ti a fin de comportarte como adulto. Por lo menos yo lo veo así desde la cómoda posición de ser tía, puesto que no me identifico con la idea de ejercer la maternidad y, sin embargo, no me desentiendo de una responsabilidad civil o moral.
Creo que los modelos y patrones de vida siguen conjugándose y cambiando, diversificándose, y lo que antes era un modelo estándar de familia actualmente ya no lo es. En ese aspecto, creo que los niños de impacto son aquellos que viven y crecen rodeados de amor, sin miedo y con actividades que estimulen su conocimiento.
No soy la única que opina esto, Brenda Raya, otra ciclista urbana, me platicó cómo tiempo atrás decidió de forma altruista iniciar un trabajo de vinculación comunitaria en el Mercado 2 de abril, en la colonia Guerrero, en el Centro Histórico de la CDMX: “Trataba de ofrecer cosas distintas a su contexto diario, muchos vienen de entornos violentos”.
Ella trataba con los hijos de comerciantes mediante distintas actividades lúdicas y recreativas; un trabajo de prevención mediante el arte. Y una de sus estrategias consistió en querer formar un grupo de niñas en bici. Sin embargo, y como no las dejaban ir solas, esto creo tracción para que sus hermanos, primos y demás niños se unieran a la bicicleta. Aunque el proyecto no tuvo continuidad, recuerda que la bici permitía darles a todos las mismas condiciones.
No obstante, a nivel gubernamental existen alternativas. Algunas de ellas son las biciescuelas del programa Muévete en Bici, responsabilidad de la Secretaría de Medio Ambiente (Sedema) en CDMX, que facilita cursos –de ciclismo urbano, bicicletas de balance y para aprender a andar en bici– a partir de los tres años de edad, así como el reciente taller de Conciencia Vial en Movimiento, que mediante actividades lúdicas infantiles sensibiliza respecto al reglamento de tránsito.
*Periodista. Autora de Rodada 2.0, marca que celebra la inclusión de la bici como estilo de vida en todas sus modalidades.
@ElixMorgana