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Unos tacos con Cuarón

06 de Enero 2019
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Una noche de junio de 1996, en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, conocí personalmente a Alfonso Cuarón, cuando ambos regresábamos de la ciudad de Los Ángeles y coincidimos en la banda mecánica donde se recogen las maletas. El cineasta ya había realizado tres películas: Sólo con tu pareja, La princesita y Grandes esperanzas, pero únicamente se habían estrenado en nuestro país las dos primeras.

En ese momento Cuarón no era, ni de cerca, el rockstar del cine que es ahora, así que me aproximé a él para saludarlo y decirle que sus películas eran estupendas, sobre todo La princesita, aunque Sólo con tu pareja había dejado una honda huella en una nueva generación de cineastas mexicanos que veía en esta obra una forma de retratar en la pantalla a la clase media de nuestro país.

Cuarón se sorprendió de que alguien lo reconociera y, sin darnos cuenta, el saludo se convirtió en una amena charla de cinéfilos. Le confesé que lo ubicaba bien porque era periodista (en ese entonces era el editor de la revista Cine Premier), también le dije que me gustaría entrevistarlo largo y tendido en otra ocasión.

“¿Y por qué no hacemos la entrevista de una vez? Mira, tengo un poco de tiempo, porque debo esperar una conexión para Guadalajara, y también tengo un chingo de hambre. Te invito unos tacos y una chela, y ahí hacemos la entrevista, ¿qué te parece?”, me propuso el director.

Acto seguido, ambos pedíamos una orden al pastor con todo y unas Victorias bien frías. Parecíamos dos viejos amigos, cuando en realidad acabábamos de conocernos.

En aquel momento, Cuarón me contó cómo fue que lo expulsaron del CUEC (la escuela de cine de la UNAM), junto con quien sería su mancuerna creativa más importante, Emmanuel Chivo Lubezki, porque ambos se empeñaron en hacer un ejercicio escolar (un cortometraje) en idioma inglés y buscaban diferentes canales para distribuirlo y exhibirlo, lo que hizo enojar a las autoridades escolares.

También me contó que trabajó como velador en un museo, y que tuvo que hacerla de jalacables en varias producciones mexicanas, antes de encontrar a los “valientes productores que se animaran a entrarle a financiar Sólo con tu pareja”, su ópera prima.

Cuando le pregunté si conocía a Guillermo del Toro, otro joven y talentoso cineasta mexicano que, como él, estaba buscando abrirse camino en Hollywood, sólo que con películas de terror y criaturas abominables, se echó a reír y me dijo que “al Gordo” lo había conocido en la Ciudad de México, durante la grabación de un episodio de la serie de televisión La hora marcada, para la cadena Televisa: “ Ese día casi terminamos a madrazos, porque me dijo que el episodio que yo había dirigido era una vil copia de un cuento corto de Stephen King, y que me había quedado bien culero, porque no respetaba la esencia de la historia”. Al final, Cuarón aceptó la influencia de Stephen King y también que había hecho ese capítulo muy a las carreras. Desde ese momento, los dos realizadores se hicieron extraordinarios amigos.

Ya al calor de otra orden de tacos al pastor, también me dijo cómo fue que su entonces pareja, la actriz Claudia Ramírez, quien había protagonizado la película Sólo con tu pareja, lo influenció con el fin de que experimentara con el color verde en sus películas, “por eso siempre van a ver que manejo todo tipo de tonos verdes en mis historias. Es más, hasta convencí a la diseñadora Donna Karan, que sólo trabajaba en textiles en color negro, para que le hiciera unos vestidos verdes a Gwyneth Paltrow con el propósito de que los usara en la cinta Grandes esperanzas. A ese grado llega mi necedad con el uso del verde”.

Ese es el Alfonso Cuarón que conocí en 1996, mientras me invitaba unos tacos al pastor.

 

Rogelio Segoviano es un periodista especializado en cultura.
@rogersegoviano

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