Periodismo imprescindible Martes 30 de Abril 2024

Los de adentro

02 de Diciembre 2018
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POR VALERIA GALVÁN*

Existe un lugar en el límite que comparten dos municipios del Estado de México, un lugar que ostenta el título de casa de retiro que bien podríamos definir como una casa 
de terror.

Son las 11:00 de la mañana. Un señor delgado de aproximadamente 80 años llega con unas flores en la mano y la emoción de ver a la única persona que está pendiente de que aparezca: su esposa.

Al despedirse de ella, le dice: “Ya pronto estaremos juntos aquí, mi vida”. Se aleja y ella  da un grito de terror en su interior –“¡No, no vengas aquí!”–. No lo expresa abiertamente porque al mismo tiempo piensa que será un alivio compartir el dolor del olvido con el amor de su vida. “Al menos nos tendremos el uno al otro”, dice triste y se voltear a ver cómo se aleja.

¿En algún momento los llevarán al jardín para que tomen el sol? Nos preguntamos quienes hemos sido testigos omniscientes de lo que sucede ahí adentro. Las empleadas, con desdén, responden: “No, ¿pa’qué? Luego no van a querer meterse”.

¡Hay una cucaracha en los hot cakes! Sí, son hot cakes preparados con agua, no con leche o suficientes huevos.

¡La señora Lucía tiene frío! Y siempre lo tendrá. Nunca se le quita, no tiene caso darle algo para que se tape; da igual.

Son amarrados a sus sillas con el fin de que no se caigan e incordien a las cuidadoras; ellas tienen mucho trabajo y poca paciencia. Nadie se tiene que preocupar, están pegados al asiento y no dan lata.

No sólo los internos la pasan mal, los intendentes no cuentan con el material necesario para realizar su trabajo; no les dan jabón o herramientas de limpieza con qué hacer un mantenimiento digno al lugar. La jornada es larga y debe cumplirse con cuatro manos cuando hacen falta 10.

Las empleadas no tienen seguro o prestaciones 
de ley; por esta razón es pobre su desempeño y no 
les queda otra opción; es el único trabajo con el que creen contar.

Las responsables del lugar escatiman en gastos para el bienestar de la comunidad del asilo; utilizan los ingresos con el propósito de darle mantenimiento a sus camionetas o para llenar los vacíos con comodidades que ellas creen necesarias.

Supongo que serán jóvenes siempre, o al menos eso es lo que ellas piensan. Su “negocio” va viento en popa, un negocio que ellas no construyeron y que no les importa cuidar.

Existe la ley de los derechos humanos de las personas mayores, una ley que tenemos un poquito olvidada porque alucinamos con nuevos mercados que necesitan protección. Por ahora la prioridad es la juventud, la mujer, la inclusión.

La poca elocuencia humana no deja de sorprenderme. El tiempo no discrimina, no le da mejores derechos a quienes pertenecen a una minoría de lucha, tampoco a los de estatus privilegiado. Todos perderemos lo mismo en la última fase de la vida. ¿De qué habrá servido tanto pleito y exigencia de derechos si lo perderemos todo al llegar el invierno? Los derechos humanos deben ser para todos. Denunciemos la violación de estos, ya que solo así aseguraremos una vida digna hasta el final de nuestros días.

*Buscadora de historias urbanas de sus contemporáneos millennials. Ponte atento, tu historia puede ser la próxima.

@valeria_galvanl

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