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Editorial

05 de Junio 2017
Elizabeth Palacios
Elizabeth Palacios

En la segunda mitad del siglo XX, la industria turística transformó lugares de ensueño en ciudades mal planeadas, cuya economía dependía casi en su totalidad de visitantes inmersos en un mundo artificial de lujo y confort.

Durante mucho tiempo, la misión de esta industria se enfocó únicamente en complacer al visitante –ignorando primero y soslayando después– las consecuencias sociales, ambientales y económicas que esto tendría.

El turista se transformó así en una utópica fuente inagotable de riqueza que, paradójicamente, era efímera para el poblador que apenas recibía unos cuantos pesos más. Los que se llenaron fueron los bolsillos de los magnates hoteleros, restauranteros y constructores, igual que las arcas de algunos gobiernos y las cuentas bancarias de funcionarios sin escrúpulos.

Nadie niega la importancia que el sector turístico tiene en la economía mundial. Tan sólo en 2015 generó 7.2 millones de empleos nuevos, según el Informe Anual de Impacto Económico elaborado por la asociación empresarial World Travel & Tourism Council (WTTC). Ese año, el sector creció 3.7 %, contribuyendo a un total de 9.8 % del producto interno bruto global.

Pero el modelo depredador de turismo masivo ha tenido también un impacto económico negativo: la ampliación de la brecha de desigualdad social. ¿Las razones? Un modelo de negocio basado en inversiones millonarias y jugosas ganancias que nunca se quedan en las comunidades, más que en forma de empleos precarios que no ofrecen oportunidades reales de desarrollo a largo plazo.

Otra paradoja es que por años el sector turístico contribuyó a la depredación del medio ambiente y, aun así, se vendía como “la industria sin chimeneas”. Hoy sabemos que genera al menos 5 % de las emisiones de carbono en el mundo.

Ante esta realidad, 2017 ha sido nombrado por la Organización de las Naciones Unidas como el Año del Turismo Sostenible para el Desarrollo. Con ello se pretende incentivar a todos los actores a transformar la industria, a partir del diseño de políticas públicas responsables y modelos de negocio innovadores e incluyentes, donde la experiencia auténtica se vuelva un valor agregado, se abra la participación a emprendedores sociales y rurales, y donde se promueva una filosofía de responsabilidad transversal que incluya a los turistas.

Los viajes son oportunidades infinitas de aprendizaje. Las nuevas tendencias de economía colaborativa, la aparición de más aerolíneas low cost, una cultura que alienta el intercambio tanto de conocimientos como de recursos –y todo esto aunado a los avances tecnológicos– permiten que hoy el viejo concepto “vacaciones” esté cambiando, pues ya no queremos ser turistas que escapan de su realidad por cuatro días y tres noches. Hoy deseamos tener una vida de la que no necesitemos escapar.

Si queremos ser una generación viajera, y que también lo sean las que vienen detrás, no podemos quedarnos en la contemplación. Esperamos que, después de leer la revista que tienes en tus manos, encuentres una motivación para empacar y dedicarte a lo que debería hacer cualquiera: encontrar el sentido de su vida y construir la felicidad, también, en un modelo sostenible. 

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