Las luces se apagan. Se hace un silencio momentáneo y de pronto se escucha: “Si el ritmo te lleva a mover la cabeza, ya empezamos como es / Mi música no discrimina a nadie, así que vamos a romper…”. Con esos versos de la canción “Mi gente”, el artista colombiano J Balvin inicia su concierto en la Arena Ciudad de México. Es sábado 26 de mayo, y las casi 20 000 almas que se han dado cita en el práctico y moderno edificio –ahí donde era el matadero de reses de Ferrería– estallan en júbilo.
Finalmente, el momento que tanto esperaba esa masa de adolescentes inicia con “Mi gente”, el tema del momento, la canción que “apenas” tiene –hasta el día que escribo estas líneas– mil 845 millones de reproducciones en YouTube, y los hace cantar a todos a coro con el ídolo que aparece en el escenario con la cabellera rapada y lentes oscuros de Chanel. Ese momento marca también el fin de sus prejuicios e inhibiciones (si es que los tienen), porque saben mejor que nadie que ha llegado la hora del reggaetón, la hora del perreo, la hora de la gozadera.
Decenas, cientos, miles de jóvenes mexicanos –entre ellos mi hijo Santiago– que han sido convocados por J Balvin, se contonean al ritmo de la música sin perder la habilidad de sostener una bebida (refresco, agua, cerveza) en la mano izquierda y su teléfono celular en la derecha (porque en ningún momento dejan de grabar ni hacerse selfies). Todos están cautivados con la música y las letras de este moderno “Flautista de Hamelin”. No hay canción que el oriundo de Medellín interprete y que la gente no cante y baile. No hay duda, la parada en tierra chilanga de la gira Vibras –así como el nombre de su nuevo álbum–, es la pura buena vibra.
Lo mejor de todo es que no hay papás regañones ni rucos criticones a la vista. Nadie se espanta ni los recrimina por divertirse y dejarse llevar con sus movimientos y pasos de baile. Tal vez sea por el precio de los boletos en el lugar, pero no hay “chakas”.
Es una inmensa fiesta de niños y niñas “bien” (o más o menos), donde todos se llaman “broders” o “panas”, donde nadie tiene telarañas en la cabeza y a nadie le incomoda –como a los adultos con mentalidad de Aleks Syntek– que Balvin tome el micrófono y grite: “Se pone caliente cuando escucha este perreo / Y yo también me pongo caliente si le veo / Ella es bien bonita, por ahí tan sólita / Con esa cinturita, bailándome cerquita…”.
“Yo no sé por qué atacan al reggaetón cuando la gente ama al reggaetón. Y si no les gusta, que no lo escuchen. Pero lo único que sé es que por medio del reggaetón se está mandando felicidad y vibra a todo el mundo, y no es solamente para los latinos, esto es mundial”, les dice J Balvin, en una de sus contadas intervenciones para dialogar con la gente.
La celebración del artista con el “combo” mexicano se prolonga por más de dos horas y media. Es una fiesta de sábado por la noche que deja muy en claro de qué está hecha su música; un fandango donde los coros y el baile cargado de sexualidad se fusionan en una auténtica montaña rusa de alegría y emociones: “Pero que clase de rumba pa pa pa/ La que yo cogí anoche que que que / No recuerdo lo que sucedió… / Ya son las 6 de la mañana / Y todavía no recuerdo nada / Ni siquiera conozco tu cara / Pero amaneciste aquí en mi cama…”.
Total, fue la pura gozadera. Y si te gusta el reggaetón, ¡pues dale!
*Periodista especializado en cultura.
@rogersegoviano