Que fuera una película de cine o el tipo de restaurante, a él nunca lo dejaba escoger. Ya no lo dejó salir con sus amigos. Tenía prohibido irse de antro. Tenía que dejar que le revisara cada mensaje ajeno en su celular. No le permitía hablar con otros chicos. Con frecuencia, lo desvalorizaba por sus actos o por las características de su personalidad.
Nunca había sentido alguna privación de libertad. Nunca había tenido una relación seria con otro hombre. Paulatinamente, lo extrovertido se esfumó ante lo introvertido por miedo a dejar de gustarle; por miedo a las amenazas recurrentes del abandono con el cual lo chantajeaba.
Poco a poco, descuidar su privacidad dejó lugar a la violación de su integridad física. Un día, cayó el primer golpe. Boca abierta –literalmente–, no supo contestar. Otras violencias ocurrieron en público. “Fue el alcohol”, “lo hice enojar”, “seguramente fue mi culpa”, “ya se disculpó, nunca volverá a pasar”: cada humillación, cada acto violento tenía una explicación. Siempre había una justificación normalizada por la ausencia de reacción de las personas testigos. Ninguno de los dos asumía la existencia de una situación de violencia intragénero.
Una violencia que no se mide no se denuncia y no se habla. Todavía muy invisibilizada socialmente, la violencia intragénero se produce entre parejas del mismo sexo y está basada también en la dominación sobre la otra persona a través de la manipulación o de comportamientos de violencia psicológica, social, física o sexual; aunque entre parejas del mismo sexo las amenazas pueden girar en torno al outing: chantajear a la persona revelando públicamente su orientación sexual.
Es así como, por ejemplo, las personas víctimas de violencia intragénero pueden sentirse en una doble victimización o doblemente estigmatizadas: no solamente por las violencias recibidas por parte de su pareja, también por no poder mencionarlas en caso de no querer o no haber asumido públicamente su orientación sexual; por el miedo al rechazo familiar o al potencial comportamiento discriminatorio de alguna autoridad. Además, la sociedad tiende a minimizar las expresiones de violencias entre dos hombres o entre dos mujeres por la visión patriarcal o machista que todavía pesa en nuestras condiciones sociales.
Hoy en día ¿qué pasa con las violencias, los suicidios por violencias o los homicidios entre parejas del mismo sexo? Si bien se tienen que fortalecer y ampliar la difusión y eficacia de las campañas contra las violencias de género, valdría la pena abordar desde las autoridades, la sociedad civil y medios de comunicación la violencia intragénero, empezando por reconocer su existencia y abordarla legalmente.
Algunas personas activistas LGBTTTI+ proponen fomentar campañas gubernamentales de sensibilización específicas sobre el tema o instaurar el Día Nacional contra la Violencia Intragénero. Con respecto a la legislación, retomando la famosa frase atribuida a George Steiner “Lo que no se nombra no existe”, y con base en mejores prácticas internacionales (España, por ejemplo), proponen incluso agregar al código penal la noción de violencia intragénero con el fin de identificar, prevenir y castigar la problemática.
Por los estigmas, la invisibilización y el riesgo de normalización a dentro de la cédula familiar, la violencia de pareja de mismo sexo o entre personas heterosexuales debe estudiarse, prevenirse desde la más temprana edad y formar un componente obligatorio de los programas educativos públicos y privados; aún más en nuestras sociedades cada vez más individualistas. Pero primero sería interesante, quizá a través del Conapred y del Inegi, alguna encuesta sobre violencias intragénero, para empezar a medir y analizar las vertientes una situación social real.
*Aurélien Guilabert es fundador de Espacio Progresista, A. C. Asesor en estrategias de políticas públicas, incidencia social y cooperación internacional.
@aurel_gt