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Editorial

22 de Mayo 2017
Elizabeth Palacios
Elizabeth Palacios

El verde es un lindo color, de hecho, en toda la gama de Pantone hay tantos y tan diversos tonos de verdes que parecen infinitos. Sin embargo, cuando se habla de naturaleza, parece que el verde deja de ser un color para convertirse en un concepto reduccionista y trillado donde todo lo que suene a “natural” encaja. Pero no es así.

Si hablamos de vida y naturaleza, la realidad es que no tendría que reducirse a lo verde. La vida es tan rica, en todos los reinos, que podría integrar una bandera multicolor también infinita.

Esas confusiones han penetrado en nuestro lenguaje  y repercuten en nuestros  conceptos sobre la naturaleza y el planeta.

Así, creemos que lo natural es siempre bueno, puro y, por supuesto, verde; además, que es lo contrario a lo urbano. Pensamos también que para conservar la naturaleza debemos trasladarnos a lugares lejanos y casi vírgenes con disfraces de safari excepcionales, y tal vez por esa falta de noción de realidad, lo que hacemos en la ciudad contra la naturaleza ni lo vemos, ni tomamos conciencia de su impacto.

Es por esto que en esta edición quisimos hablar de la biodiversidad urbana. Es decir, de los seres vivos que cohabitamos en las grandes urbes, de cómo nos relacionamos y, sobre todo, cómo sobrevivmos ante el embate de la industrialización, el desarrollo urbano, la falta de agua y cubierta vegetal, los altos niveles de polución del aire y otros “bonitos” desórdenes que las y los habitantes de las grandes ciudades padecemos a diario, pero que ya casi ni nos atrevemos a evidenciar.

Sin embargo, en medio del caos citadino, animales y plantas evolucionan y se transforman para vivir en una constante lucha contra los agentes destructivos impuestos por el estilo de vida del ser humano.

Más de 2 000 especies de fauna y algunas más de flora forman parte del ecosistema de la Ciudad de México. Entre ellas, algunas sufren más que otras, como el axolote, un habitante endémico de la zona de canales de Xochimilco que actualmente depende de la acción de los seres humanos que se han abocado a rescatar su hábitat, para que siga viviendo.

Pero no nos engañemos. La ciudad no va a dejar de existir, mucho menos de crecer, por ello necesitamos hacer un alto y plantearnos cómo podemos transformar a la Ciudad de México de Ciudad-Monstruo a Urbe Resiliente. Es decir, si una ciudad limpia sus desechos o los transforma en energía limpia, produce su comida, mejora su movilidad, crea más redes de participación comunitaria y apuesta por un consumo responsable, puede rediseñarse hacia la resiliencia.

Si tienes alguna idea, de verdad nos encantaría que nos contactes y nos la cuentes, porque la única forma de salvar la biodiversidad urbana, entre la que se incluye la especie humana, es mediante acciones urgentes de conservación, rescate y resiliencia.

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