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Suspensión de derechos

Organismos internacionales lo confirman: Venezuela vive una crisis; se violan los derechos humanos con total impunidad. Dos jóvenes nos cuentan por qué se vieron obligados a abandonar la nación en la que crecieron
09 de Diciembre 2018
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POR JULIÁN VERÓN

“En lo que tiene que ver con la cuestión institucional (por la enorme concentración de poder y la falta de independencia del Poder Judicial), en Venezuela se violan los derechos humanos con total impunidad. La gran diferencia en los últimos tiempos es la desfachatez con que se violan los derechos humanos en el país. Antes solían guardar un poquito las formas”, dice Tamara Taraciuk, delegada de Human Rights Watch para Venezuela.

Y según la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, las fuerzas de seguridad venezolanas han “maltratado y torturado de forma generalizada y sistemática a manifestantes y detenidos” en las distintas manifestaciones en contra del gobierno venezolano. “Hemos recibido informes creíbles de trato cruel inhumano y degradante por parte de las fuerzas de seguridad a los detenidos, que podrían ser definidos en varios casos como tortura”, confirmó la portavoz de la Oficina, Ravina Shamdasani.

Estos testimonios de representantes de altos organismos son sólo algunos, ya que en Venezuela es común escuchar la frase “violación de derechos humanos”. Un país con constantes protestas está acostumbrado a la represión sin medidas y sin castigos por parte de las fuerzas oficiales del gobierno. Yo padecí esto en carne propia.

Viví durante 26 años en Venezuela y, como casi todos mis conocidos, en más de una ocasión me tocó asistir a varias marchas. La peor que viví –realmente sentí que mi vida corría peligro porque en el aire estaba el rumor de que “hoy están suspendidos los derechos humanos”–, fue en “La salida”, liderada por Leopoldo López el 23 de enero de 2014. Varios guardias nacionales me dispararon desde lejos con armas que sabíamos que no tenían balas de hule: eran balas reales. Por suerte, esa noche decidí regresar a mi casa y no me pasó nada grave.

A lo largo de los años, luego de “La salida”, este tipo de eventos y suspensiones arbitrarias de derechos humanos se volvió común. Contacté a dos venezolanos que, actualmente, tuvieron que salir del país debido a noches como las que yo viví: una violación de derechos humanos, más amenazas a su vida y a la de varios familiares.

Daniel*, 29 años

Vivi en Caracas 22 años. Mi familia ha estado en partidos políticos de oposición desde que tengo uso de razón. Mi papá nunca pensó que yo necesitaría salir del país, pero al igual que los demás jóvenes fue el destino que nos tocó.

Todo empezó desde el 2015: llamadas de madrugada a mi hogar para amenazarnos; sabían dónde vivíamos, qué hacíamos, a qué lugar iban mis hermanos o cosas de ese estilo. Mi papá siempre pensó que llamaban con el fin de asustarnos y para que él le bajara a su carrera política.

En una de tantas manifestaciones, vi cómo personas vestidas de civiles me buscaron directamente a mí. Era bastante obvio que sabían quién era mi papá y que querían llevarme.

Fue de noche, alrededor de las 9:30 p.m; me pusieron una especie de bolsa en la cabeza y me llevaron. Eran guardias nacionales. Me dijeron que “estaba atentando contra la ley” pero era mentira, sólo estaba manifestándome en paz. Me quitaron mi teléfono, leyeron mis conversaciones en voz alta. Me torturaron, golpearon, y hasta me amenazaron varias veces diciéndome que me iban a matar. “La ley somos nosotros”, me decían. Querían que les dijera “dónde estaban los demás aliados”, y me amenazaban diciendo que si no cooperaba me enviarían a casa de mi padre en una bolsa.

Estuve secuestrado por más de 1 semana. Me dieron comida, no me mostraban la luz de sol para que no supiera qué hora era. Fue la peor semana de mi vida y aún tengo pesadillas recurrentes.

Cuando me liberaron, lo que más impotencia nos daba era que no podíamos denunciar a nadie porque precisamente las mismas autoridades eran quiénes habían hecho esto. No nos quedó más opción que salir del país, mis hermanos y yo. Mi padre sigue entre Venezuela y Estados Unidos, pero la violación de los derechos humanos que existe en el país es brutal y sin precedentes.

Miguel*, 34 años

Actualmente soy refugiado político en Lima. Tengo prohibido por el gobierno que me dio asilo platicar sobre la situación que me trajo acá (al menos dando mi cara y nombre).

La violación de los derechos humanos en Venezuela es algo que raya en lo absurdo y común. Si googleas “Venezuela, violación y derechos humanos”  te saldrá una cantidad de información gigante. El gobierno lo niega, pero hay organismos que se dedican exclusivamente a llevar nota de esto, porque esa es una manera muy efectiva del gobierno en invisibilizar la crisis y los afectados; justo como hacen con las cifras de inflación oficiales: sencillamente no las dan.

Salí de Venezuela perseguido por los militares, en carretera, huyendo por la frontera. Querían culparme de que yo era una de las personas responsables de organizar las manifestaciones. Plantaron pruebas, intervinieron mi teléfono y el de mis amigos más cercanos. Ya mi casa no era segura y no existía privacidad alguna. Coqueteaban con llevarme preso y cada cierto tiempo se podía observar en las afueras de mi casa funcionarios de la policía o un par de guardias nacionales; era una especie de psicoterror bien fuerte, hasta que un día pasó lo inevitable: me sacaron de mi hogar a las tres de la mañana y estuvieron cinco días torturándome psicológica y físicamente para que “confesara” mis delitos.

Estuve desaparecido, me incomunicaron con mi familia y se pensó que estaba muerto. Eso fue en mayo de 2017, un momento en donde la represión llegó a niveles históricos: mataron a muchos estudiantes y reprimieron a cualquier persona que pudiesen ver sospechosa. Las órdenes que tenían esos guardias nacionales eran desaparecer las marchas y manifestaciones. Incluso podemos ver cómo hasta a Juan Requesens, diputado de la Asamblea Nacional, fue drogado y exhibido en público con su ropa interior llena de excremento, “confesando” que él estuvo detrás del atentado contra Nicolás Maduro. Si así tratan a un diputado electo, imaginen cómo pueden tratar a estudiantes o personas de a pie.

Tuve que pedir asilo político porque ya mi vida corría peligro real, no eran torturas o amenazas, y es que esa es la mejor forma que tiene actualmente el gobierno de Venezuela para disipar cualquier acto de manifestación ante la terrible crisis que se vive: llevar al piso tus derechos humanos y hacerte sentir que el Estado es quién decide si vives o no: fascismo total.

*Los nombres de las personas fueron cambiados para proteger su identidad.

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