La energía no es un tema menor, y si se trata de mirar desde una perspectiva sostenible, no resulta del todo fácil de entender puesto que todo proceso de generación energética –sí, cualquiera– tendrá un impacto ambiental. Sin embargo, en países como México que no sólo tienen una alta dependencia a los hidrocarburos sino que, además, han perdido la soberanía energética, la transición hacia una canasta más diversificada de insumos para obtener electricidad se vuelve ya no una alternativa sino una urgente necesidad.
En 2017, todavía 79.18 % de la energía que se produce –y consume– en nuestro país proviene de fuentes no renovables. Lo más grave es que 75% del gas natural que se utiliza en México no se crea en nuestro territorio sino que lo importamos. ¿A quién? ¡Bingo!, acertaste… a los Estados Unidos.
Sin embargo, producirlo aquí tampoco es que sea una solución, pues el método más común de extracción del mismo, el fracking, desperdicia y contamina muchos litros de agua, así que la factura hídrica se vuelve impagable.
Esto nos hace ver que México necesita con urgencia no sólo continuar con su apertura a la inversión para recuperar la seguridad energética, sino que estas inversiones además deben ser atraídas hacia proyectos de energía renovable, particularmente la que proviene del sol, pues nuestro país tiene una gran capacidad de producir mucho en el sector solar, donde podría ser incluso una potencia mundial, más de lo que en su momento fue con el petróleo.
Invertir en innovación y apostar por esta transición impactará positivamente en el medio ambiente y traerá como consecuencia un desarrollo económico que, tristemente, dejó atrás la era petrolera, y si no estamos convencidos, basta con mirar lugares como Ciudad del Carmen, cuya economía giró por años en torno a la extracción petrolera y hoy ofrece muy pocas alternativas de desarrollo a sus habitantes.
El país continúa las renegociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en un contexto históricamente hostil, sin certeza en el esquema de las importaciones. Hoy más que nunca nos urge recuperar la soberanía energética y el sol o el viento podrían ser nuestros grandes aliados.
Pero hay algo que no debemos soslayar: cualquier fuente de energía causa un impacto en el medio ambiente. Sí, como lo lees… cualquiera. Así que, en el marco del Día Mundial de la Tierra, también esta edición es una invitación a repensar nuestro consumo y apostar no sólo por la transición y el cambio de paradigma productivo, también debemos comprometernos con el uso eficiente de la energía.
Europa ya nos lleva ventaja en ese terreno, y además de sus logros e inversiones en materia de energía renovable, también están surgiendo proyectos para eliminar las máquinas y reducir el consumo energético en industrias tan importantes como la agrícola. Aquí eso ni siquiera se ha planteado como una opción, ¿por qué? Pues porque también hemos perdido nuestra soberanía alimentaria.
Las fuentes renovables son un buen sustituto porque su impacto es menor, pero aun así pueden ser contaminantes. La energía geotérmica, por ejemplo, arrastra hasta la superficie gases y metales tóxicos; los aerogeneradores de la energía eólica crean contaminación visual en paisajes naturales, al mismo tiempo pueden convertirse en trampas para miles de aves que mueren en sus aspas; las grandes presas de agua crean enormes pérdidas en la biodiversidad de la zona, si la materia vegetal no se retira, de ella emana gas metano, pueden ser causa de pandemias, ocupar zonas de valor natural o paisajístico, salinizan los cauces de los ríos… y la lista podría continuar.
De todas, la más limpia aparentemente es la solar, aunque debemos considerar que los páneles y baterías de almacenamiento también tienen un tiempo de vida útil y que, cuando este termine, se convertirán en basura que habrá que saber manejar.
Además de una apertura a nuevos paradigmas de generación, todo indica que juntos, sin excepción, debemos comprometernos a usar de manera más eficiente la energía que tanto cuesta producir.