Estoy segura de que te pasa con frecuencia, como a muchos de nosotros, que falta aun casi una semana para fin de mes y tu cartera ya está vacía. Y es que mucho se ha criticado a las y los jóvenes que parece que nos urge gastarnos el dinero como si nos quemara las manos en cuanto llega, pero lo cierto es que tal vez jamás hemos recibido en México una educación financiera adecuada.
Tampoco se trata de echarle la culpa a nadie más pues nunca es tarde para aprender, aunque sería mucho más fácil y benéfico, tanto en el presente como en el futuro, si la educación financiera fuera parte de una política pública con qué fomentar el desarrollo humano y económico.
De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la educación financiera “es el proceso mediante el cual los individuos adquieren una mejor comprensión de los conceptos y productos financieros y desarrollan las habilidades necesarias para tomar decisiones informadas, evaluar riesgos y oportunidades financieras, y mejorar su bienestar”.
Entonces ¿por qué nos importa tan poco?
Un estudio de la consultora Price Waterhouse Coopers reveló que 54 % de los millennials encuestados expresaron preocupación cuando se les preguntó sobre su habilidad para manejar su deuda; 53 % de ellos dijo tener tarjetas de crédito sobregiradas y 50 % no podría atender ningún imprevisto porque carece de ahorros o de algún seguro.
Recordemos que las nuevas generaciones aprendieron esta información negativa en casa, considerando que 90.4 % de los mexicanos dicen haber recibido educación para el ahorro de parte de sus padres.
Las y los jóvenes llegamos a la vida laboral sin saber prácticamente nada en temas como ahorro, inversión o endeudamiento, entonces ¿qué es lo único que sabemos sobre el dinero? ¡Pues gastar! Y es que sólo nos quedamos con la información que recibimos de familiares y amigos o de los golpes que nos da la vida.
Los expertos en finanzas opinan que en México también se necesita crear contenido sobre educación financiera que sea digerible para más personas, aprovechando que ahora todo se puede consumir a través de Internet.
Otra triste verdad es que el mundo de las finanzas y sus extensiones están llenos de prejuicios y desconocimiento.
México tiene tasas muy altas en materia de sub-bancarización. Según la Encuesta nacional de inclusión financiera (ENIF) de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), 56 % por ciento de la ciudadanía no tiene ningún tipo de cuenta bancaria; solamente el 25 % de las y los adultos cuenta con algún tipo de seguro, 41 % con una cuenta de ahorro, y se estima que el 60 % de los préstamos provienen de amigos y familiares.
En la actualidad, en nuestro país los actores financieros carecen de obligación en materia de educación financiera. El Estado tampoco provee las herramientas eficientes en la materia. La poca información existente y difundida tímidamente está enfocada en una población adulta o mayor pero ¿y los jóvenes?, ¿y los niños?
Con el fin de desplegar más capacidades desde la ciudadanía, valdría la pena reflexionar sobre una contribución o un incentivo fiscal de las propias instituciones con el propósito de invertir en estrategias de educación financiera, conjuntamente con el Estado desde una visión de corresponsabilidad social.
La educación financiera contribuye a que un país cuente con una ciudadanía resiliente frente a los retos económicos, y también informada y proactiva económicamente, que fortalezca las capacidades del propio Estado; asimismo beneficia el desarrollo humano y la estabilidad socioeconómica del país, claro, siempre y cuando se genere confianza en instituciones financieras fuertes, transparentes y respetuosas del Estado de derecho.