¿Cuántas veces, como mujer, te han dicho que estás loca, que exageras, y que eres una dramática? Y tú, como hombre, ¿cuántas veces se lo has dicho a alguna mujer? Creo que ambas preguntas, y su respuesta, pueden dar una noción de qué tan normalizada está la violencia en nuestras relaciones diarias. Otro ejemplo, bastante común, sería responder: ¿cuántas veces te interrumpe un hombre en una conversación?, ¿cuántas veces interrumpes tú a una mujer cuando está hablando?
O bien, cuando algunas de nosotras nos desahogamos en Facebook respecto a un episodio de acoso en las calles, y sobre todo en el transporte público, la violencia está tan normalizada que, en vez de promover un ambiente de apoyo moral o empatía, se nos revictimiza preguntando: ¿cómo ibas vestida?, ¿por qué ibas sola?, ¿por qué andas en la calle tan noche? Y los más absurdos, “pues hubieras tomado un Uber” o “te quejas porque no estaba guapo”.
En serio, en pleno siglo XXI, ¿ser mujer es justificación para que me interrumpas y no valides mis ideas? O si me asaltan de manera violenta, como ya me sucedió una vez, ¿es mi culpa por no haber tomado Uber? Y no, no voy sola, estoy conmigo misma, y esa no es ninguna justificación para que me acoses por ir de noche con vestido. Así como tampoco tienes derecho a decirme qué sentir o cómo debo ser cuando decido no permanecer en un noviazgo con rasgos de violencia.
El sentimiento de impotencia es propio y de amigas, y aunque aspiro a un desarrollo digno y sin rivalizar, me gustaría que compañeros hombres fueran más conscientes con una intención real que no sólo rayara en el neomachismo, porque de nada sirve cumplir una cuota paritaria si al final el ingreso de un hombre es más grande que el de una mujer por la misma carga de trabajo. O bien, como me explicó una chica que está trabajando con ONU Mujeres, “es que para destacar en nuestro trabajo nosotras necesitamos trabajar el doble (techo de cristal)”.
La inequidad de género podría ser también un problema de salud pública si tomamos en cuenta que el feminicidio se produce cuando una mujer o una niña es atacada y asesinada sólo por su sexo; algo enraizado en la desigualdad de género y en normas y actitudes sociales, culturales o religiosas de las sociedades tradicionales, y lo sé a partir de la Iniciativa Spotlight en Latinoamérica, un esfuerzo conjunto de la Unión Europea y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para erradicar la violencia contra mujeres y niñas.
Es importante escribir y hablar de ello porque tan sólo en 2016 hubo 2 813 casos de feminicidios en México, aunque 98 % de ellos no fueron enjuiciados. Y la magnitud de cómo continúa creciendo en México y Latinoamérica busca manifestarse mediante distintas ventanas, por ejemplo, a través del proyecto “No estamos todas”, de marchas o del llamado Día Naranja (día 25 de cada mes).
La igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas conforman la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, y me hace feliz compartirles que actualmente 40 % de quienes usamos el sistema de bicicleta pública Ecobici somos mujeres, y que además, 40 % de los asistentes al Paseo Dominical Muévete en Bici somos mujeres, y que el 53 % de participantes en las biciescuelas de la CDMX son niñas y mujeres. Estoy segura de que estas cifras crecerán y detonarán cambios en la independencia con que nos movilizamos las mujeres.
*Elizabeth Santana es periodista, autora de Rodada 2.0, marca que celebra la inclusión de la bici como estilo de vida en todas sus modalidades.
@Rodada2Punto0