Hace poco leí lo siguiente: “Entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quieres oír, lo que oyes, lo que crees entender, lo que quieres entender y lo que entiendes, existen nueve posibilidades de no entendernos”.
Si cambiamos la palabras ‘oír’ y ‘decir’ por ‘escribir’, ¡está de la fruta! El boom digital nos explotó en la cara abriendo un portal del que salieron todos los artistas, periodistas, analistas políticos, actores y líderes de opinión que cada uno tenía reprimidos en lo más profundo de su ser.
Todos queremos ser escuchados, leídos, admirados y entendidos… ¿detrás de una pantalla?
Recordé a un antiguo amor de juventud: Diego. Lo conocí cuando estábamos en nuestros dulces 20. No fue mi primer amor, tampoco el último, aunque sí fue muy importante.
Diego me acompañó de la mano en la fase definitiva de transición analógica-digital de la comunicación. Esto no quiere decir que yo tenga más edad de la que he dicho, sin embargo mucho de lo que conocemos ahora me parecía muy lejano en aquel entonces. Hace 10 años.
Para invitarme a salir, después de conocernos en una fiesta preparada con el fin de presentarnos, me mandaba mensajes de texto y me escribía en una desaparecida red social antecesora de Facebook: Hi5. ¿Sabías que aún existe y se parece a Tinder?
Vale la pena contar lo siguiente: en aquel entonces mi ahora exnovio no tenía Internet en su casa, tenía que ir a los famosos y rentables (en ese tiempo) cafés internet. Tampoco contaba con un plan de llamadas porque era estudiante dedicado cien por ciento a la escuela.
Una tarde, mientras el joven estaba en plan de conquista, me escribió un mensaje de texto que decía: “Hola, guapa, ¿podrías llamarme?”. Yo, tímida, callada, inocente y de tierna mirada (jajaja, sí, ¡cómo no!), con toda la intención de medir su interés en mí y suponiendo que no contaba con Internet en casa le respondí: “Lo siento, no tengo teléfono fijo y tampoco crédito, pero ¿te leo en Messenger?”. ¡Messenger!, ¿qué es eso? Messenger: maestro ancestro de los mensajes de texto instantáneos con emojis, zumbidos y alertas de mensaje.
Regresando a mi ligue universitario, hice que Diego se saliera en friega de casa para conectarse en el café internet y platicar conmigo por Messenger. Me invitó a salir yo le dije que sí. Estuvimos juntos y felices mucho tiempo.
Una de las cosas que recuerdo claramente de Diego es que cuando teníamos alguna discusión y yo le reclamaba por “sentirlo hostil” en los mensajes, él me respondía: “No me gusta escribir porque no estás viendo mi cara ni escuchando mi voz, ¿cómo puedes decir que me lees hostil?”. ¡Tenía mucha razón! El lenguaje corporal, el tono de voz y ¡la mirada! son insustituibles. Facetime y Skype no cuentan que el “tiempo real” se convierte en tiempo relativo a través de nuestras pantallas.
Para alguien que ha tenido momentos clave de su vida en el umbral de la transición análoga-digital, aún es complicado adaptarse o creer en las emociones reales a través de algo que es muy controlable: Internet.
Internet nos da tiempo de “dejar en visto” mientras pensamos lo que vamos a responder, y si contestar lo que creemos conveniente nos lleva horas o días ganaremos un alma indignada del otro lado que nos pondrá una etiqueta de “imbécil”.
Esto hace que me pregunte: ¿Responder digitalmente es tan auténtico como una mueca, una carcajada o el blush involuntario en nuestras mejillas? Probablemente sí, ya que un texto también provoca sensaciones; sin embargo, el emisor tendrá que conformarse con suponer que ha provocado algo auténtico sin tener el registro en tiempo real de lo que sus acciones han movido en el receptor.
Internet sigue avanzando aceleradamente, no dudo que en algún momento la sinergia ser humano-tecnología nos alcance y nos sobrepase logrando sustituir el contacto físico o las respuestas instantáneas y genuinas. Hasta el momento un mensaje de texto que pretenda provocarme una emoción es equivalente a cualquier foto de perfil con filtro presumida en redes sociales y expuesto a un: puede ser que en vivo se vea diferente.
*Buscadora de historias urbanas de sus contemporáneos millennials. Ponte atento, tu historia puede ser la próxima.
@valeria_galvanl