POR AURÉLIEN GUILABERT*
La máxima “La musique adoucie les moeurs” (la música suaviza los hábitos) destacada en los escritos de Aristóteles y de Platón, celebra las virtudes de la música sobre los comportamientos razonables, la educación y la paz social.
A pesar de que algunos estilos de música urbana carguen con un estereotipo negativo y un estigma social, lo cierto es que pueden fungir como herramientas y conductos hacia el teje comunitario y la prevención de las violencias en una zona trabajando con dichas poblaciones talentosas y creativas sobre el lenguaje y el desarrollo de ideas enfocadas a la denuncia social, a la propuesta y la promoción de una cultura de paz. Eso es lo que emprendió el colectivo la Victoria Emergente en los barrios más violentos del Oriente de la Ciudad a partir de la creación de un laboratorio de rap y hip hop para jóvenes. Sin embargo, dichos colectivos carecen de recursos públicos para fortalecer y multiplicar sus acciones, especialmente desde los recortes y desaparición paulatina de los programas de prevención social de las violencias del Gobierno Federal.
Es fundamental rescatar y apoyar este tipo de iniciativas por el alto rendimiento que pueden tener en materia de apropiación de los mismos proyectos por parte de las poblaciones hacia fines pacíficos en las comunidades por trabajar a partir de su realidad, a partir de su contexto socio cultural, a partir de sus intereses y expresiones territoriales o comunitarias. A través de esos mecanismos de expresión emergen liderazgos y lazos comunitarios que permiten evidenciar problemáticas tabúes o difundir mensajes de respeto contra la violencia en temáticas sensibles como la violencia de género o intrafamiliar.
La música, sin importar el género, tiene efectos positivos en materia de concentración, expresión y liberación del estrés de manera individual o colectiva. Puede contribuir a fomentar la armonía social matizando niveles de ansiedad e impulsos violentos desde una visión psicosocial como lo demuestra la musicoterapia.
En Colombia, Venezuela y posteriormente en algunas partes de México se impulsaron programas de orquestas barriales con niñas y niños a fin de luchar contra las violencias y la exclusión, ofreciendo un espacio de esparcimiento, de cultura y de aprendizaje en colectividad. Dichos proyectos lejos de erradicar la violencia en su totalidad transmitieron a sus participantes y su círculo cercano un interés nuevo y un mecanismo de cohesión basado en la recuperación de la autoestima en barrios marginados, semilla hacia la pacificación social. En el mismo sentido, en la Ciudad de México se han impulsado políticas exitosas de promoción de la música y demás actividades con base en el acceso a la cultura enfocados a la integración social y a la prevención social de las violencias como los Centros de Artes y Oficios Faros o el Transformador en la Unidad Habitacional Vicente Guerrero, Iztapalapa.
Si hay que reconocer el beneficio de tales programas gubernamentales, también cabe destacar la necesidad de promover y apoyar a las expresiones musicales y artísticas urbanas locales —como el rap, el hip hop o el trap—, como un medio útil para canalizar las frustraciones sociales, manifestar y fortalecer la identidad y la cohesión de un barrio; a través de los centros de interés originarios de una comunidad, potenciar su talento a través de talleres para fomentar el impulso artístico y la consciencia colectiva.
Los colectivos de música y arte urbanos son partes esenciales de la sociedad y las acciones gubernamentales culturales, sociales o en materia de prevención de las violencias deben iniciar en el reconocimiento benéfico de su existencia, más allá de la discriminación que llegan a sufrir. Desarrollar con ellos un puente hacía la difusión de valores que contribuyan al bienestar común.
*Fundador de Espacio Progresista, A. C. Asesor en estrategias de políticas públicas, incidencia social y cooperación internacional.
@aurel_gt